Claudio Fernandez
La idea de festejar el carnaval en la Alameda fue de Natalia, porque Lanaty es de Buenos Aires y allá, según dice ella, los carnavales son cosa de todos los veranos. Al principio parecía una de las tantas ocurrencias que se nos ocurren cuando la cerveza provoca ese trance entre lo bohemio y lo beodo, que al rato apenas deja una sombra de imaginación que se vuela como un flato dislocado. Es decir, palabras dichas al – y por el – pedo. Pero no, esta vez la idea fue tomando fuerza, al cabo de unos días lanzamos una encuesta que nos sorprendió por sus resultados, la gente quería festejar el carnaval en el tradicional e histórico paseo céntrico.
Peces del desierto Sin saber bien por qué, nos sentimos responsables y protagonistas del particular suceso. Los peces estaban revoloteando, era cuestión de largar a tiempo la red y que no se nos pudriera el entusiasmo entre la desesperación y las buenas intenciones que no llegan a ningún puerto. Como sabíamos que no era cosa de soplar y hacer burbujas, lanzamos la convocatoria para que los interesados se interesaran y juntos armáramos el jolgorio. La cruda cruel realidad no tardó en hacerse presente. Nunca el desierto sonó tan vacío como este último fin de enero caliente. Crick-ckick, crick-crick. Dónde estaban los artistas callejeros, los tamboriles, los murgueros, las bailarinas, los payasos y los magos. Nadie. El desierto estaba seco de endeveras.
Los mercaderes nocturnos Sin embargo, y aunque no era de extrañarse, aparecieron los menos esperados, los dueños de los bares. Los mercaderes de la diversión nocturna, esos que se retuercen detrás de los mostradores esperando que la sed clame, que el estómago gruña, que la rutina canse y que el stress se espante, para lanzarse en picada con sus promociones buscando atraer peregrinos a su mesa, noche tras noche, madrugada tras madrugada. Mansos, como gatitos, se acercaron haciendo ronroneos y prometiendo dulces intenciones, escondiendo sus garras y relamiendo sus bigotes, ellos olían la presa y se la imaginaban jugosa y tierna. Mejor que nada, los mercaderes nos dejaban al libre albedrío la organización de la jarana a cambio de todo lo demás.
El escenario Leer todo el artículo Por puros porfiados buscamos un lugar bien rebuscado, la Alameda, zona dedicada a la bohemia, pero, como todo el centro, vedada a los festejos populares y espontáneos. Por la elección del punto hubo sospechas. Los que se quedaron afuera, por pereza o por envidia, nos dieron más palos que esperanzas. Nos trataron de metidos, de punteros y de merzas. Pero hicimos caso omiso a las críticas sin fundamentos y a lo que diga la gilada prejuiciosa y mal intencionada. Entregados al delirio nos prendimos a la odisea de buscar los permisos, las notas por duplicado y los rodeos burocráticos. Hicimos casi todo a la contrera y casi-casi nos quedamos afuera, pero el paseo fue cedido, el paseo y nada más.
Más mañas que pulgas Animados, salimos a buscar a los verdaderos protagonistas, aquellos que debían garantizar la alegría y la desinhibición, la diversión y el ritmo, la locura y el festín del alma. Los artistas. Cosa rara en este mundo pocas veces se ha visto. Gente de mil colores, de confusas sombras y muchas luces, que se cruzan y se mezclan entre sí. Sin saber cuándo prenden u oscurecen sus guirnaldas, sin pensarlo ni sentirlo, a su encuentro nos pusimos. “Achalay my brother” bicho arisco es el artista, tiene más mañas que pulgas la farándula menduka. Ahijuna / nos dijeron / váyanlo a ver al Vampiro / y no se caguen que no hay quien lave / que de murgas sabe mucho. Y allá fuimos a su encuentro, pero el enmascarado resultó ser más bueno que Batman tomando té de tilo, él nos presentó al resto de los “piantados” y nos pusimos de acuerdo. Entre ellos, el más bravo se encontraba, Alejandro se llamaba, y él nos puso los puntos y las comas, que esto, que lo otro, que aquí yo soy el murguero, que yo actúo y no desfilo, que no hay más murga que la nuestra, que un candombe y una batucada, y a otra cosa compañero.
Tumbos y delicias Así, entre tumbos y delicias se nos fue acercando la noche del cierre del carnaval. La mejor noche, la única noche. A la hora señalada comenzaron a aparecer uno por uno los tamboriles de candombe, portados estoicamente por sus ejecutores. Chikala Estación, la cuerda de candombe, prometía un espectáculo de colores, clamor de tambores, sonrientes bailarines, además de un homenaje a la resistencia y mucho de historia y prohibiciones. En un flete desvencijado, conducido por un señor viejito en iguales condiciones, llegaron los pibes de La Baturga, bajaron todos sus bártulos y una pelota de plástico, no les importaba saber cuánto, sino de dónde y cuándo arrancaban la comparsa. Mientras tanto, la murga de los “Piantados por el pulso” hacía rato que se estaba preparando, confeccionando banderas y ensayando hasta el último detalle en una casa por allí cerca, pero llegaron al paseo sobre el pucho, haciéndose notar, como las verdaderas estrellas.
Continuará... Desvío Cósmico fanzine quincenal interactivo – Mendoza, 20 – 02 – 10
La Quinta Pata
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