domingo, 6 de junio de 2010

De copas, sistemas de juego y capitalismo

Natalia Brite

Argentina obtuvo dos veces el título de campeona mundial. ¿Argentina? ¿Cuántas Argentinas? Porque una fue la de 1978 y otra la de 1986. ¿O no?

Una victoria o una derrota futbolística pueden marcar el estado anímico de toda la semana en un argentino. Si hablamos de la máxima competición futbolera a nivel mundial, casi todo el país se entrega a los avatares que le deparará el desempeño de su selección. Recordemos los contextos sociales 1978 y 1986, de signos contrarios, que, en ese sentido, dejaron su sello para siempre.

En 1978, Argentina fue sede y campeona. Aquel fue el Mundial de la búsqueda de legitimación del gobierno militar y genocida encabezado por Jorge Rafael Videla. En cambio, la victoria de 1986 fue parte de la fiesta que aún se respiraba por la recuperación de la democracia.

Desde 1976, el terrorismo de Estado impuesto por la dictadura cívico militar (1976-1983) sumió al país en un modelo regresivo en lo económico e hizo desaparecer a 30 mil personas. El periodista Rodolfo Walsh, quien participó en la agencia cubana Prensa Latina en sus primeros años y fue luego asesinado por la dictadura argentina, en 1977, es autor de una de las más claras y decididas denuncias de aquel régimen.

En la Carta Abierta a la Junta Militar, con fecha del 24 de marzo de 1977, Walsh expresó: “En la política económica de ese gobierno debe buscarse no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

En medio de las denuncias por la violación a los derechos humanos, que se conocieron en el mundo a partir del surgimiento de Madres de Plaza de Mayo y de la información difundida desde el exilio, la jerarquía militar asumió la organización del Mundial de 1978. Después de disponer de un presupuesto diez veces mayor al estimado, y sin rendir cuentas claras al respecto, el 1 de junio de aquél año Videla inauguró el evento "bajo el signo de la paz".
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En ese contexto, la dictadura pretendía mostrar la “alegría” y el “orden” en la sociedad. Cuando el mundo pusiera los ojos sobre el país, podría desplegarse el aparato propagandístico oficial y deslegitimar así las denuncias.

En política interna, la Junta Militar cedía a la sociedad la oportunidad de “pensar en otra cosa”, de “festejar”. Pero mientras multitudes seguían las alternativas futbolísticas, los centros clandestinos de detención (CCD) funcionaban las 24 horas del día cumpliendo con el trabajo sucio del régimen. Aún más, algunos sobrevivientes de esos antros de tortura testimoniaron cómo los militares utilizaron el fútbol como herramienta de sometimiento psicológico.

La sede de la Escuela de Mecánica de la Armada, más conocida como ESMA, fue el más grande CCD durante aquellos años. Está ubicada a pocas cuadras del estadio del club River Plate, escenario principal del Mundial ‘78. Desde la ESMA, los detenidos podían escuchar cada gol que las tribunas coreaban en la cancha.

En el documental “Mundial 78: La historia paralela”, de la productora local Cuatrocabezas, el ex preso Raúl Cubas relató cómo fue llevado por uno de los jefes de la dictadura, Emilio Massera, a trabajar en "la pecera" de seguimiento y archivo periodístico de lo que se publicaban sobre el régimen. Cubas fue enviado, bajo custodia de sus secuestradores, a una conferencia de prensa que dio el técnico Cesar Luís Menotti. Allí, lo obligaron a hacerle una entrevista sin poder revelar su condición de desaparecido.

El periodista deportivo José María Muñoz (líder de las transmisiones radiales de entonces) se transformó en cómplice civil del régimen. Integró la Comisión Organizadora y fue el relator cuasi-oficial de la dictadura. Fue quien, entre otras cosas, dijo que Argentina debía demostrar que “era un país en orden” y le pidió a la población que no festejara arrojando papelitos. Un año después encabezó la campaña ideada por el represor Guillermo Suárez Mason, bajo la consigna “Los argentinos somos derechos y humanos”, mientras la Comisión Interamericana de Derechos Humanos realizaba una inspección en el país.

1978 fue genocidio y regresión política y económica; y desde lo futbolístico, fue florido, ofensivo, estético, y, como se dice en la jerga, de “buen pie”, un estilo que se formó con décadas de prácticas identitarias.

El seleccionado argentino de 1978 tuvo como máximo exponente en el campo de juego a Mario “El Matador” Kempes, junto al juego de Daniel Alberto Pasarella, René Houseman y las atajadas del reconocido Ubaldo Fillol. Fuera de la cancha, el alma de ese equipo fue César Luis Menotti. El entrenador alcanzó un gran reconocimiento como hacedor, en 1973, del equipo que obtuvo el campeonato nacional de ese año. El estilo de juego de esa formación del club Huracán es distinguido por muchos analistas como uno de los mejores en la historia de este deporte, se lo reconoce como el triunfo del fútbol romántico.

Esa fue la última selección caracterizada por el buen juego. Menotti es reconocido como un “teórico del fútbol”, como el abanderado de una manera de ver este deporte, opuesta a la que representa Carlos Salvador Bilardo, su sucesor al mando del equipo nacional.

La socióloga Alcira Argumedo explica cuál fue el modo en que el régimen militar impuso un nuevo orden socio-económico: “la última dictadura modificó y endureció la Doctrina de la Seguridad Nacional, la cual a partir de entonces se centró en disciplinar y controlar a los sectores populares mediante la desindustrialización y la concentración del ingreso”.

Ese nuevo orden fue el llamado “neoliberalismo”, de características y mecanismos disciplinatorios profundos, los cuales convirtieron a ese modelo económico en una gran lanza que atravesó todos los ámbitos de la vida social.

En diciembre de 1983, poco más de dos años antes del Mundial, Argentina volvió al régimen democrático. En ese momento, la sociedad vivía aún el sentimiento de libertad recuperada, y la presidencia de Raúl Ricardo Alfonsín se había presentado como expresión de restauración y pacificación nacional.

Sin embargo, hacia 1986, la popularidad del líder del radicalismo ya estaba en declive. Ello obedeció, en gran medida, a las concesiones gubernamentales para con el sector militar. Si bien el año anterior se realizó el juicio a las Juntas Militares, tras un nuevo levantamiento de las Fuerzas Armadas el gobierno cedió a las presiones y se sancionaron las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida.

El dirigente político y cientista social Eduardo Jozami describe esos primeros años de gobierno constitucional: “luego de un primer intento fracasado de privilegiar el crecimiento económico interno y la redistribución del ingreso, subordinando a estos objetivos el pago de la deuda externa cuya estatización había legitimado, se impulsó en 1985 el Plan Austral”.

Ese plan, condicionado por el FMI, apuntaba “al congelamiento de los salarios y los precios, para respaldar la estabilidad de la moneda y promover el incremento de las exportaciones”. Se buscaba “obtener un superávit comercial que garantizara el pago de los compromisos de la deuda externa”, explica Argumedo.

La creación de una nueva moneda, el ajuste fiscal y la política de congelamiento profundizó la crisis económica interna, signada por un escenario de híper-inflación. Los trabajadores se alzaron en contra de las medidas y la Confederación General del Trabajo (CGT) realizó 14 paros generales desde ese momento hasta 1989, cuando Alfonsín renunció a su cargo.

En síntesis, en 1986 el “ánimo social” aún era positivo por la vigencia de la democracia, aunque se palpaban ya las consecuencias del desguace productivo y económico que inauguró la dictadura, y que prolongaba el nuevo gobierno.

Ernesto Espeche, experto en Comunicación de la Universidad Nacional de Cuyo, explica la situación: “la estructura social que se configuraba fue heredera de aquella generada en la dictadura: el gobierno radical no revirtió los ejes esenciales”, agrega que “la crisis económica no solo terminó con un gobierno, sino que marcó las bases para la profundización del proyecto iniciado en 1976”.

La lanza neoliberal también pinchó la pelota. El seleccionado que representó al país en ’86 fue la primera expresión viva de lo que se conoce como el “bilardismo”.

Bilardo fue el director técnico argentino en México 1986. Es asimilado como máxima expresión de una escuela futbolística que prioriza la obtención de resultados ante cualquier lirismo en el juego.

En los términos en los que planteamos este análisis, el “resultadismo” de la escuela representada por Bilardo, puede equiparase a la matriz “productivista” del modelo dictado desde Washington. Fue la superficialidad de los números positivos puestos en un nivel superior a la calidad del producto. Fue, entonces, la puesta en práctica en una cancha de fútbol de la premisa que reza: “máxima rentabilidad al menor costo posible”.

A contra mano de la situación, el equipo argentino de 1986 tuvo al mejor futbolista de todos los tiempos: Diego Armando Maradona, de allí en más, el Diego. Por aquel entonces, era un jugador que conjugó la sed de gloria deportiva que tiene un “crack”, con el ansia de triunfo de un muy humilde joven proveniente de los más bajos sectores sociales.

México fue testigo de dos de sus más grandes logros. Uno, el mejor gol de todos los mundiales. El otro, el de “la mano de Dios”, un gol sentido como la revancha que todos los argentinos necesitaban. Ambas anotaciones se dieron en el partido contra Inglaterra, cuando todavía estaba fresca la guerra de Malvinas, que enfrentó a ambas naciones en 1982.

Revisamos la coronación mundial de Argentina en 1978 y1986. Menotti y Bilardo, dictadura y democracia, justicia social y ajuste neoliberal se cruzaron con la redonda. Gambetas y goles en la cancha, y juego sucio para la sociedad.


APM, 06 – 06 – 10

La Quinta Pata

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