Juan Pablo Rojas
Nadie puede negar que la movilización de periodistas y trabajadores de prensa de Mendoza constituye un hecho notable y valioso en los antecedentes de la profesión: todo un revés en un sector históricamente desmovilizado. La lucha organizada contra un sindicato opresor y traidor es buena noticia siempre, pero esta en particular habla del despertar, tal vez, de un gremio dormido en la absurda idea de saberse en un limbo exclusivo entre la sociedad y el poder, entre el obrero y la patronal, entre el bien y el mal. Objetividad decidieron llamarle los dueños de la verdad a este terreno farragoso en el que aún siguen atrapados algunos.
La decisión de salir a pelear por un convenio laboral justo es un salto que trasciende las peticiones específicas, la voluntad de los trabajadores es innegable no obstante es preciso situar esta lucha en contexto. La posición de los medios de comunicación masiva, a partir de las discusiones por la democratización de la palabra, no es la misma. Aunque el proceso es lento y cuentan con los favores de la corporación judicial, los medios hegemónicos han perdido credibilidad y poder. Más allá de lo estrictamente legal la batalla contra los monopolios informativos se ganó en las calles.
Los focos de resistencias al histórico debate fueron múltiples, y las redacciones constituyeron el más particular. Quizá porque creyeron en sus propias fábulas, porque apremiaban las situaciones personales o porque su estancia en el limbo no les permitió apreciar lo que numerosos sectores de la sociedad supieron ver. Pero no es la discusión sobre el derecho de los ciudadanos a estar correctamente informados lo único que se resiste en las entrañas de los medios, la lucha por conservar el estado de las cosas es sistemático. “No descansan” resume un amigo.
Reconocerse como un trabajador es sin dudas reconocerse parte del pueblo, el tiempo dirá si como tales adhieren con sus herramientas y desde su ámbito a este proceso histórico de reivindicación de las luchas populares. Esta adhesión no está vinculada a una inclinación política particular si no a la capacidad de elevar las discusiones, de relucir un periodismo comprometido con la verdad, militante de los intereses populares. Por el momento el panorama no alienta, los avances en derechos humanos se contrarrestan en la mayoría de las redacciones. En Mendoza, con las páginas dedicadas a difamar a Hebe de Bonafini se podría empapelar cien veces la sala del Tribunal Oral Federal Nº 1 donde por cierto, aunque no aparezca en los grandes medios ni figure entre la agenda de los periodistas, se desarrolla un histórico juicio por delitos de lesa humanidad.
Río de Palabras 48, 16 – 06 – 11
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