domingo, 28 de febrero de 2010

Argentina retomó su agenda soberana

Natalia Brite

Los justos reclamos enarbolados por la Administración de Cristina Fernández de Kirchner se inscriben en el desmantelamiento que inició su predecesor del escenario montado por la dictadura y continuado por la “desmalvinización” neoliberal.

La Guerra de Malvinas (1982) fue un breve paréntesis en la agonía del régimen dictatorial genocida que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983. El escritor Julio Cortázar fue parte de una pequeña minoría de argentinos que no se sumó a la actitud celebratoria de gran parte de la sociedad. Vio con claridad el significado real del desembarco de las tropas argentinas en las Islas Malvinas: “lo que necesitaba en esos momentos el pueblo argentino no era que el ejército y la marina entraran en las Malvinas sino en los cuarteles, pero es bastante evidente que lo primero era un procedimiento dilatorio para seguir evitando lo segundo”.

Si partimos de la interpretación hecha por Cortázar, observamos que “Malvinas” significó para el gobierno militar un golpe de efecto para intentar recuperar el consenso social resquebrajado. Pero el intento, más allá de lograr un momentáneo respaldo social, resultó infructuoso. Al respecto, el periodista Ulises Gorini afirmó en su libro “La rebelión de las Madres”: “La junta militar había incurrido en un profundo error cuando elaboró su estrategia de ‘golpear para negociar’. Nunca pensó que debería enfrentar una verdadera guerra. La acción militar del desembarco era el golpe que debía obligar a los ingleses a negociar”.

La Guerra de Malvinas condensó toda una tradición política que tiende a reducir el concepto de soberanía nacional a la defensa de un territorio. Pero, además, las islas sirvieron para el intento de unificar las proclamas del nacionalismo de derecha con el ideario antiimperialista que subyace en la cultura nacional y popular y de izquierda.

Así, el gobierno de facto logró que el descontento, que ya comenzaba a oírse en voz alta, se redireccionara. Según la socióloga Alcira Argumedo “los militares decidieron apelar a la recuperación de las Islas Malvinas y del Atlántico Sur con un discurso anticolonialista. Esto les otorgó un breve periodo de consenso al alcanzar cierta legitimidad frente a un enemigo externo”.

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El escenario previo a la guerra mostraba la debilidad en la que se encontraba el régimen, y la derrota terminó de sepultar las aspiraciones de continuidad del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Conocida la rendición, y el engaño informativo plasmado en el discurso oficial durante la guerra, una multitud enfurecida salió a manifestarse y a exigir el fin de la dictadura.

Sin consenso social ni respaldo de las élites, se terminaba de desmembrar el régimen y se abría un nuevo escenario político. La dictadura quedó aislada internacionalmente y perdió el apoyo de las clases medias. Se descubrió la falsedad de su discurso y quedó expuesto su autoritarismo.

El investigador Emilio Crenzel afirmó que la incapacidad de la gestión militar para “garantizar el consumo y contener la inflación” llevó a que la protesta social volviera a manifestarse de manera abierta. Fue este el contexto en que se produjo la ruptura del silencio público, aún sobre la sistemática desaparición forzada de personas.

Ante el nuevo escenario el sistema de poder y la diplomacia estadounidense crearon como salida inmediata de la crisis la idea de “Desmalvinización”. Es decir, la búsqueda de una transición hacia formas de gobierno constitucional que, en lo ideológico, separara el resentimiento por la guerra de cualquier manifestación antiimperialista. La caída del entonces dictador, Leopoldo Fortunato Galtieri, obedeció en gran medida a este diseño estratégico.

El diario La Nación, histórico aliado de las Fuerzas Armadas, explicó que la renuncia estaría vinculada a la idea predominante en el Ejército de continuar el tema Malvinas “por el recurso de la vía pacífica (…) y en favor de los esfuerzos que realicen los Estados Unidos para recomponer su relación con la Argentina”.

Galtieri era partidario de continuar con las hostilidades y denunciar el apoyo norteamericano a Inglaterra durante el conflicto. Pero el Departamento de Estado había acuñado para América Latina el concepto de “democracias viables”. Según Gorini, “una rearticulación política del sistema para que las instituciones democráticas cumplieran funciones asignadas antes a los militares”.

Felipe González, presidente de España entre 1982 y 1996, publicó en junio de 1982 una nota de opinión en el diario Clarín que anticipaba la estrategia oficial de los primeros años de la recomposición institucional liderada por Raúl Alfonsín. El entonces Secretario General del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) reclamaba una “alternativa negociadora para solucionar el problema de fondo, es decir, la recuperación de la integridad territorial argentina”. Pero al mismo tiempo entendía que eso sería posible y exigible sólo “si el pueblo argentino se sintiera soberano para elegir el gobierno que desee”. La nota fue un claro apoyo al reclamo argentino sobre las islas y, a la vez, un firme repudio al gobierno dictatorial.

El radicalismo argentino y el PSOE se emparentaron históricamente por su pertenencia a la Internacional Socialista, seno del modelo socialdemócrata, fundado en intereses encontrados (pero no tanto) con los de Estados Unidos. La influencia de esa corriente fue evidente en el escenario político de la postdictadura.

Fue así que durante el gobierno de Alfonsín (1983-1989), según lo detalla el docente universitario e investigador Oscar Mastropierro, la política respecto de Malvinas se ubicó desde un primer momento en el campo diplomático, dejando de lado el militar. Ante la negativa británica de discutir el tema de la soberanía, el gobierno argentino se rehusó a declarar el cese de hostilidades, desconociendo también la soberanía británica sobre el mar adyacente a las islas.

La presidencia promovió la creación del Grupo Cartagena, concertación política regional multilateral para hallar una solución al problema de la deuda externa. En esa época, además, la Argentina firmó con la Unión Soviética y Bulgaria acuerdos pesqueros sobre aguas adyacentes a las islas, lo que motivó una fuerte reacción por parte de Gran Bretaña.

Los dos últimos años de la gestión radical estuvieron signados por un claro viraje conservador que acompañó una fuerte crisis económica, política y social. En un clima caracterizado por el ajuste y el acercamiento a los organismos internacionales de crédito, la cancillería comenzó a negociar lo que posteriormente se dio en llamar el "paraguas de soberanía".

El Director del Centro Latinoamericano de Investigaciones Científicas y Técnicas, Federico Bernal, publicó días atrás en la agencia digital El Argentino.com un informe titulado “El menemismo y los orígenes de la entrega”. Allí afirmó que “durante el gobierno de Carlos Menem el tratamiento multilateral de la cuestión Malvinas pasó de segundo plano al más completo abandono”. La política de Estado, en relación con las islas propició desde un comienzo dos tipos de acercamiento diplomático.

El acercamiento, tibiamente iniciado por el entonces canciller de Alfonsín, Dante Caputo, fue el mencionado “paraguas de soberanía”: significó una postergación del reclamo de soberanía argentina sobre las Malvinas, fundamentado en los Acuerdos de Madrid de 1989 y 1990, sin alterar por ello la discusión sobre la explotación de recursos ictícolas e hidrocarburíferos.

El segundo acercamiento, según Bernal, fue aun más perjudicial que el primero, por cimentarse en las negociaciones bilaterales con los isleños. Se trató de la denominada “estrategia de seducción”, que consistió en considerar los “deseos” de los kelpers y tratarlos como la tercera parte en las negociaciones.

Entre las funestas consecuencias de la “estrategia de la seducción” figuran la firma del Acuerdo de Pesca de Calamar, según el cual Argentina se autolimitaba en la capturas del principal recurso de los kelpers. Además, se firmó el Acuerdo sobre Petróleo de 1995 en el que se definía un área especial de cooperación para la exploración y explotación conjunta de petróleo entre ambos países.

Federico Bernal agregó que, “en línea con el retroceso diplomático del “paraguas” y la “estrategia de seducción”, el menemismo avanzó con dos medidas adicionales que debilitaron aún más la estrategia para Malvinas. La administración de relaciones exteriores, a cargo de Guido Di Tella, llevó adelante, por un lado, el “portazo” que dio al Grupo de Países No Alineados; y por otro, el retiro del reclamo en la Asamblea General de las Naciones Unidas, que venía realizándose con éxito desde 1965”. Bajo este manto de diplomacia obsecuente se reestablecieron las relaciones entre Argentina y Gran Bretaña durante la década del noventa. Di Tella fue el funcionario que dijo que si era necesario “había que tener relaciones carnales con los Estados Unidos”.

Finalmente, Federico Bernal también recordó en su investigación que la política de entrega menemista en relación con Malvinas, tuvo su pico de apogeo en enero de 1999, cuando el gobierno presentó extraoficialmente a los kelpers la oferta de congelar por veinte años los reclamos de soberanía.

La primera década del nuevo siglo mostró un escenario regional en fuerte contraste con las premisas neoliberales que dominaron los años noventa.

Fue ese el escenario en el que el presidente Néstor Kirchner (2003-2007), impulsó una política exterior de integración regional, autodeterminación política y soberanía económica. Así, por ejemplo, canceló aquél Acuerdo Petrolero de 1995 que establecía licitaciones, monitoreo y cobro de regalías conjuntas y cedía derechos sobre un territorio que Inglaterra jamás había reclamado como propio. La continuidad de esa gestión, encabezada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, es la que hoy expone elementos tendientes a desandar la diplomacia dictada por el consenso neoliberal.


APM, 25 – 02 – 10

La Quinta Pata

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