domingo, 18 de abril de 2010

La ética de los medios

Rodrigo Farías

Uno de los grandes problemas de Argentina y Latinoamérica radica en que la prensa liberal, devenida luego de la concentración de fines de siglo en neoliberal, se ha arrogado la tarea de la definición de los sentidos comunes sociales. Y con ellos, la posibilidad de definir qué es la realidad y decidir cuál es la verdad que debería corresponderse con esa realidad. Ergo, el inmenso poder de decidir cuál es el campo de lo ético.

Los medios no poseen solo la mera capacidad de comunicarse con la población, ostentan además el poder técnico de dirigir y hasta construir el discurso, la mente, de una audiencia. Esta autocracia mediática no le habla a destinatarios o interlocutores, por el contrario ella misma se expresa, fluye, a través de los sistemas de pensamiento que engendra en la población. Y lo hace no como un mero medio, es decir como una entidad hueca basada en el reflejo de las formas y los procesos sino como una unidad que posee un interior, una personalidad, identificable con la incandescencia y la refracción antes que con la reflexión.

En estos sentidos los medios son antes que propositivos, impositivos, incluso, prepotentes, y su mayor éxito se da cuando logran colocar al espectador, al lector, en su propio discurso, sometiéndolo a los límites de esa realidad creada por dicho discurso y restringiendo su potencial accionar a tales límites.

Clarín, La Nación, el multimedios Uno y la mayor parte de la prensa liberal-neoliberal no se proponen la búsqueda de justicia sino más bien la persecución de ganancias. En función a ello los principios colectivos quedan sometidos a los intereses empresariales. Las cuestiones fundamentales no pasan por preguntarse si algo es correcto o justo, si sirve al bien colectivo. Contrariamente, los cuestionamientos oscilan en torno a lo eficiente, a la imposición de una ética restringida a los dictámenes financieros, económicos de sectores dueños de un poder no democráticamente constituido. De esta manera, se generaliza un programa que define lo real, lo justo y lo verdadero que es antagónico a una ética definida colectivamente.

El último 24 de marzo demostró que no todo está perdido. Que la memoria existe pese a los discursos mediáticos apologistas del presente y el futuro sin pasado. Que el control simbólico de los medios de comunicación es ambiguo. La prensa cipaya teme perder la legitimidad que ella misma se ha dado y que el dinero le ha permitido. Y está dispuesta a hacer lo necesario aún a costa de la democracia, ese orden que nunca alcanzó a bien comprender ni respetar.

Río de Palabras, 08 – 04 – 10

La Quinta Pata

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