domingo, 26 de junio de 2011

Paco Urondo contra el mundo inconsistente

Sebastián Moro

L. O.M.J.E. desglosado: “Libres o muertos, jamás esclavos”. Lomje. Eso escribió con la propia sangre María Antonia Berger en paredes que encerraban a más de doscientos militantes de Montoneros, FAR y ERP en el penal de Rawson, la helada noche del 22 de agosto de 1972, que trascendería como uno de los más crueles “ejercicios” de violencia cometidos por el estado argentino. Crimen y vergüenza que pasarían a la historia como “la masacre de Trelew”. El acribillamiento con ráfagas de metrallas a 19 presos políticos, apartados e indefensos, que la semana anterior habían logrado la fuga de 6 compañeros en una operación épica, fue un fusilamiento masivo, despiadado, alevoso. Pero además se fusiló como acto premonitorio y admonitorio, ensayo de la práctica sistemática de secuestros, torturas y muertes que someterían los genocidas, con mayores “visos de legalidad” y complicidad civil, cuatro años después.

A través del relato del encierro, del plan de fuga, de la fuga y del fusilamiento; de los fusilados que hablan, Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar; se pudieron conocer la violencia y el verdugueo de carceleros, el ensañamiento con las mujeres, los interrogatorios, la especialización en brutalidad de los represores, la participación de estamentos como la justicia federal y los médicos del Servicio Penitenciario Federal; pero también las estrategias de las organizaciones armadas, la profundidad y alcance de sus análisis políticos, los errores de cálculo, las solidarias batallas, la inteligencia y el compromiso, la elaboración y profusión de documentos, la pasión. “Un furor del mundo”, diría Francisco Urondo, quién recogiera, preso, el testimonio de los sobrevivientes en el libro La patria fusilada, trabajo periodístico documental que da cuenta del pensamiento y la acción revolucionaria y de la represión estatal. Al ser liberado, Paco ya figura destacada de las organizaciones armadas peronistas, entre otros oficios terrestres y militantes crearía junto a Walsh y Gelman el periódico Noticias, popular y profundo emprendimiento gráfico de Montoneros.

“Lomje” y también “papá, mamá”, escribió con su estómago baleado María Antonia, según contara meses después al poeta. La entrevista se hizo en una celda de la cárcel de Villa Devoto, la madrugada del 24 de mayo de 1973, vísperas de la inminente amnistía para presos por causas políticas declarada por el reciente presidente Cámpora. Allí los sobrevivientes cuentan al compañero Urondo que escucha y escucha, por ejemplo, que buena parte de los que llegaron al aeropuerto al escaparse del penal se rajaron en un bondi de línea, repleto, colgados. Elemental, urgente, como cotidiano el arrojo. Justo como se juega Paco al mundo, como lee el mundo y las palabras el hombre Paco, y las hace indiscernibles del mundo y del individuo, porque son todo junto, vida, realidad y lucha. En una época en que los arroyos devenían cataratas y las voluntades determinaciones, fue todavía a más y osó la palabra en acción, la pasión en riesgo, a sabiendas que implica, si no es, muerte. O en todo caso futuro. Sobre todo por las fecundas devociones por el pueblo, las mujeres, el vino, los mañanas, por sonreír, que tenía Paco.
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“Lomje” fue música batiente y colectiva de miles en un país, en una sociedad entre cautiva o libertaria de su historia, con resistentes y jóvenes, obreros y estudiantes, con poetas como Francisco, a caballo de generaciones, por sobre doctrinas o escuelas, puro mostrador, meta oficios, vivo dispuesto a morir para que valga la pena vivir. Los 3 sobrevivientes de Trelew y casi todos los fugados de Rawson fueron asesinados o desaparecidos, sus parientes y compañeros perseguidos, antes y a partir del golpe. Como murió Paco, asesinado en Mendoza, en esa esquina de Dorrego, por una patota policial del D2, integrada por Osvaldo Fernández, Luis Rodríguez, Eduardo Smaha y Celustiano Lucero, quien a pesar del cianuro habría sido su rematador, el 17 de junio de 1976. La cacería del escritor fue a plena luz, con un despliegue que abarcó desde la tortura a detenidos para marcar la cita hasta la puesta en escena de “vecinos” ficticios. Mientras Urondo agoniza contra los cordones del barrio, su compañera Alicia Cora Raboy era desaparecida, Ángela, la bebé de ambos entregada a la Casa Cuna y Renée Ahualli, que iba con ellos, logra escapar.

Luego de décadas en que los responsables de delitos de lesa humanidad se favorecieron del olvido y la injusticia, finalmente la pura verdad (la de Paco y de toda una generación) es puesta en valor gracias al juicio a los culpables. Y se logra a través de la palabra justa de los testimonios de víctimas y sobrevivientes, que al igual que en las entrevistas realizadas por Paco durante los tempranos setenta, dan cuenta de la complicidad civil y la premeditación asesina del terrorismo de estado.

El hombre para morir debe dejar su mañana alto que tanto le seduce, alguna bufanda que le acompañó toda su vida, algunas picardías que le bailaron en los ojos/ El hombre para morir debe abandonar – con tristeza, sí los temblores y los sufrimientos de su carne, debe olvidar su caricia, su supuesto abandono/ El hombre para morir debe dejar sus papeles en orden y algún dolor, el aire y los abismos de su vida/ El hombre para morir tiene que entrar en la humildad: tiene que vivir mucho. (Paco Urondo, Antología Universal de la Poesía, de Miguel Brascó, 1957)

Río de Palabras 48, 16 – 06 – 11

La Quinta Pata

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