Carlos Del Frade
El verdadero boom económico de los últimos veinte años es el narcotráfico. La cocaína y la marihuana aumentaron su circulación en por lo menos veinte meses en casi todas las provincias argentinas. Un crecimiento que no tiene parangón con ninguna otra actividad que se desarrolla en el país.
Semejante multiplicación no es posible sin el auspicio o la complicidad de ciertos nichos de las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales que dicen cuidar la salud de los habitantes del país estragado.
Policía Federal, Gendarmería y Prefectura, entre las nacionales, y las distintas policías provinciales forman parte del problema cuando en realidad, en la teoría, deberían ser parte de la solución.
Pero si es harto evidente que existe esta complicidad porque si no sería imposible semejante aumento del consumo, la circulación y la exportación de las sustancias psicoactivas también es necesario apuntar a los bolsones de corrupción y connivencia en los distintos poderes políticos que están diseminados a lo largo y ancho de la Argentina.
El narcotráfico es un gran negocio pero también es una fenomenal herramienta política cultural de domesticación.
El sistema hace cuentas y saca conclusiones.
Inundar las grandes ciudades con droga de mala calidad no solamente ayuda a engrosar distintas cajas sino también a convertir a los pibes en dependientes químicos y aislarlos de prácticas políticas y sociales que cuestionen de fondo la estructura del presente.
El sistema no quiere repetir la experiencia de los años setenta.
Elige sembrar droga, hacinar a los pibes en las cárceles y evitar que se vuelvan a enamorar de la palabra revolución.
Por eso el paco llegó para reforzar esta práctica.
De allí que resulte interesante observar cómo ciertos representantes de algunos partidos políticos con experiencia en distintas áreas del estado hablan de las consecuencias del paco pero nunca de sus causas y canales de comercialización.
Los comentarios provienen de la principal ciudad de la Argentina.
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