Penélope Moro
Pensado de un modo más bien ligero, en cualquier parte del mundo resultaría más que curioso que existan sectores que nieguen la loable oportunidad de dejar sin vigencia a la deplorable ley que ordena el sistema mediático argentino desde la última dictadura. Sin embargo, y ya fuera de toda ingenuidad, recordamos los beneficios simbólicos y materiales que esta impuesta forma de comunicación significa para los interesados en perpetuar el modelo de dominación económico y social que representa el neoliberalismo.
Por lo tanto, ya no suenan tan extraños los argumentos “antipropuesta” de un proyecto de ley surgido de verdaderos valores democráticos que concibe a la información como un derecho humano y no como una mera “mercancía” o, fatalmente, como una herramienta de “seguridad nacional”.
El disciplinamiento social a través de los ataques contra la libertad de expresión que resultó del Decreto-Ley de Radiodifusión ideada por personajes de la estirpe de Videla y Martínez de Hoz, se completó en años de democracia, especialmente durante el impúdico menemismo. Ante la sed de hacer penetrar el modelo neoliberal se avaló, profundizó y amplificó la nefasta ley, posibilitando la concentración, privatización y extranjerización de los medios. Su logro se materializó en la configuración sin precedentes de un nuevo poder político y económico: los oligopolios mediáticos.
En este marco, los empresarios de medios a través de sus pantallas, antenas y páginas dicen lo insuficiente y muestran lo conveniente. Callan lo imprescindible y ocultan lo verdadero. Por estos tiempos se ha dicho que vivimos una realidad que condena al silencio. Niegan esta afirmación aquellos engañados y mal criados bajo el paradigma de la falsa libertad de expresión, del inexistente periodismo independiente y de la ilusoria idea de objetividad. Pero es tan cierta como la abundancia del ruidoso contenido mediático imperante, que carece de la mínima representación de los verdaderos intereses sociales.
Hoy distorsión, manipulación, distracción, irreflexión equivalen a omisión, a silencio. Así lo planearon los grupos económicos que perpetúan su poder a través de la connivencia con la corporación mediática. Invisibilizando todo aquello que resulte amenazante para su continuidad en el poder. Dejándose para sí las palabras. Todas las palabras que vastos sectores de la sociedad pretenden dar a luz y así dejar atrás un modo de comunicación que se opone a todo mandato democrático.
Pluralidad y diversidad de voces, reivindicación de la producción cultural y popular, participación y control comunitario y social en las políticas comunicativas, proclaman quienes comprenden el sustancial valor de tomar la palabra. A pesar de aquellos que la atesoran porque también son conscientes de su valor.
Río de palabras, 08 – 09 – 09
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