domingo, 4 de octubre de 2009

Nadie cantó a la libertad como ella

Mercedes Sosa

Victor Pintos

Al volver del exilio, cada palabra que ella cantaba tenía un peso especial.

El exilio había sido muy duro para ella. Fue tristeza y dolor. Algo de eso me contó aquella tarde, en aquel primer reportaje que me dio. Muchos años después, en el 2000, cuando estaba terminando de recuperarse de un trance que estuvo a punto de costarle la vida, me confesó que su tremenda angustia que había explotado en malestares físicos venía de aquel tiempo.

Mercedes no parecía la enorme mujer que la noche anterior había hecho vibrar a dos mil doscientos privilegiados que habían podido verla, en vivo y en directo, en el Teatro Ópera, en uno de los conciertos de su retorno al país. Promediando la tarde de ese sábado apareció en el living de su departamento de la calle Carlos Pellegrini casi Arroyo, al final de la avenida 9 de Julio, con un sencillo batón a lunares y con pantuflas, detalle que parecía volver más pequeña su humanidad de apenas 1,60. Y arriba del escenario luce tan enorme, pensé cuando me acerqué para saludarla.

Era el verano del ’82. Cuando estaba por iniciar la charla que tendría el formato de una entrevista, me sorprendió con un gesto de confianza para conmigo, que a fin de cuentas era un periodista hasta hacía minutos desconocido. Me acercó un papel y me dijo: –Me escribió Yupanqui. Leí. La carta, escrita de puño y letra, había llegado desde París y hablaba de un deseo de éxito en los conciertos del regreso. Alguna vez había leído por ahí que Atahualpa Yupanqui y ella estaban distanciados, y ese texto íntimo lo desmentía de forma abrumadora. Yupanqui la trataba cariñosamente. Le decía “hermana querida” o algo así.

Estaba claro que para el padre del folklore argentino, el regreso de Mercedes a su tierra era importante. Y no sólo lo era para él; también lo era para cada uno de quienes nos sabíamos sobrevivientes de una noche de terribles tormentas y soñábamos, por qué no, con el comienzo de un nuevo buen día. Ella podía cantar por todos. Justamente por eso tenía sentido que hubiera puesto en su repertorio de ese momento aquella Fuego en Anymaná escrita por Armando Tejada Gómez que en un tramo decía: “Déjenme estar de solo estar, viendo el sol nacer; yo quiero ver, en mi país, el amanecer...”. El amanecer. Eso.
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En rigor, cada letra cantada por Mercedes en esas horas tenía un peso especial. “Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar, y una hermana muy hermosa que se llama libertad...”, afirmaba en el cierre de la milonga Los hermanos, de Atahualpa Yupanqui, y la estrofa no sonaba igual que antes, la palabra libertad en su boca era un mazazo más en una pared tambaleante.

En aquel encuentro que tuve con Mercedes –por gracia del destino, el primero de una lista que sería muy grande con el paso de los años– ella no sólo habló de lo que sentía en esas horas sino que también cantó. El grabadorcito a casete guardó todo. Tiempo después, cuando me hice habitué de su intimidad familiar, vi que siempre cantaba. Vivía escuchando música, sobre todo música nueva, y cantaba todas las canciones de las que se enamoraba. Eso hay que dejarlo contado.

Aquella primera entrevista mía fue para El Expreso Imaginario, en principio una revista de rock, y a nadie le sorprendió: había sido ella, sobre el escenario, quien había comenzado a tener gestos de amor hacia las nuevas generaciones y las nuevas músicas del país. Es bien sabido que en aquellos conciertos del Ópera invitó a artistas del rock como León Gieco y Charly García, junto a otros como Antonio Tarragó Ros y Rodolfo Mederos, tal como quedó registrado en el antológico álbum doble en vivo Mercedes Sosa en la Argentina. Poco después se hizo habitual que colegas suyos, jóvenes y ya no tanto, del folklore y no, pudieran sumarse a sus presentaciones. Ese es otro aspecto de su caminar que algún día se tendrá que valorizar de manera adecuada. A cuántos artistas Mercedes les abrió, generosa, su escenario. Lo hizo hasta con los Illia Kuriaky (¡sí, ellos!) en el ’91, cuando Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur eran todavía más niños que adolescentes y acababan de grabar Fabrico cuero, su primer disco.

En el tiempo de su retorno y en los meses posteriores, Mercedes fue amada, reconocida y también muy popular. Su disco doble en vivo vendió 300 mil unidades en su primera temporada. Fue número uno de ventas en el país. Cómo no entender que esa decisión popular también fue una manera de decir que irremediablemente se acabaría la dictadura militar...

Tan popular en todos las acepciones del término llegó a ser en esos días, que hasta los humoristas poco ingeniosos usaban una frase suya, extractada de sus conciertos, para despertar sonrisas: “Gracias Pierooo...”.

Aquel regreso de Mercedes Sosa fue tan trascendente, que viendo hoy en perspectiva cuáles fueron los símbolos de la recuperación de la democracia aparecen en primer plano Raúl Alfonsín recitando el preámbulo de la Constitución delante de miles y miles de esperanzados, y Mercedes Sosa, joven y vital, con un poncho negro y rojo, sonriente y abriendo los brazos, bajo las luces, abrazada por aplausos, luego de haber cantado Sólo le pido a Dios, Como la cigarra (“tantas veces me mataron, tantas veces me morí; sin embargo estoy aquí, resucitando”) o Gracias a la vida.

Y la mirada desde una cierta altura también arroja otro dato demoledor: apenas dos meses después de que ella volviera a cantar en el país, ya sin censura, el gobierno de turno –Galtieri– disparó su última bala y metió al país en una guerra.

Ya se sabe que después de que volviera Mercedes y después de Malvinas, ya nada fue igual en la Argentina.

Y acá estamos.

Pero el aire que se respiró en aquel momento en que volvimos a vivir en democracia, gracias a ellos y gracias a tantos otros, conocidos y anónimos, no se olvida. Cuánto daríamos por volver a respirar un aire de todos tan grato...

El Argentino, 04 – 10 – 09

La Quinta Pata

1 comentario :

julio dijo...

Seguramente y también alguien como ella que cantaba sintiendo su música y interpretando a la vez como ninguna el sentimiento del pueblo.

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