Ramón Ábalo
Si uno hace un recuento de las jornadas – cientos, miles – en que ha cabalgado con la angustia y la bronca de sentirse peor que un desecho por las políticas vomitivas de los que representan a una justicia comprometida, complaciente y cómplice con los genocidas del '76, no tendría margen alguno para sentirse conforme con el fallo académico que suspendió al juez Luis Miret como profesor de la cátedra de Ética – nada menos – que dicta en la facultad de Derecho de la UNCuyo. Pero, claro, algo es algo. Algo más que eso, porque al fin, el resultado es consecuencia de esas miles de jornadas, el empeño, el tesón, incluso la intuición y el saber acotado de los organismos – de sus militantes – que supieron a cada tropezón, a cada paso fallido en los ámbitos de la impunidad institucional y privada, encontrar los vericuetos y mantener, la pelea en el nivel más alto de la condición humana, y construir las estratagemas que mantuvieran en vilo a los victimarios y sus cómplices, el miedo a sentarse en el banquillo de los acusados de crímenes de lesa humanidad y la fragilidad moral de quienes se creyeron los poseedores de la suma del poder y la fuerza. La transfiguración de sus máscaras en el rictus del odio y el desprecio que los llevó a forjar el calvario de decenas de miles de argentinos. Odio y desprecio adquiridos en el lodazal ideológico y académico, para torturar e infundir el terror en el objetivo principal de plasmar en seudo teorías geopolíticas, jurídicas y económicas, la rapiña y la expoliación imperialista: Escuela de las Américas, Harvard, Chicago, los documentos de Santa Fe I, II, III y cuántos más.
El terrorismo de Estado, como nunca en la Argentina perversa, arrasó con jóvenes que se volcaron con auténtica vocación a pelear por un país de justicia social, independencia económica y soberanía política. El terrorismo produjo un quiebre generacional que aún subyace en partes de la sociedad, pero reconquistado el Estado de Derecho, la institucionalidad democrática, los gobiernos que se sucedieron fueron incapaces, imbuidos de los intereses de clase que seguían instalados en el Estado, de radicalizar el enfrentamiento al terrorismo impune de la dictadura cívico militar. Pero ni aún el drama de la muerte masiva da por tierra con el anhelo universal de los pueblos en el ideario de la libertad y la dignidad. Así de simple y sencillo.
A 34 años de la barbarie genocida, el quiebre, la fisura en la conciencia colectiva de los argentinos se viene revirtiendo, paulatinamente, en trastrocar la resistencia en avanzada de recuperación de los idearios de aquellos que dieron su vida por la transformación de un país dependiente en libertad.
No hay convocatoria para exigir públicamente verdad y justicia , que no sea respondida con presencias masivas, como la del último 24 de marzo, Pero con un ingrediente relevante: la gran mayoría son jóvenes, como lo son los estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cuyo, los que blandiendo los principios fundamentales de la lucha por los derechos humanos, levantaron bien alto en ese ámbito académico las banderas de la redención ética de la condición humana, con el compromiso por agudizar y profundizar la limpieza iniciada en esa Facultad. Porque, no obstante los 25 años de vigencia institucional democrática, las complicidades genocidas campean su arrogancia e impunidad, principalmente en la facultad de Filosofía y en los planes de estudios como los de la facultad de Economía, reductos del catecismo fascistoide y neoliberal.
La Quinta Pata, 02 – 05 – 10
1 comentario :
Allá en mi bulín no estuvimos ocupando de Miret:
http://grupoexpertosentodo.blogspot.com/2010/04/miret-pierde-el-pelo-pero-no-las-manas.html
http://grupoexpertosentodo.blogspot.com/2010/04/roja-para-ud.html
Sinceramente, espero que no vuelva a pisar la UNC. Ahora resta echarlo de la justicia en donde no merece estar. Y lo tiene que seguir su amigo Otilio Romano.
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