Juan Pablo Rojas
En el reinicio de los juicios por delitos de lesa humanidad que se desarrollan en la ciudad de Mendoza, declaró el periodista Rodrigo Sepúlveda. La profundidad de sus investigaciones respecto al funcionamiento del aparato represivo en la provincia motivó que la fiscalía lo citase como testigo general. Sus aportes, como el resto de los testimonios, servirán para hacer una configuración del contexto general de aquellos años.
No es menor que un trabajo periodístico sea considerado para reconstruir una parte de nuestra historia reciente que forzosamente se intenta sepultar. En tiempos donde el oficio ha adquirido como nunca similitud con mercenarismo y la noticia está casi declarada como mercancía, estas investigaciones denotan la relevancia que puede tener un periodismo al servicio de causas justas, construido desde la conciencia y el compromiso.
Las investigaciones sobre los crímenes cometidos entre 1975 y 1983 por los aparatos represivos del Estado son substanciales en tanto cumplen con el principio básico de un periodismo como práctica de transformación social: actuar como instrumento útil para los intereses de las mayorías. Es un periodismo que se corre del pretendido centro que ciertas corrientes entienden como el lugar natural a ocupar.
Los trabajos del joven periodista muestran la punta de un ovillo que viene desmadejándose desde hace casi tres décadas por familiares, víctimas y por aquellos que a pesar del dolor y las tempestades están de pie señalando que un pueblo sólo puede construir futuro si es capaz de luchar continuamente para obtener memoria, verdad y justicia. Por eso estos trabajos no son las hazañas de un héroe asumido como tal porque conoce cuáles son los intereses de esa masa amorfa llamada “gente”.
El mito del periodista redentor es digerido con la facilidad de un puré en la mayoría de las redacciones. Sobre todo en las que el himno de Independencia, Objetividad y Verdad se entona con fervor cada mañana. Aunque suene como cuento para necios, el versito sigue atrayendo a muchos abandonados al automatismo.
En Mendoza, aunque aisladas, existen en los medios masivos algunas plumas que tuercen el destino que desde hace años se arma. El trabajo de Sepúlveda marca una senda a la cual el periodismo debiera animarse, con los que luchan, porque ambos saben que la historia no se la escribe, se la padece.
Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas. (R. Walsh)
Río de Palabras 38, 13 – 01 – 11
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