Penélope Moro
Violencia, humillación y saqueo. Flagelos a los que nunca dejaron de enfrentarse los pueblos originarios en estas tierras, sus tierras. El inconmensurable respeto y valor que sienten por sus raíces y su historia se refleja en la permanente resistencia que han debido ejercer ante los sistemáticos atropellos a su cultura. El histórico “resistir” de estos pueblos trasciende cualquier motivación material; grandeza que, aún hoy, muchos se atreven a ignorar. Es que los comandados y comandantes de la ley de la oferta y la demanda nunca comprenderán que la propia identidad no tiene precio, que el valor se lo otorga la dignidad de su origen y de su historia.
En los últimos días, el intento del inescrupuloso empresario Marcelo Tinelli de subir a toda costa a su vil circo mediático a una comunidad guaraní, es tan solo una muestra más del desprecio que encarna gran parte de la sociedad hacia quienes tienen una concepción de la vida alejada de las leyes del mercado; a los que, a su vez, estas mismas leyes alejaron de la posibilidad de vivir fuera de la extrema pobreza material y de la indiferencia social. Claro, se trata del máximo referente televisivo, engendrado en los 90 y vuelto millonario a cambio de practicar incesantemente la burla contra los sectores más vulnerables. La degradación de la mujer, el lucro con las necesidades de los pobres, la discriminación a discapacitados, la exaltación del consumo, siempre ocultos tras un disfraz de “solidaridad”, constituyen el paradigma mediático que permitió a este reaccionario personaje construir una suntuosa fortuna. Fortuna y fama que le confieren gran poder si se tienen en cuenta los valores mercantiles e individualistas que dominan en la actualidad. El suficiente como para sentirse apto de entrometerse en la cotidianeidad de una comunidad de personas que nada tiene que ver con sus sucias reglas de juego.
Esta vez el nefasto empresario fue muy lejos. No atentó contra la dignidad de un particular. La supuesta “amenaza” de despojar a decenas de familias guaraníes de sus ancestrales tierras agredió los sentimientos de un pueblo entero. Esta falta de respeto, que indigna y duele, solo puede estar originada y avalada por la ley dictatorial que rige nuestra comunicación como si se tratara de una mercancía más y de una herramienta al servicio del poder. Entonces, es fundamental que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, apresada por la corporación judicial y mediática, salga ya en libertad. Así, los pueblos originarios dejarán de ser tenidos en cuenta solo para protagonizar cruelmente la “jodita” de la semana, y serán visibilizados por el necesario aporte de su riqueza cultural y social.
Río de Palabras, 06 – 05 – 10
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