Ramón Ábalo
El 17 de junio de 1976, a pocos meses de comenzada la criminal dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla, el escritor y periodista Francisco Paco Urondo era emboscado, junto a sus acompañantes, en la esquina de Remedios Escalada de San Martín y Tucumán, de Dorrego. Paco moriría en el lugar; su esposa, Alicia Raboy, sería secuestrada y su hija Ángela fue a parar a la Casa Cuna para después ser dada en adopción. Este episodio - uno de los tantos de los genocidas en Mendoza - es uno de los casos que van a ser ventilados en la justicia federal de Mendoza por desaparición de personas por la dictadura cívico-militar del '76. Es una de las causas del paquete que "entró" junto con otras a ser ventiladas desde el 17 de noviembre pasado, y cuenta con elementos jurídicos-políticos que han despertado expectativas, en momentos en que avanzan los juicios a cuasi genocidas, como lo son los jueces Miret y Romano.
Para que nada siga igual
Paco Urondo ejerció la poesía tanto como su militancia política, hasta las últimas consecuencias. Llegó a tanto que entregó su vida, pero dejó tras de sí una obra de envergadura poética que resalta desde hace tiempo en el firmamento poético argentino e incluso más allá. Su vida y su obra, en perfecta armonía y comunión, fue una constante de una lucha que había asumido para que nada siga igual. Y eso de un país mejor, un mundo mejor, síntesis de esa lucha, para Paco incluía una flor, pero en la punta de un fusil. No se auto-sacrificó, lo que por ahí se afirma, porque ello no podía ser desde la conciencia lúcida que le marcaba que su vocación vital era una totalidad de cuerpo y espíritu.
En Urondo conviven lo estético y lo político en los libros Todos los poemas (1950-1970) o Poemas de batalla (póstumo, 1998), Todo eso (cuentos, 1966), Los pasos previos (novela, 1972) o La patria fusilada (Crisis, 1973).
Periodista en diarios y revistas como Primera Plana , Panorama y Noticias , Urondo llegó a Mendoza en un plan que tenía que ver con reactivar Montoneros en la provincia, pese a todas las advertencias que sus compañeros de militancia, tanto de Buenos Aires como de aquí, le hicieron acerca del peligro que eso significaba.
Pero Paco era terco, y así fue como llegó hasta esta provincia, donde caería como vivió: luchando en la calle.
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