domingo, 11 de octubre de 2009

Dios estaba en el banco: entró y se llama Palermo

Ezequiel Leone

El Titán tuvo otra noche de película y, con su gol, sacó a Maradona del fondo del mar. La Selección volvió a mostrar todas sus falencias ante un equipo débil pero ganó y se acercó a Sudáfrica 2010.

El diluvio universal que cayó en los últimos minutos sobre el Monumental era la pintura exacta para un barco que se hundía inexorablemente. El cabezazo de Juan Carlos Rengifo era el castigo para un equipo, el de Maradona, que nunca supo cómo convertirse en tal.

Pero, paradojas del destino, Martín Palermo tenía preparado otro final para aquel escenario. Entonces, la lluvia fue apenas un detalle que le agregó dramatismo y color a la épica.

El fútbol será la dinámica de lo impensado y constelación de estrellas sin brillo que comanda el Astro podrá parecerse a una kermese. Aunque con el Titán nada es tan definitivo. Y así, lo que era sufrimiento se convirtió en alegría; en un nuevo capítulo para una película inagotable. Ni siquiera un gol de cabeza desde 40 metros (como el que le hizo a Vélez apenas seis días atrás) es un impacto lo suficientemente fuerte como para frenar ese instinto serial que lo convierte en único.

Tanto que, con su mágica aparición, Argentina está apenas a un empate de Sudáfrica 2010. El módico precio podrá ser un trámite o una quimera de acuerdo con las prestaciones propias en rodeo ajeno. Obvio, el Centenario es un estadio con mística y, Uruguay, un rival complicado y necesitado.

El fin no justifica los medios y, cuando se desaceleren las pulsaciones, Diego Maradona tendrá mucho trabajo. Es que la Selección deberá experimentar un cambio de 180 grados para justificar sus pretensiones mundialistas. La coyuntura y la complejidad de la cita, obligan a reconocer buenos síntomas en el primer tiempo contra Perú: circulación de pelota, vértigo de tres cuartos de cancha para adelante y generación de situaciones claras de gol. Faltó puntería, claro, para capitalizar ese dominio. El complemento arrancó con el tempranero gol de Higuaín y, después, Argentina volvió a mostrar su peor cara.

Un rival débil, casi sin proponérselo, pegó un tiro en el travesaño, dispuso de un mano a mano que evitó Romero con los pies y convirtió el gol del empate en el momento menos pensado. Todas señales inequívocas de las fallas propias de un equipo que carece de la jerarquía que anunciarían sus nombres.

Obvio, que Dios estaba en el banco. Y no era Maradona. Palermo santificó su nombre en una noche y disipó los nubarrones. Los más memoriosos recordarán la corajeada de Passarella que Gareca transformó en empate y clasificación hacia México 86 justo ante el mismo rival. Los más jóvenes relatarán cien mil anécdotas de un rubio goleador. Poco ortodoxo; histriónico y a veces, bizarro. Pero único, genial y, por suerte, argentino.

El Argentino, 11 – 10 – 09

La Quinta Pata

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