jueves, 10 de septiembre de 2009

Un día tonto

Julio Coronado

Prinn, Prinn, cargué mi celular con un sonido igual al de los teléfonos amarillos esos que ponía ENTEL. Me hace acordar a cuando era chico y corríamos con mis primos y hermanos cada vez que sonaba el teléfono. Ahora lo uso para levantarme, es raro y es lindo. Siento que me llaman, esta vez es el verdadero teléfono. Llego hasta donde está el aparato y miro la pantalla del identificador de llamadas. Es mi madre. ¿Qué hago? ¿Atiendo o no atiendo, es la cuestión? Shakespeare está todos los días presente en nuestras vidas, me decido y pulso on. Del otro lado: su voz. “Nene podés venir a casa, no sé qué toqué. Y ahora las letras del visor del celular, parecen estar en árabe”. Le contesto con un suspiro y salgo directo a mi nostálgico y ochentoso hogar. Son unas cincuenta cuadras. Decido caminar, el transporte público no es lo mío. Cargo música en mi reproductor de mp3. Busco mi campera, salgo y apenas doy un paso pienso lo que estoy haciendo. ¿Si tengo un celular con mp3, para qué llevo el reproductor? Vuelvo sobre mis pasos, me siento. Las creencias supersticiosas del ser humano son tan necesarias en estos tiempos donde no se cree en nada, tanto como los celulares de última generación. Paso la música al aparatito y sigo mi camino.

A las cuadras de caminar siento un ruido metálico pero suave por detrás mío y a la vez se oye un “permiso”. Es un chico de quince años, un poco entrado en kilos, subido a un monopatín con motor. Ja, río dentro de mí. El colmo de los colmos, una tomada de pelo al monopatín y al caminante. Pero es así. A nuestra ciudad todavía no llegan los transportadores personales, esas especies de atriles con dos ruedas de cochecito de bebé antiguo, que están superpoblando las ciudades más ricas del planeta, aunque también están presentes en el continente con mayor desigualdad social del mundo, el nuestro. Mientras observo cómo se aleja el muchacho del monopatín pienso en Borges y sus apreciaciones acerca de algunos avances tecnológicos. Y en su afirmación de que el libro era el único invento del hombre, una prolongación de la imaginación.

Apuro el paso, dejo los auriculares dentro de la campera y sigo con el sonido ambiental, me gusta escuchar la jungla de metal, ahora la jungla de los ringtones. Si uno presta realmente atención a la cantidad de sonidos que andan flotando todo el tiempo podría hacer un inventario tan grande como cualquier enciclopedia de las de antes, de las de tapas duras y láminas grandes. Ahora con sólo poner “Mapas” en google, sale todo. Todo, esa es la palabra, parece, a la que aspiran los avances tecnológicos. A llenar todas las necesidades de información y si es posible en un sólo aparatito. En las películas de ciencia ficción todavía no sale el microondas-teléfono-mp3. Pero seguro que en cualquier momento nos van a sorprender. Y por supuesto, Sony lo va a lanzar a la venta.

Después de caminar más de una hora llego a casa de mi madre, un departamento, en la zona chic de la ciudad. Me dirijo al portero y lo están cambiando por uno con cámara. Ya nadie confía en la voz, ahora la gente se quiere ver. Justo al lado de los técnicos está parado don Aníbal, el encargado de toda la vida. Me dice que pase, cruzo la puerta y escucho que me llama “dígale a su madre que hoy es mi último día, me cambiaron por una empresa de seguridad, y también que tiene que venir a registrar su huella digital, ya no se va a usar más llave para entrar”.
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Por fin llego. Mi madre atiende la puerta. “Hola nene”. Le pido su celular y se lo configuro nuevamente en español. Me agradece invitándome a cenar. Un pollo con papas precocinado que compró en el supermercado. La alarma de mi teléfono suena. Tengo que volver a casa. Hoy por la noche nos juntamos con mis amigos a jugar a las cartas o al ajedrez, creo que vamos a optar por el milenario juego de estrategia militar, dos de mis amigos están fuera del país y podemos hacerlo todos por Internet. Con una simple camarita, varios litros de café y buena predisposición todo se arregla.

La intención de hacerme una comida fue buena, pero el pollo era lo mismo que masticar una almohada vieja. Un prototipo de comida. La vuelta no la pienso hacer caminando, tomo un colectivo, tengo monedas y puedo viajar. Ya no es como antes, cuando el chofer te daba el vuelto en la parada antes de bajarte. Ahora si no tenés la cantidad de monedas exacta o un poco más, los productores de tecnología no entienden de vueltos, no se puede viajar.

Desde las ventanas del colectivo veo las publicidades callejeras: telefonía celular, servicios @ bancarios, empresas de servicios y los medios de comunicación publicitan solamente entretenimiento. Las otras cosas que uno puede llegar a necesitar para realmente vivir se pueden buscar donde siempre. Carnicerías, verdulerías, zapaterías. En este lado del planeta, esta clase de productos necesita de seres humanos para venderse. Seguramente uno puede darse el lujo de pedir un kilo de tomate perita por teléfono o encargarlo por internet en los supermercados, pero no va poder tocarlos u olerlos y para eso no hay como el buen argentino para agradecer o insultar al gobierno de turno, por el precio, la maduración y hasta la yapa que le da el verdulero. Con los zapatos pasa lo mismo. Existen miles de personas que calzan 42 pero no todos tienen el mismo pie. Por eso los avances de la tecnología sí pueden hacer algo, pero no reemplazar al vendedor y al azar de comprar zapatos o tomates.

Llegué a mi casa un poco tarde, mis amigos me esperaban en la puerta y les pregunté si me habían esperado, me dijeron que no se dieron cuenta del tiempo, llevaban horas jugando con sus consolas personales de Nintendo. El tiempo no pasa si no se consume, pienso, y jugar no es consumir. El consumo fue cuando se pagó, lo que se carga se puede conseguir por izquierda, se puede piratear, en estos tiempos difíciles y posmodernos lo que vale es la imagen, y la imagen en todos sus sentidos vale por su calidad, no es lo mismo una consola japonesa que una imitación. No es lo mismo, como la canción, ahora ya no pienso en Shakespeare sino en Alejandro Sanz y esa canción horrible que nos inundó desde todas partes del mundo unos veranos atrás.

Jugamos y mi amigo que está en Israel gana el pequeño torneo, pero tiene que apagar su computadora. En la zona donde vive, cerca del territorio palestino, de noche se apaga todo, por miedo a los misiles que buscan calor y a los francotiradores. Siguen pasando los años, sigue muriendo gente por guerras pero no importa, la tecnología que inventen los militares será reciclada durante los próximos años y seguramente la compraremos para escuchar música o llamar a nuestra madre y preguntarle cómo se cura el empacho.

La Quinta Pata, 10 – 09 – 09

La Quinta Pata

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