domingo, 30 de mayo de 2010

Bicentenario: memoria y resurrección

Ramón Ábalo

Nada que ver con los fastos y oropeles de aquel 1910. Ni con aquellas calles famélicas y un pueblo humillado enfrentando la prepotencia de una oligarquía aislada en los salones dorados y estancias donde el despliegue de los banquetes minimizaba la Revolución que fue el 25 de Mayo de 1810. La historia oficial de los Mitre y la oligarquía ganadera habían imprimido una historia edulcorada a la medida de las políticas de la oligarquía ganadera y de los intereses de S.M. Británica. Políticas de expoliación a los pueblos originarios, de explotación de los esfuerzos de las clases trabajadoras.

En las calles desnutridas del granero del mundo, el pueblo deambulaba con su desesperanza y su bronca, a las que el gobierno respondía con el estado de sitio y la persecución política a los inmigrantes con identidad socialista y anarquista. Con la llamada ley de residencia se los marginaba y se los "erradicaba" del territorio argentino porque se atrevían a conmover la conciencia de los proletarios nativos. Los conventillos, donde se hacinaba la pobreza y el hambre, sin embargo, se convirtieron en fragua donde esa conciencia se fusionaba con la acción.

En las décadas posteriores el drama se fusionaba con las pequeñas épicas populares que se transfiguraban en pasión y muerte. La semana trágica y la Patagonia rebelde en plena era yrigoyenista, con las rebeldías de los zafreros tucumanos, los hacheros santiagueños y los ferroviarios mendocinos. Una huelga de los obreros del riel de la línea Buenos Aires al Pacífico, en la tierra cuyana se manifestaba con movilizaciones, persecuciones y muerte. En setiembre del 1917, una columna de los obreros ferroviarios se desplazaba, acompañados por sus mujeres e hijos, desde Las Heras y Belgrano a la estación del Trasandino, en Belgrano y Colón. A su frente iban mujeres que enarbolaban banderas argentinas y rojas y negro, anarquistas. Un pelotón de la policía y del ejército los esperaba en aquella estación. La fusilería fue a mansalva y fueron acribilladas las abanderadas y una decena de obreros más. Después vendrían centenares de luchas populares reclamando, siempre a sangre y fuego desde la otra orilla, por sus reivindicaciones. La década infame y el fraude patriótico de los oligarcas, antes la inauguración del golpismo con Uriburu, y posteriormente la sucesión de golpes, pero el del 44 inaugurando una revolución democrática burguesa y el primer Estado de Bienestar después de la Segunda Guerra Mundial: la justicia social, la independencia económica y la soberanía política; el gorilismo, el bombardeo a Plaza de Mayo, y otra vez el golpismo, los fusilamientos de Valle y León Suárez, la persecución contra el peronismo, la lucha armada, FAR, FAP y Montoneros; el PRT, Santucho; el Cordobazo, SITRAC, SITRAM, Agustín Tosco; el Mendozazo, el Rosariazo, Ezeiza, el regreso, la Patria Socialista, Martínez Baca, la burocracia sindical, la derecha peronista, el oscurantismo clerical.

Seis millones de porteños, cabecitas negras y visitantes de todo el mundo, se congregaron sábado, domingo, lunes y martes en una comunión masiva y cordial, amigable y feliz en la 9 de Julio porteña, y otros tantos más en las avenidas y en las plazas principales de cada provincia, de cada departamento, de cada villa, gritando una adhesión sincera al Bicentenario de esa fecha máxima de los argentinos. En las algarabías no hubo un solo, ni un solo, acto desentonante. Nada ni nadie de ese pueblo-pueblo, apretado en las calles, al aire libre, entre choripanes, locros y zopaipillas, rompió la armonía colectiva y espontánea, en total divorcio con los fastos y brillos que un declinante representante de la derecha, el Macri de la complicidad burguesa con lo peor del poder de los monopolios y el imperialismo yanqui, prendido esa noche del 25 a una desvergonzada autocomplacencia con la reinauguración del Teatro Colón. Apenas fue eso. Los millones de las calles, gran parte de ellos, estaban percibiendo también un Bicentenario que los aproxima a las utopías de siempre: un país mejor, un mundo mejor. Es el presente de un porvenir a construir con esperanzas ciertas.

La Quinta Pata, 30 – 05 – 10

La Quinta Pata

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