domingo, 26 de abril de 2009

La última camiseta del “Rengo Aguilera” está en mi guardarropa

Marcelo Padilla

Seré directo. Voy a hablar bien de un delincuente. Por esta vez, interpelo a los lectores a considerar la siguiente situación. Luego, si quieren, pidan pena de muerte para el “Rengo Aguilera” y para mí, esa que a muchos les ha copado la conciencia primitiva.

Lo que pasaré a relatar, no es más que un “acontecimiento” significante en plan de código futbolero. Algo así como una vivencia que te deja pensando oblicuo. Se sabe, En el “Barrio La Gloria” viven los culpables, hasta que demuestren lo contrario; esto es así también en otros barrios de similares características: Olivares, 26 de Enero, Pablo VI, Estanzuela, Campo Papa, la “Isla del Diamante” en San Rafael, entre otros. Son los barrios que mantienen en vilo “el estilo de vida del mendocino”. Por algo allí va Gendarmería, a guasquear pa`que tengan, a llenar la gayola de bicho raro. Son sus habitantes los portadores del “dengue cultural”; y el sida, en ellos, se parece más a un castigo divino bien merecido. Son pobres por castigo divino, pero en la tierra, su infierno… no está encantador. La sociedad ha decidido que no irán al cielo ni tendrán paz en la tierra. Del Barrio La Gloria salió también Diego Pozo, del pozo a la selección de Maradona. No todos pueden ser Diego Pozo y salir del pozo. A los manoduramens debería consolarlos por un rato. De a 60 por día es un buen numero. Igual, no hay cama pa`tanta gente. Pero el pescado se vendió, y para la política…estuvo.

Godoy Cruz-Gimnasia y Esgrima de Jujuy. Resultado final: 2 a 2. Sí, ese empate se festeja, como contra Boca en la Bombonera (el tomba es un club humilde y sus hinchas festajamos todo lo que suma, lloramos en las malas, pero alentamos). Salgo de la cancha con mis dos pibes y celebramos con unos choris, apenas nos expulsa la marea humana de la popular sur del estadio. “Hacéme precio que somos tres papi”, “dale, son quince mangos” me dice el chabón con tres cuerpos de Cristo ya listos en servilletas.

Rumbeamos hacia el carro aparcado en la puerta del Club Hípico, allí donde los caballos se atropellan las vallas. Nunca vi que las saltaran, limpiamente. Caballos cansados. Subimos con prisa para evitar pagarle a los apretadores que “cuidan” los autos ¡por 10 pesos! y lo logro. Esos diez pesos bien valen una gaseosa y un paquete de fasos en una estación de servicio cuando cae la tarde un domingo. Así es la jungla, en el parque, cuando hay fútbol.
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Inevitable prender la radio, escuchar la crónica del partido y la repe de los goles. Escucho del Plata, porque los gritan mejor. Volumen al máximo. Mucho calor, en cueros y…suspirando por el punto que suma. Seguimos la caravana a paso de hombre. Todo es azul y blanco. Parque copado, locales en rodeo ajeno. Intersección Museo Cornelio Moyano y calle ¿? que desemboca en Boulogne Sur Mer. Giro a la derecha hacia el Círculo Policial para luego encarar también a la derecha hacia el corredor del oeste. Pero ahí, nos atoramos. Quedo pegado al primer micro de los cinco que traslada a la hinchada del tomba, liderada por el “Rengo Aguilera”.

Los guasos imputables de 14 a 18 años piden por las ventanillas abrir el paso, a lo barra brava, puteando y amenazando. “El Rengo”, se asoma por el estribo y mira a sus lugartenientes y les dice: “ché, boludos, nada de escupir ni insultar a la gente”. Todos acatan la orden. Mi ventanilla baja me pone en contacto directo con la puerta de entrada al micro, justo frente al “rengo”. Lo miro, me mira. Me sale un “¡Rengooo!” y le prodigo una seña con el puño cerrado golpeando tres veces mi pecho, precisamente a la altura del cuore. “El Rengo” me señala y levanta el pulgar. Instintivamente agarro mi remera negra transpirada que llevaba en mi falda y se la tiro como ofrenda. Sus lugartenientes observan, con sospecha, mi actitud. ¡Gracias!, gritan varios. La escena duró 20 segundos. “El Rengo”, redobla la apuesta. Como puede, se saca su lujosa Athix azul francia, la que usan los jugadores para el entrenamiento, la original, la de 190 mangos. La hace un bollo con sus manos y me la tira. Con mi mano izquierda, ya andando, atrapo en el aire la camiseta y se las doy a mis pibes. Código 100%. La camiseta húmeda era nuestra. “No hay que lavarla” me dice mi hijo mayor. Y ahí está, en mi guardarropa, testimonio del aliento.

A la semana, por la crónica policial, me entero que “el rengo” cae preso por circular con una Explorer robada con pedido de captura, luego de un operativo vial en la puerta de su barrio. Y la noticia es epidemia, como el dengue, en los policiales y suplementos deportivos de una treintena de diarios del país. Sin embargo, la camiseta no se mancha ni se lava. El atuendo no va a parar a la cana. Queda en casa, para siempre, en libertad.

MDZ Online, 26 – 04 – 09

La Quinta Pata

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