sábado, 4 de abril de 2009

El Mendozazo

Al cumplirse un nuevo aniversario de la gesta popular conocida como Mendozazo, ofrecemos a continuación un fragmento sobre el tema del libro Entre viñas, guitarreadas y revoluciones. Conversaciones con Ramón Ábalo, de Hugo De Marinis.

- ¿Por qué ocurre el Mendozazo?
- Decretaron un aumento tremendo de la tarifa de luz, no sé si del cien por ciento o una cosa así y la gente empezó a tirar la bronca, hubo movilizaciones, algunas espontáneas de vecinos en los barrios.

- ¿Estaban organizados en partidos o grupos políticos?
- No, en principio fue espontánea la bronca. En los barrios estaban las uniones vecinales, algunas de las cuales tomaron la problemática. En esa época las uniones vecinales tenían más preponderancia que ahora. Hasta que apareció el eslogan que fue el que aglutinó, “No pague la luz”. Se llenaron las paredes de pintadas con esa consigna.

- Que no era de ningún partido ni organización política.
- Si, era de la misma gente nomás. De todos modos, parte de este proceso lo tomó el Partido Comunista a través de algunos elementos que tenía, pero insertado siempre en la masa de la protesta, en los barrios y uniones vecinales. Hubo una convocatoria finalmente de ir a protestar ante la Casa de Gobierno, aquel día 4 de abril. Se dieron unas reuniones y asambleas un par de días antes en todas partes de la provincia, una cosa impresionante. La gente se empezó a concentrar desde temprano.. Mientras tanto ocurrieron hechos circunstanciales en eso de las marchas de la gente hacia la Casa de Gobierno. Uno de ellos fue que el gremio de maestros estaba de huelga, como siempre peleando por unos pesos más. En aquella época tenía el local sindical en la calle Montevideo, más o menos al 200. La CGT también había decretado una huelga. Cuando empezaron a llegar las columnas de manifestantes que venían de los cuatro puntos cardinales de la provincia, comenzó a actuar la represión contra las columnas antes de que se pudieran concentrar en la Casa de Gobierno. Una de esas les tocó a los maestros que estaban en la calle frente al local, pasó un camión hidrante y las empapó con un líquido azulado. Las maestras usaban entonces guardapolvos blancos que les quedaron a la miseria. Eso trascendió de inmediato a las columnas que se hacían presentes, así que te imaginás, más bronca todavía. El gobernador-interventor era Francisco Gabrielli, prohombre del conservadurismo mendocino.

- Ganso.
- Ganso puesto por la dictadura de Lanusse. Según se comentaba y después se supo, esa noche, al saber que iba a haber la concentración y que iba a ser masiva, de bastante envergadura, los milicos le exigieron a Gabrielli que fuera tomando medidas para reprimir inmediatamente que empezara a llegar la gente o aún antes de que llegara. A lo que, según se decía, Gabrielli se opuso y en la madrugada de ese día renunció. No recuerdo si tomó por su cuenta alguno de los milicos el reemplazarlo o después de Gabrielli entró otro civil.

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- Félix Gibbs, el interventor. También ganso.
- Gibbs, como miembro civil del gobierno militar. El gran despelote que se armó se dio porque Gabrielli no quería reprimir. Y cuando la gente ya estaba concentrada con toda su fuerza, tuvo que haber sido a eso de las diez de la mañana, mandaron la caballería, las tanquetas que tenía la policía y después hasta intervino el ejército. La gente estaba enloquecida, embroncada, embravuconada a tal grado que les comenzó a tomar las tanquetas a la policía y a dar vuelta todos los autos que estaban en la explanada, que eran de unos y de otros, es decir de laburantes y funcionarios.

- Como ocurre en toda rebelión, especialmente en las espontáneas.
Exactamente y se generalizó la gran bronca. Hubo represión, pero ganaron en ese momento toda la explanada, todo el ámbito en disputa, los manifestantes. Cuando vieron que ya no pasaba nada y se terminaba el asunto de a quién enfrentar, las masas se volvieron al centro. Y el despelote siguió: se quemaron trolebuses, micros, más autos y hubo saqueo de negocios.

Muy gracioso es algo que recuerdo en este momento. Un amigo que era también de la bohemia, el Toto Gioia, que sacaba como insignia fundamental de su vida el no haber trabajado nunca. Se sentía muy mal, se enojaba, cuando le preguntaban dónde trabajaba; él respondía: “yo no trabajo ni busco trabajo”. Después del Cordobazo y todos los otros “azos”, acá en Mendoza no pasaba nada. El Toto, en las esquinas, en los cafés y en los boliches solía repetir: “acá no va a pasar nunca nada porque son todos una manga de gansos. Los rusitos tienen un mapa de todo el mundo en el que van poniendo banderitas rojas acá y allá, Córdoba, Rosario, en Mendoza en la puta vida van a lograr poner una banderita”. Bueno, se equivocó porque vino el Mendozazo, que fue una épica popular real y concreta. Acá se estuvo casi una semana con ese asunto. Tuvieron que mandar, entre otros, a los famosos motociclistas de la Federal. Los hicieron mierda en Las Heras una noche. Porque hubo un muerto, se hizo el funeral y estos se quisieron meter. Los hicieron bolsa, los emboscaban en los barrios.

Yo estaba trabajando con este tipo papelero que te decía, Narváez, que se había montado una imprenta a instancias mías porque sacaba varios papeles. La imprenta la puso en una casona que alquiló en la calle San Martín, frente a La Plata, lindante a una que se llama, si no me equivoco, Gobernador González. Seguían las manifestaciones que venían encolumnadas de Las Heras y otros lugares hacia el centro. Seguía también la represión. Estaba Naman García no me acuerdo si como Jefe de Policía o era solo un comisario de la Cuarta o Tercera. Aquel vago que venía con nosotros era David Eisenclhas que era el marido de la Negrita Naman, hermana del comisario. Me acuerdo que venía una manifestación por la avenida San Martín un mediodía y la estaba esperando la cana por la calle Buenos Aires o Lavalle y nosotros nos metimos al frente de la columna y la misma Negrita Naman le gritaba como loca a su hermano, “¡hijo de puta, hijo de puta!”

No sé si ese mismo día yo había salido con el Negro Julio Castillo y otra gente y fuimos a San Martín y Espejo. No vas a creer que a alguien se le ocurrió que a un auto que estaba estacionado había que hacerlo mierda. Efectivamente, creo que otro o el mismo se pasó corriendo, se le prendieron unos cuantos, lo dieron vuelta, alguien con un puazo le dio al tanque, se regó de nafta y le pusieron un fósforo.

- Che, qué lúmpenes. ¿Era un auto burgués por lo menos?
- Me parece que era menos que burgués.

- No es que uno no haya hecho fechorías, pero esta corona todas. ¿Los que lo instigaron eran tipos conocidos?
- No, era gente que se había juntado. Te lo digo para diferenciar de lo otro más grueso y serio que te contaba de lo que fue la patriada. Este tipo de despelote también hubo. Toda la gente tenía la idea que había que hacer quilombo.

Yo no podía ir a trabajar porque los canas había taponeado los puentes del zanjón que comunicaban la Ciudad con Guaymallén. En esos días me habían puesto teléfono no sé después de cuantos años de haberlo pedido. Yo le había dejado el número a Narváez en la imprenta. El asunto es que después me enteré que llamaba y llamaba pero no había caso, las llamadas no entraban por alguna razón. Andaba inquieto porque hacía porque hacía dos o tres días que no iba, entonces llamé yo. Narváez me conminó a que fuera de inmediato. Me informó que habían sacado una edición de los quilombos de Mendoza. Le dije a Narváez, “pelotudo, pero no te has dado cuenta que hay censura de prensa. Bueno, ya me voy para allá a ver si puedo pasar”. Entre los papeles había un diario que se llamaba El Regional, salía de lunes a viernes. Eran cuatro páginas y nos habíamos agenciado una clientela en la Feria de Guaymallén, así que llevábamos el pasquín para allá con las cotizaciones de la fruta y de la verdura que nosotros publicábamos. A los ferieros les gustaba, nos ponían avisos y nosotros nos hacíamos unos manguitos.

Al final pude llegar. ¿Qué había pasado? Los vagos de El Andino, entre ellos nuestro compañero actual en La Quinta Pata, el Perro Alberto Atienza, creo que Morán también estaba, el Tableta Spedaletti que habían hecho su tarea en el diario para salir y como no se los dejaron sacar, se lo birlaron al censor y se fueron a lo de Narváez. Es decir, que lo que afanaron del taller de Los Andes, que era el mismo de El Andino, fue la composición en plomo, con el que se relataban las represiones que, después de tres días, todavía en algunos barrios como Pedro Molina y Dorrego de Guaymallén, había seria resistencia. Hicieron el pasquincito nuestro con ese material. El título más débil era “Mendoza, a sangre y fuego”.

- ¿O sea que el material de El Andino se lo afanaron y lo adaptaron para El Regional?
- Habían llevado los plomos, que ya estaban compuestos. Como director de El Regional figuraba un tal Figueredo. Yo le pregunté a Narváez si le habían avisado: “Se lo van a llevar en cana, huevón”. Así que ahí nomás fue y le dijo. Pero de todos modos el Narváez sugirió ponerse él mismo como responsable por si había algún lío. Yo me opuse: “No, vos tenés la imprenta, el taller, hay gente que trabaja, si vos te ponés de responsable también van a clausurar el taller. Hay que hacer una cosa. Cuando vengan les decimos que yo soy el secretario general. Como el director no está el responsable soy yo.”

Ves, como decís vos, siempre sacando pecho. Esa noche no pasó nada. Me quedé porque no se podía andar mucho por la calle. Había un pibe que era el cadete que a la mañana siguiente llegó temprano, vivía por ahí cerca y como habían sobrado unos ejemplares le propuse: “che, mirá nos vamos a hacer unos manguitos, vamos a poner un piolín ahí afuera de árbol a árbol y colgamos los periódicos que han quedado. Estoy seguro que se van a vender”.

- ¿Habían quedado esos ejemplares porque a pesar de la censura ustedes lograron distribuir el resto?
- Sí, habían distribuido y quedaban unos treinta, a un mango o cincuenta guita, algo era. No terminamos de colgarlo y no vino que pasó un miliquito, uno de civil de la seccional cuarta de la que nosotros estábamos como a unas diez cuadras. Nos empezó a retar, “pero ustedes no saben que esto que lo otro. Ahí discutimos un rato. Después dijo: me van a tener que acompañar porque esto no puede ser. Acá directivas concretas del Comando en cuanto a la prensa así que lo siento mucho”. Yo había llevado un paquete para llevar con todo lo que sacábamos, porque lo que nosotros hacíamos diariamente no tenía nada que ver con lo que salió ese día y también tenía como defensa que a nosotros no nos había comunicado para nada que no se podía salir con nuestro periodiquito. Pensé que sería un ir y venir, y punto. Me llevaron a la comisaría con el paquete y todo, pero me informaron que tenía que esperar un rato. Habrán pasado unos quince minutos y apareció un patrullero que me llevó a la Central. Ahí ya me figuré que me había metido en una huevada relativamente grave.

En un momento el jefe de esa parte de la repartición donde me encontraba y en el medio de un montón de gente que venía detenida, quería hacerme firmar un acta como que yo estaba preso por habérseme encontrado material subversivo. Yo le dije: “esto no lo voy a firmar porque lo que traído no tiene nada que ver con lo subversivo”. Como no firmé el acta el tipo me mandó de nuevo para adentro, que no era entre rejas sino en un patio. No se estaba mal y los otros iban saliendo de a poco. Fijate que de repente me di cuenta de un fenómeno que nos estaba pasando mientras nos encontrábamos en esa cana, pero que de algún modo es universal. El tipo que está adentro – el encanado – se las arregla para recibir información de afuera. Entonces en un momento dado sabíamos que desde donde nos encontrábamos nos llevaban al cuartel de la Octava Brigada en la calle Boulogne Sur Mer y que ahí se la pasaba muy bien.

En fin, llegó el mediodía y en esos días de abril hacía un frío tremendo. Cuando me había ido al pasquín el día anterior llevaba puesta una camisita, así que te imaginás el tornillo. Y si al mediodía estaba más o menos frío al atardecer se puso peor y yo ya me empecé a cagar de malo. Mientras tanto la gente salía y a mí no me tocaba. Me preguntaba, “¿a qué hora me llevan?” a sabiendas que en la Octava se estaba mejor. me encontraba muerto de hambre, de frío y para colmo se me habían acabado los cigarrillos, hasta que se hicieron las once de la noche, y yo solo ahí en el patio. Andaba un miliquito rondando entonces aproveché para preguntarle, “che, ¿qué pasa?, ¿está el jefe?, quiero hablar con él”. Me llevaron a verlo y lo primero que me dijo fue, “usted se va a quedar toda la noche al aire libre y se va a cagar de frío si se niega a firmar el acta”. Yo insistí en que la cosa no era así y el tipo, “si usted no firma el acta esa que está ahí, se queda”. Pensé, “ma’sí, que sea lo que sea, total después digo que me han apretado y listo”. Lo firmé y me mandaron: eran más de las doce de la noche. Después supe que habían allanado mi casa y se llevaron libros, un retrato de Fidel y otros materiales que para la cana eran elementos subversivos. Me di cuenta, además, que ya la cana me tenía fichado de subversivo o de comunista peligroso. Sigo con lo de esa noche.

Me subieron en un vehículo especial para llevarme al cuartel. Cuando llegué me vio un médico que me preguntó si me habían tocado. Le dije que no pero igual me revisó. Luego vino un oficial que estaba a cargo de la cuadra y medio una almohada, sábanas limpias, mantas y me ofreció de comer algo pero yo lo único que quería era dormir, descansar.

Así fue como, pelotudamente, fui el único periodista que cayó en cana durante el Mendozazo. Te cuento el final. Al otro día como a las seis de la mañana, todos estábamos durmiendo en la cuadra, cuando se escuchó un vozarrón que empezó a gritar: “Queremos saber por qué estamos acá”. Los vagos le contestaban de todos lados: “cállate viejo de mierda”. Era Ángel Bustelo, el viejo, como siempre encabezando líos y broncas. Entonces venía el oficial y le explicaba: “mire yo estoy a cargo de esto pero no tengo nada que ver así que deje descansar”, y el viejo que insistía, “dígannos qué hemos hecho”. No había cómo pararlo. Se acabó la huevada y tuvieron que bajar la tarifa de la luz.

Entre viñas, guitarreadas y revoluciones, Editorial Cuyún, 2008

La Quinta Pata

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