domingo, 6 de junio de 2010

De esclavitud se trata

Penélope Moro

Es innegable que la lucha histórica dada por las mujeres en contra de la inequidad en las relaciones de género ya ha provocado una parte importante de los resultados esperados. Mujeres como sujetas de derecho fundamentalmente, con mayor acceso a la educación y al trabajo. Logros políticos que legitiman su participación creciente en el ámbito de lo social. Sin embargo, la resistencia a las transformaciones culturales en la esfera de lo cotidiano, y aún en lo público, continúan modelando un mundo profundamente peligroso para ellas.

Es necesario partir de este punto para entender por qué la trata de personas, de mujeres especialmente, constituye el tercer negocio ilegal más grande a nivel mundial. Solo el tráfico de drogas y el de armas superan a la explotación y esclavitud sexual femenina. El hecho de que la negociación con el cuerpo y con la vida de las mujeres deje ganancias millonarias para sus perpetradores, refleja, de modo aberrante, el escenario de permisividad social que presenta este delito.

Las desiguales relaciones de poder puertas adentro, la menor remuneración laboral recibida por las mujeres comparada con la de los varones por igual tiempo trabajado, la exaltación del cuerpo femenino como una mercancía destinada a satisfacer los deseos masculinos, son generadores de la sistemática violencia ejercida sobre ellas.

Este delito no podría concebirse sin la imposición de estas condiciones de inferioridad. Es necesario agregarle a esas causas el agravante de la pobreza. Pues son las mujeres pobres la presa perfecta para los reclutadores y traficantes. No solo porque la falta de oportunidades termine por entramparlas en riesgosas situaciones de vida, sobretodo, porque para ellas será doblemente difícil exigir justicia.

Quienes hacen de estas mujeres esclavas sexuales, conocen muy bien que la hipocresía de una sociedad basada en la injusticia social, rara vez tomará como propio aquel dolor para reaccionar en su contra. De hecho, justamente de ella proviene la demanda que garantiza que la trata sea un negocio de nunca acabar. Y de esa misma sociedad también surgen los responsables de este delito, que no se reducen únicamente a la figura de los proxenetas. Poder policial y político, por acción u omisión, tienen la culpa de la complicidad.

La trata encierra todos los tipos de violencia que se pueden cometer contra una mujer. Significa la expropiación de su cuerpo y de su alma. Se trata de una embestida contra su libertad. Se torna imprescindible apurar el cambio cultural, solo el cuestionamiento a los fundamentos de la desigualdad de poder entre géneros puede combatir tanto dolor.

Río de Palabras, 03 – 06 – 10

La Quinta Pata

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