domingo, 12 de abril de 2009

Fidelidad a una estética

Guardia Blanca

Jorge Consiglio

En la historia de la literatura, hay escritores que articulan un estilo distinto para cada obra; hay otros, en cambio, que acuñan una voz única para todos sus textos. A este último grupo pertenece Andrés Rivera, quien a lo largo de los años se fue asentando en una estética austera, que se plantea desde las primeras oraciones de sus textos. Esa voz distintiva se manifiesta, por una parte, en la sintaxis, en el empleo de oraciones cortas, con una fuerte impronta de sentencia que impregna incluso los diálogos y, por otra, en la elección de temas relacionados con la historia argentina. El punto de contacto entre estas dos cuestiones es feliz y verosímil; en ese cruce, justamente, se cifra el foco narrativo. En la obra de Rivera, la historia parece pertenecer a un estrato distinto de lo cotidiano: cada acto, por minúsculo que sea, se fuga hacia lo épico. Las acciones y el sentir de sus héroes son siempre intensos y maniqueos. Hasta las conductas más miserables están revestidas de trascendencia. En este sentido, su último libro, Guardia blanca, no constituye una excepción. Está formado por una novela, Despeñaderos , y un cuento, "Guardia Blanca". En el primer texto, Pablo Fontán, un anciano que está solo en su departamento en la ciudad de Buenos Aires mira la televisión, bebe whisky, hace memoria, se asoma por la ventana y observa el Río de la Plata. La figura de este personaje le sirve al narrador, que oscila entre la primera y la tercera persona del singular, para reflexionar sobre dos temas: la condición existencial que implica la vejez y la historia de la Argentina más reciente, que se introduce en el texto a través de la televisión o por medio de las rememoraciones de vivencias personales de Fontán. De este modo, se alternan la historia de sus encuentros en Montevideo con el escritor Jorge Onetti, el hijo de Juan Carlos Onetti, con el asesinato de María Marta García Belsunce. También el recuerdo de un viaje a Praga en el que se cruza con una guía cincuentona que habla un buen español y que le cuenta que "para sus padres, la ocupación nazi de Checoslovaquia fue la mejor época de sus vidas" se entrelaza con la muerte de Nora Dalmasso y las implicancias de ese clima anóxico de la cultura de los countries en que fermenta, entre el aburrimiento y la corrupción, la necesidad de matar. Otro ejemplo es el de la historia de Natalia Duval, una riquísima heredera de ochenta años que dirige una biblioteca popular en un barrio de Córdoba que se mezcla con lo que le cuenta a Fontán un amigo, José Luis Rauch, sobre un antiguo compañero de colegio que hoy es ingeniero agrónomo y explota en su campo de Despeñaderos a doscientos bolivianos.

En "Guardia Blanca", el cuento con el que se cierra el volumen, se narra la historia de un asesino a sueldo, Galimba, cuyas relaciones están ligadas al poder, y la de Emilio Jáuregui Pinedo, un militante comunista que fue secretario del Sindicato de Prensa. Además del tono, hay varios recursos que unifican a la novela y el cuento. Por ejemplo, el quiebre constante en la cronología y el entrecruzamiento de tramas; pero también se da otro que resulta singular: el empleo de elementos que funcionan como intervenciones artísticas: la foto de una pared con graffiti que aluden a los desaparecidos en Despeñaderos y los fragmentos de notas de diarios en el caso de "Guardia Blanca". La apuesta por la fragmentación resulta acertada: por una parte, amortigua con un velo sutil la contundencia del tono; por otra, el esfuerzo para lograr la cohesión del conjunto contribuye a incrementar la intriga.

Guardia Blanca es una obra armada con eficacia y escrita con destreza, un producto fiel a la estética de su autor, que sin duda no defraudará a quienes lo vienen leyendo.

La Nación, 11 – 04 – 09

La Quinta Pata

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