domingo, 19 de junio de 2011

Ninguneado José Pablo Feinmann, tan querido, zarpado y exitoso

Hugo De Marinis

El Flaco
José Pablo Feinmann
Planeta 2011 – 318 páginas


Posmodernos y multiculturalistas tienden
a extinguirse con el nuevo siglo. Son
movimientos académicos y antimarxistas. La
izquierda será siempre la verdadera fuerza
opositora a las canalladas mercantilistas
de la derecha.
(243)

Arbitrariedades
Es jodido el ninguneo. También injusto. ¿Por qué no se acepta a alguien en un círculo determinado? ¿Quién se arroga los criterios de selección para la entrada a un grupo? Sin ir más lejos, uno mismo – cualquiera – cae a menudo en la paranoia del sujeto ninguneado cuando nadie le escribe, cuando no te invitan, cuando te sentís dejado de lado y creés tener los méritos para que por lo menos te consulten.

José Pablo Feinmann, de todos modos, es un ninguneado privilegiado. Lo ningunean pero vende libros, artículos y conferencias, no sé si a roletes, pero en cantidades que otros envidian. Lo ningunean precisamente por eso: porque vende, porque llega, porque lo escuchan.

¿Quiénes lo ningunean?: sus pares, o sea, escritores, profes, intelectuales, eruditos y académicos que por su parte no venden demasiados libros. Y no se trata de que haya que vender libros para adquirir chapa de legítimo, pero si los vendés, y además te los publica Planeta, los autoproclamados que dirigen y regulan el pensamiento en el país te hacen la cruz. Que lo diga el Gordo Soriano si no. Y eso que a él no lo publicaba Planeta.

¿Quiénes no lo ningunean?: estudiantes y lectores situados de variado plumaje del Página que encuentran satisfacción en más o menos entender lo que leen, aún cuando se trate de arduos problemas filosóficos. No lo ningunean unos cuantos políticos que adhieren al proyecto nacional y popular o a alguna que otra instancia contestataria. Como los estudiantes y los lectores situados, estos políticos aprenden de él. Pero ojo que los políticos oficialistas también lo miran con recelo porque Feinmann es bastante crítico del proyecto nacional y popular en curso.
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El ex presidente Néstor Kirchner es otro que no lo ninguneó. Al contrario, lo convidó a participar del mentado proyecto y le confesó que toda su familia lo leía, incluida la actual primera mandataria. ¿A cuántos escritores, profes, eruditos, intelectuales y académicos se les ofrece semejante oportunidad? No para dirigir la Biblioteca Nacional o la secretaría de cultura (las que según Feinmann le fueron ofrecidas) sino para hablar de política, la de todos los días, la del hacer más que la del pensar o del planear o del plantear: la que toca, influye, determina verdaderamente al prójimo argentino. ¿Qué daría uno por una chance así?

El morbo por el chisme
Entre las densidades filosóficas del libro, Feinmann te pone un chiste, una puteada por aquí, otra por allá, una anécdota, un chisme, cosa de que si te sentís apabullado por las aproximaciones a Hegel, Heidegger o Sartre, pareciera que con estos recursos te susurrara, “esto se puede enseñar y vos sos capaz de aprenderlo” o “si hasta nos parecemos, nos importa lo mismo”, y vos te la creés.

Uno se la cree, porque vio a Kirchner jugueteando con el bastón presidencial y se muere por saber qué más te puede contar alguien que te parece como vos: cómo era este tipo en la intimidad de una cena, el flaco de la JP, tan diferente a sus predecesores, tan enigmático – para algunos – en sus propósitos, generador de contradicciones incluso entre los que se las dan de que piensan por encima de los demás: los superados, los “conmigo, no”. El morbo por el chisme: enterarse si estaba más a la izquierda o no, ¿de qué?, ¿de quién?

El libro es súper atractivo. Lo querés leer de un saque, pero se le necesita dar tiempo (“La rapidez es enemiga del pensamiento” [250]). Se podría escribir otro libro sobre este libro, tal su profundidad y cantidad de asuntos que se tocan (tan distinto del poco convincente Timote).

Introduce entre otras cosas el tema bravo de la relación entre el pensador y el político; la independencia del intelectual (para qué sirve y aunque la de Feinmann queda clara uno se pregunta: ¿y la ‘aneda’?), la revolución, el poder, el recurso a la violencia, la condición de posibilidad de la acción política, el desierto de lo real (no lacaniano, por supuesto), la pobreza verdadera (¿hay alguna otra?), la ficción como forma de conocimiento, el foco guerrillero. Feinmann le insinúa a Kirchner en una de sus conversaciones que es un foquista:

- Mañana bajo el cuadro de Videla.
- Perdoname lo que te voy a preguntar. Es una pregunta que no siempre me gusta. Pero hay que hacerla. ¿Analizaste si están dadas las condiciones?
- Si analizo eso, no lo bajo.
(…)
- Es un razonamiento foquista, Néstor. Las condiciones nunca están dadas. El foco puede crearlas.
- ¿Qué foco? Yo soy un presidente democrático. ¿De qué foco me hablás? ¿Ves alguno por aquí? - - Bueno dale, ¿vas ir solo?
(241)



Woody Allen
Este Feinmann, irritante y todo, tiene su parte tierna. A veces, varias veces en realidad, se parece a Woody Allen. Él mismo lo reconoce en alguna parte del libro. Hay, creo que en Manhattan (1979) o en Annie Hall (1977), una escena en que el personaje de Allen le dice al de Diane Keaton que en artes amatorias no hay como él. Uno le pega una mirada, y con esos anteojazos y esa cara de yo no fui, no te queda más que sonreír. Al promediar el libro, cuando Feinmann se esfuerza en explicar a Kirchner las razones de sus críticas y posicionamientos que lo llevan a alejarse del presidente, afirma:

Yo no soy individualista. Soy – con algunos otros; con Osvaldo Bayer, sin duda – el más comprometido y jugado de los intelectuales de este país. La mayoría son cobardes que cuidan sus becas del Conicet o ganan la Gug[g]enheim.
(…)
A veces me invitan a dar una conferencia para gente de La Nación (…) y voy y vienen a escucharme quinientas personas y doscientas se quedan afuera.
(312)



Uno no sabe si habla en serio, pero este es uno de los encantos del libro: sería factible pensar que si lo ningunean, se viene con que: “soy el más comprometido”, y al ninguneado lo van a escuchar quinientas personas y doscientas se quedan afuera; ni siquiera son los del palo sino los opositores. ¿Qué intelectual argentino puede levantar estas multitudes? ¿Qué intelectual argentino puede increpar así a Borges?: “No crea que el Premio Nobel no se lo dieron por causas políticas, tal vez fue por algunos rasgos de estilo de los que usted abusó, a los que recurrió excesivamente, o aún más que eso (170): Solo el ninguneado que, dolorido, actúa por un poco de despecho y por otro de brutal honestidad situada más allá de los límites sugeridos por la diplomacia y el derechoso sentido común: ¿Decir que Borges escribió algo mal?

¿Piensa realmente todo esto Feinmann o se lo inventa? Porque también miente, en el sentido ficcional. Cuenta que en tiempos de Menem le dieron un reconocimiento por la película Eva Perón, un fulgurante plato de bronce en el que se leía Premio ‘Eva Perón’ a la verdad revelada. Feinmann se burla afirmando que “había inventado a lo loco” y que inventar es la única manera de escribir historias verdaderas, desde la ficción (194-95). Con lo cual no hay garantías de que este libro no sea más que un cúmulo de páginas emborronadas por la feraz imaginación de su autor, puro invento, y además, ¿quién lo va a desmentir?

Estas salvedades (los inventos, la inmodestia, el confianzudo tono confesional, las críticas miserables al sistema comunista cubano, el accionar parecido al de Woody Allen, las cicatrices del ninguneo, etc.) no desmerecen el texto. Al contrario, entre otras cosas, el libro interviene en el devenir político – lo logra – de una manera muy argentina, atractiva y sustanciosa. Por más zarpado y canyengue no se pierde en los meandros de una retórica cuyo fin es sí misma: un juego para iniciados, fino y sofisticado, pero con escasas posibilidades de real intervención en la política del día a día, de vale (casi) todo, del no hacerle el asco a (casi) nada.

La Quinta Pata, 19 – 06 – 11

La Quinta Pata

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