Rodrigo Farías
En la Mendoza brutal clase y racismo pululan en una misma página. Mientras más pobre más negro, mientras más negro más peligroso. El abuso muchas veces es fundamentado tras la talla de los genes. Trabajo servil, indocumentado, ocultado, de seres humanos que también lo están. Racismo y explotación; causas y consecuencias se alimentan mutuamente.
Segregacionismo, esclavitud. Efigies de una tierra que adopta la insensibilidad y la injusticia como blasón. Pero nada de esto carece de fundamento, la xenofobia es meditada con calculadora en mano por quienes se han arrogado el sentido del cómputo. Cada insulto, cada “bolita” o “boliviano de mierda” profesado es el correlato de un derecho laboral violado. Para aquellos que dominan, la discriminación se vuelve un gesto cultural necesario para el mantenimiento de las injusticias.
Construcción, empleo doméstico, cosecha. Bolivia. En la urbanidad de todas las edificaciones, oscurecida bajo sus coquetos revestimientos, están impresos a fuego de cemento los dígitos de manos bolivianas. Exquisitos perfumes y sábanas blancas son obrados por mujeres que son empleadas pero que resulta mejor imaginar como sirvientas. En las sombras de la tierra del “buen sol”, los taninos de los vinos que producimos para Europa y el primer mundo, poseen el amargo sabor de la explotación del trabajo golondrina.
¿Hasta dónde va a llegar esta subordinación perpetua, este odio esquemático? Solo en un dominio en dónde la representación se encuentre centralizada de una manera paroxística, tal como aquí ocurre hasta el momento, se pueden lograr unos valores tan inhumanos de relación y sometimiento. Y en este asunto el poder mediático corporativo concentrado ha jugado un rol determinante.
Se requiere de un gran poder comunicacional para lograr que un sujeto pueda sentir vergüenza por su color de piel, condición y origen social. Para que otros sujetos sientan un encono tan desvergonzado contra la pobreza, la tez oscura y la nacionalidad de ciudadanos de un país hermano. Sólo un poder persuasivo constante y epidérmico, un verdadero aparato, puede lograr que un gentilicio sea convertido en insulto. En este tipo de barbaridades es donde se asientan las bases, los odios necesarios, de los plafones indispensables para futuras represiones, potenciales genocidios.
Véase por dónde transitan las generalidades de nuestros íconos. Préstesele suma atención al pulso del humor, sus intensidades y regularidades. Evalúese cuáles han sido los puntos más álgidos de las mediciones de audiencia y ratings desde los noventa al presente. Las conclusiones pueden ser aterradoras. Está bien, a veces no está mal temer por las imágenes que emanan de los reflejos.
Río de Palabras Nº 5, 15 – 10 – 09
No hay comentarios :
Publicar un comentario