domingo, 12 de abril de 2009

Aquella revolución radical de 1890

Revolución radical de 1890

Felipe Pigna

En estos días se habló mucho de los caídos en la Revolución del 90 a raíz de que los restos del doctor Raúl Alfonsín fueron depositados en el panteón que los homenajea junto a los de Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen. ¿Pero cómo fue aquella revolución que empezó a pensarse un 13 de abril de 1890?

El presidente de entonces, Miguel Juárez Celman, le decía a La Nación estas palabras referidas al pago de la deuda externa que harían escuela: "El día en que dejemos de pagar ese servicio quedaremos anotados en la Bolsa de Londres como fallidos fraudulentos y no seremos nada ni nadie. Seríamos una nación sin crédito y sin honra. ¡Oh!, eso hay que cuidarlo con toda religiosidad. En eso estriba nuestra vida misma de nación".

Por aquellos días era tal el afán de lucro del grupo gobernante que el presidente y sus voraces socios fueron dejando afuera de sus negocios y negociados a los clásicos beneficiarios del sistema, para privilegiar casi exclusivamente a sus allegados. La elite tradicional, representada por el roquismo y el mitrismo, comenzó a sentirse excluida del manejo de los negocios públicos y optó por retirarle su apoyo a Juárez y su "entorno". No les molestaba la ostensible corrupción de Juárez Celman y sus socios. En definitiva, "el Burrito Cordobés", como lo llamaban los porteños, sólo había ido un poco más lejos que sus predecesores. Lo que irritaba a la elite era no ser ella la beneficiaria de estos "excesos".

El general Roca decía desde Londres: "Siguiendo estas teorías de que los gobiernos no saben administrar llegaríamos a la supresión de todo gobierno por inútil, y deberíamos poner bandera de remate a la Aduana, al Correo, al telégrafo, a los puertos, a todo lo que constituye el ejercicio y deberes del orden". El presidente, como se acostumbra en estos casos, defendió su política de entrega del patrimonio nacional diciendo que era lo que le convenía al país: "lo que conviene a la Nación, según mi juicio, es entregar a la industria privada la construcción y explotación de las obras públicas que por su índole no sean inherentes a la soberanía, reservándose el Gobierno la construcción de aquellas que no pueden ser verificadas por el capital particular, no con el ánimo de mantenerlas bajo su administración, sino con el de enajenarlas o contratar su explotación en circunstancias oportunas, a fin de recuperar los capitales invertidos para aplicarlos al fomento de su Banco, a la unificación de su deuda y a la construcción de nuevas obras".
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En este contexto fue surgiendo la primera oposición seria al régimen con la creación de la Unión Cívica, un grupo político muy heterogéneo que expresaba a los diversos sectores disconformes con el régimen de Juárez Celman, al que consideran corrupto e irresponsable. Quedó constituida en abril de 1890 y sus dos máximos referentes fueron Leandro N. Alem y Bartolomé Mitre.

La Unión Cívica hablaba de revolución para derribar al régimen ilegítimo y denunciaba los negociados y las emisiones clandestinas de billetes. Se reclamaba decencia, sufragio libre y algo tan elemental como que se cumpliera con lo establecido en la Constitución Nacional.

En uno de los primeros actos de la Unión Cívica, en el Frontón Buenos Aires, decía Alem el 13 de abril de 1890: "¿Qué hacen estos sabios economistas? Muy sabios en la economía privada para enriquecerse ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya veis la desastrosa situación a la que nos han traído. Es inútil, no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de ministros; y expresándome con una frase vulgar, 'esto no tiene vuelta' [...]. No hay, no puede haber buenas finanzas donde no hay buena política. Buena política quiere decir respeto a los derechos..."

Los objetivos de Alem y de Mitre eran notablemente diferentes. Sólo coincidían en expulsar a Juárez Celman del gobierno. Pero mientras Alem quería elecciones libres y transparencia gubernativa, el mitrismo, aliado con el roquismo, pretendía recuperar el poder para colocarlo en manos confiables que aseguraran que nada cambiaría.

Tras varios "mitines", como se llamaba entonces a los actos políticos, la Unión Cívica decidió pasar a la acción directa. El 26 de julio se puso en marcha el intento revolucionario. El primer objetivo era tomar el Parque de Artillería en la actual Plaza Lavalle, para dejar sin armas a las tropas gubernamentales. Desde allí los rebeldes marcharían hacia la Casa de Gobierno y la Aduana.

Durante las primeras horas de la mañana del 26 de julio de 1890, el primer objetivo había sido alcanzado. El Parque estaba tomado y se había formado un gobierno provisorio con Alem como presidente. Por toda la capital circulaba un manifiesto de la Unión Cívica explicando su actitud: "No derrocamos al gobierno para derrocar hombres y sustituirlos en el mando: lo derrocamos para devolverlo al pueblo, a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la dignidad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República".

El general Mitre decidió, sospechosamente, ausentarse del país y toda la responsabilidad recayó sobre Alem. Don Leandro encabezó una Junta Revolucionaria que trató de encauzar la lucha que se prolongó por tres días.

El gobierno pudo controlar la situación y las fuerzas leales – comandadas por el ministro de Guerra, general Levalle, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña – lograron la rendición de los rebeldes. Lisandro de la Torre, uno de los revolucionarios, se exasperaba ante la actitud vacilante del general Manuel J. Campos: "Se ha hecho el cargo al gobierno revolucionario de que no ordenara imperativamente al general Campos que cumpliera el plan acordado, pero yo fui también testigo de que por lo menos del Valle y el doctor Lucio V. López cada vez que el general Campos se aproximaba a la puerta del Parque, lo instaban a atacar. Una vez les dijo: 'Ustedes son abogados y no les gustaría que un cliente les indicara el modo de dirigir un pleito; yo tengo la responsabilidad de este pleito, déjenme proceder'".

Es muy probable que esta actitud estuviera motivada por un pacto secreto de Campos con Roca, con el objetivo de provocar la caída de Juárez Celman pero evitando el ascenso de Alem. De esta forma los conservadores se deshacían del "Burrito Cordobés" y recuperaban para sí todos los resortes del poder. La Revolución fue derrotada, pero Juárez Celman, sin apoyos, debió renunciar. El sector conservador de la Unión Cívica, encabezado por Mitre, traicionó la revolución y negoció con Roca la asunción del vicepresidente Pellegrini.

Un testigo de aquellos años premonitorios decía: "El gobierno vencido dejaba una situación financiera perfectamente insostenible. Todo exhausto, bancos, tesorería, cajas nacionales, administración desquiciada, cúmulo de deudas impagas; y un pueblo que creía que con solo el hecho del cambio de gobierno volverían los tiempos pasados, de especulación, de insuflación en los valores y de derroche" (1).

En mayo de 1891 Alem fue electo senador nacional por la capital. Desde allí se opone a la política del acuerdo entre roquistas y mitristas, impulsando la interpelación del ministro del Interior, Julio A. Roca. Sus continuas y profundas críticas llevan en julio a la ruptura en el movimiento que había surgido para derrocar al juarismo. A menos de un año de la derrota del Parque, la Unión Cívica se divide en la Unión Cívica Nacional, liderada por Mitre y la Unión Cívica Radical, bajo la conducción de Alem. Comenzaba la larga lucha por el voto y contra el fraude, pero esa es otra historia.

(1) José A. Ferry, La crisis 1885-1892, Buenos Aires. 1893.

Clarín, 12 – 04 – 09

La Quinta Pata

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