Ramón Ábalo
Allá lejos y hace tiempo (Con permiso de W.Hudson)
Hace algo más de medio siglo – allá por l954 – y casi por casualidad, inicié la carrera de periodista en el que fuera, en aquel momento, el Diario La Libertad, empresa con una estructura técnica similar a la de Los Andes, aunque con menor poder financiero. El diario pertenecía a lo que se llamaba la cadena, o sea un multimedio del oficialismo peronista (tomemos nota, porque si Perón pudo imponer una política social antioligárquica es porque logró munirse, también, de un aparato de prensa propio). Recuerdo que tuve un gran maestro, Manolo Pérez Sande, brillante en su escritura, de gran saber profesional. Mucho después en el Diario Mendoza, hacía una columna denominada Charlas de café, una joyita, que muchos quisimos imitar. Pero claro, es al ñudo, nunca segundas partes son iguales. Paralelamente al inicio periodístico, inmediatamente después del golpe del 55, me tenté con la convocatoria de otro compañero, Guillermo Cusnaider, en ese entonces secretario general del Sindicato de Prensa. El golpismo lo metió preso y lo marginó del gremialismo, pero me pasó la posta a mí, que tomé sin titubear. La verdad, no fue para nada una decisión ni tan siquiera audaz. El militarismo golpista antiperonista, sus secuaces, comparados con los del '76, fueron como niños de pecho. Mi carrera gremial no tuvo tropiezos y ya en el '56 habíamos recuperado los gremios y la CGT. Paradójicamente lo crítico no fue – lo comprobaba paulatinamente – enfrentar a la patronal o a los personeros de la dictadura, sino a la conciencia desclasada de los compañeros y colegas periodistas. No se equiparaban a otras fuerzas del trabajo con claros perfiles combativos, como los de la construcción, los contratistas de viñas, los metalúrgicos. Mi prédica por una pelea más colectiva y combativa caía en saco roto. En el afán de convencer repetía que nosotros los escribas éramos laburantes como cualquiera de pico y pala, tan solo que con una máquina de escribir y que debíamos luchar para que el salario estuviera a tono con el esfuerzo que hacíamos y reclamar porque se nos pagara por la fuerza de trabajo que entregábamos y que quedaba al arbitrio de la patronal. Que teníamos que desterrar esa especie de aureola que supuestamente nos hacía privilegiados de un status quo parecido a la santidad pero muy a propósito de los intereses del capital empresario. Pero fue en vano. No pasé del discurso.
Y esto viene a cuento por la realidad actual de los laburantes, incluida la de los periodistas. Como no estoy retirado tengo conocimiento de los costados oscuros de la profesión, como es la explotación laboral y salarias de las empresas, hoy en día oligopólicas o monopólicas. Tal vez lo más emblemático sea aquello de las supuestas cooperativas en que se encuadra al empleado, lo que significa un recorte tajante de la paga en cuanto queda excluido de todo tipo de beneficio y seguridad social, como la jubilación y la obra social. O las pasantías, que es nada más que mano de obra gratis con el cuento del aprendizaje. Al menos, en aquella época regía a rajatablas el estatuto y los convenios se discutían anualmente, por lo que medianamente los salarios y las condiciones laborales alcanzaban cierto nivel adecuado. Pero en nuestra tarea las reivindicaciones eran el producto de la acción y la política del Estado de Bienestar, que eso era el peronismo, y no el de la lucha. Esta certidumbre me lanzó al ruedo político, entendiendo que la protesta es social, pero que las soluciones se logran en las batallas políticas.
Aquellos compañeros de aquellos tiempos rechazaban ir un poco más allá de la simple protesta, temerosos del poder patronal y menos cuestionar aspectos de los contenidos, aunque les parecieran aberrantes o falaces. Y a lo que parece, esa conciencia desclasada luce con mayor exuberancia en la actualidad, cuando las massmedia, por ser tales, son poderosas económicamente y avanzada cotidiana de sus ambiciones de sumar el poder político, lo que les daría la hegemonía y decidir de la vida y la muerte, el destino universal del ser humano. De todos modos, es más que legítimo afirmarse en el espacio que nos permite la sobrevivencia nuestra y la de nuestros seres queridos. Pero ojo muchachos de la pluma y la palabra, el ejercicio del periodismo no es un ejercicio inocente ni ingenuo en cuanto sí es un quehacer político por toda la carga de subjetividad que ello conlleva.
Mi tía Eulalia, que tenía poca letra, solía decirme: "Muchacho, si no gastás las alpargatas es porque andás de rodillas".
La Quinta Pata, 08 – 10 - 09
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