Julio Coronado
Prinn, Prinn, cargué mi celular con un sonido igual al de los teléfonos amarillos esos que ponía ENTEL. Me hace acordar a cuando era chico y corríamos con mis primos y hermanos cada vez que sonaba el teléfono. Ahora lo uso para levantarme, es raro y es lindo. Siento que me llaman, esta vez es el verdadero teléfono. Llego hasta donde está el aparato y miro la pantalla del identificador de llamadas. Es mi madre. ¿Qué hago? ¿Atiendo o no atiendo, es la cuestión? Shakespeare está todos los días presente en nuestras vidas, me decido y pulso on. Del otro lado: su voz. “Nene podés venir a casa, no sé qué toqué. Y ahora las letras del visor del celular, parecen estar en árabe”. Le contesto con un suspiro y salgo directo a mi nostálgico y ochentoso hogar. Son unas cincuenta cuadras. Decido caminar, el transporte público no es lo mío. Cargo música en mi reproductor de mp3. Busco mi campera, salgo y apenas doy un paso pienso lo que estoy haciendo. ¿Si tengo un celular con mp3, para qué llevo el reproductor? Vuelvo sobre mis pasos, me siento. Las creencias supersticiosas del ser humano son tan necesarias en estos tiempos donde no se cree en nada, tanto como los celulares de última generación. Paso la música al aparatito y sigo mi camino.
A las cuadras de caminar siento un ruido metálico pero suave por detrás mío y a la vez se oye un “permiso”. Es un chico de quince años, un poco entrado en kilos, subido a un monopatín con motor. Ja, río dentro de mí. El colmo de los colmos, una tomada de pelo al monopatín y al caminante. Pero es así. A nuestra ciudad todavía no llegan los transportadores personales, esas especies de atriles con dos ruedas de cochecito de bebé antiguo, que están superpoblando las ciudades más ricas del planeta, aunque también están presentes en el continente con mayor desigualdad social del mundo, el nuestro. Mientras observo cómo se aleja el muchacho del monopatín pienso en Borges y sus apreciaciones acerca de algunos avances tecnológicos. Y en su afirmación de que el libro era el único invento del hombre, una prolongación de la imaginación.
Apuro el paso, dejo los auriculares dentro de la campera y sigo con el sonido ambiental, me gusta escuchar la jungla de metal, ahora la jungla de los ringtones. Si uno presta realmente atención a la cantidad de sonidos que andan flotando todo el tiempo podría hacer un inventario tan grande como cualquier enciclopedia de las de antes, de las de tapas duras y láminas grandes. Ahora con sólo poner “Mapas” en google, sale todo. Todo, esa es la palabra, parece, a la que aspiran los avances tecnológicos. A llenar todas las necesidades de información y si es posible en un sólo aparatito. En las películas de ciencia ficción todavía no sale el microondas-teléfono-mp3. Pero seguro que en cualquier momento nos van a sorprender. Y por supuesto, Sony lo va a lanzar a la venta.
Después de caminar más de una hora llego a casa de mi madre, un departamento, en la zona chic de la ciudad. Me dirijo al portero y lo están cambiando por uno con cámara. Ya nadie confía en la voz, ahora la gente se quiere ver. Justo al lado de los técnicos está parado don Aníbal, el encargado de toda la vida. Me dice que pase, cruzo la puerta y escucho que me llama “dígale a su madre que hoy es mi último día, me cambiaron por una empresa de seguridad, y también que tiene que venir a registrar su huella digital, ya no se va a usar más llave para entrar”.
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