Mónica Rivero Cabrera
La Habana. En un escenario de lucha signado por una voluntad de liberar al ser humano de una serie de ataduras que lo someten comprometiendo su libertad y el ejercicio de su pensamiento, es indispensable prestar atención al plano de la cultura y el saber en reconocimiento de la necesaria dimensión epistemológica de todo esfuerzo por hacer una transformación revolucionaria.
La mirada que las ciencias en general y las sociales dentro de ellas hacen a la realidad ha tenido la deformación de no desprenderse de la regla y el cálculo; de tratar de definir la realidad desconociendo su naturaleza inestable y siempre en proceso. Se han impuesto arbitraria ―cuando no violentamente― esquemas reduccionistas que simplifican la riqueza de lo real a categorías excluyentes.
Estas tendencias iluministas y la fuerte presencia de métodos positivistas plagan nuestras ciencias sociales, haciendo que su lógica de trabajo contribuya muchas veces a la reproducción de la hegemonía.
Los estudios sociales en América Latina tienen hoy el reto de establecer sus propias agendas, con autonomía, de acuerdo a las prioridades de los procesos que tienen lugar en la región. Deben también desterrar rezagos eurocentristas y comenzar a mirar nuestras sociedades y sujetos con ojo crítico y, sobre todo, propio. La academia puede reivindicarse de su condición de escenario de perpetuación de cánones conservadores que, según Boaventura de Sousa Santos, en ese sentido ha sido igual o superior a las Fuerzas Armadas o la propia Iglesia. Es saludable para la lucha en el escenario epistemológico que el saber trascienda los muros de la academia, que el conocimiento se construya de manera colectiva y participativa y se extienda a la gestión práctica.
La ciencia debe enriquecer el método en coherencia con la riqueza y complejidad de esa realidad que pretende “observar” o “describir”; superar la parcelación científica y sustituirla por una perspectiva transdisciplinar que permita la interpenetración de saberes que han sido separados en diferentes campos de estudio cuando lo cierto es que conviven en un mismo y complejo entramado.
Nuestro contexto llama a refundar la utopía, necesaria ante un discurso neoliberal justamente marcado por una anti-utopía, por pesimismo, determinismos fatalistas que nos imponen la idea de que los fenómenos en la sociedad son de carácter natural e incuestionable, que es imposible subvertir o modificar el orden de cosas existente y que no hay alternativa posible ante un mundo plagado de injusticia y desigualdades.
El individuo debe dejar de ser reducido a ente mesurable, a simple estadística. El mundo, hoy más que nunca necesita que nos miremos a nosotros mismos como lo que somos: seres humanos. En un contexto de lucha ideológica las ciencias deben repensarse, despojarse de lastres iluministas y esquemáticos ―que encima reproducen el discurso hegemónico― y asumir una condición de herramienta, de canal que conduzca hacia un saber sin cadenas, para y por hombres y mujeres sin cadenas, que no se estudien a sí mismos y lo que les rodea como observando elementos acabados, sino en pleno reconocimiento de que se trata de algo en constante proceso, en incesante devenir. Esto, lejos de hacernos el camino tortuoso, nos devuelve la grata esperanza de que hay alternativas, de que es posible algo mejor; y con eso, la garantía de que vale la pena soñar y luchar por lo que se sueña.
La Jiribilla, 13 – 09 – 09
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