martes, 8 de diciembre de 2009

El dinero nuestro de cada día

Delfina Acosta

Desde el principio de las discusiones (es mejor decirlo así, porque suena a generalidades, y a un poco de despreocupación hacia la filosofía), el hombre suele sostener que el dinero da la felicidad.

Y existen otros, los de la vereda de enfrente, que son más radicales aún, y aseguran que el dinero es “todo” en este mundo. Muchos, teniéndose a sí mismos por cautos, prudentes y sensatos, opinan que el dinero ayuda, a través de su buen uso, y de su mérito indiscutible, a llevar una vida más cómoda y más relajada. El dinero libera de los pesares que caen sobre las espaldas de los pobres, de los miserables.

Yo creo que el dinero ayuda. ¡Y cuánto! ¡Y cómo! ¡Y cuán oportunamente!

Por dinero, y por un poco de muchas cosas que prefiero no nombrar, yo trabajo. Pero siempre temo a quedar pobre, y ansío, como el resto de los mortales, juntar una buena suma de billetes importantes, para pasar dignamente los días de mi vejez.

No digo yo que vivo en estrechez, pero parece que sí, a veces, pues a menudo me encuentro pensando qué compraré, y con qué dinero, y pensando en esto, las ideas que pudieran poblar con felicidad mi mente, se fugan por un orificio de mi cabeza.

La pobreza deshonra, a veces, al hombre. Le quita el buen semblante al ser humano.

Castigo es la pobreza. Ella deja llagas, y multiplica la pobreza, como si ésta, de por sí sola, ya no fuera suficiente mal.

Cuántos individuos hay, que no teniendo dinero con qué sustentar a su familia, se ven arrastrados, en un momento de desesperación, a cometer delitos de cualquier naturaleza.
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Claro que también hay pobres felices, que encuentran en la simpleza de su vida franciscana, motivos suficientes para despertar con buen semblante, pues no conocen más que las razones de un pasar campechano, sin lujos ni ostentaciones. Así, a la tapera con sus hojalatas, sus cerdos y sus jacintos y sus geranios se han acostumbrado desde niños. Y duermen el sueño de los justos, y están siempre de ánimo para charlar sobre las posibilidades de una lluvia o un aguacero.

Quien quiera oír que oiga: Bueno es el dinero. Ambrosía, florecimiento del talento que Dios nos ha dado, luz que corona la frente del trabajador honesto, perla sobre perla que guardamos en el cofre familiar para que nuestra descendencia no pase privaciones ni sea motivo de deshonra para nuestro apellido.

Busca, sin prisa y sin pausa, el modo o la manera de ser una persona que tiene siempre en la billetera los paños para pagar los impuestos y saldar cualquier deuda. Ya los sabes: Hay que dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

No seas ambicioso. Simplemente gana el pan con el sudor de tu frente, y que esa ganancia mantenga en estado de tranquilidad tu corazón y te alcance para dar oportunidades de progreso a tu familia.

Malditos los que roban a los trabajadores.

Sobre sus cabezas debe caer la ira de Dios.

Malditos los que arrastran al pueblo a la pobreza. Cuántas personas, en nuestro país, pasan hambre.

Dios guarde tus pasos.

Dios te dé sabiduría para administrar tus bienes de modo que se multipliquen y practiques la caridad.

Y creo que eso es todo.

ABC Digital, 08 – 12 – 09

La Quinta Pata

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