Eso nos dice el Códice Ramírez respecto a la designación hecha por el Gran Consejo Electoral de la confederación mexicana, a la muerte del tlatoani Ahuitzotl.
Cuando fallecía un hueytlatoani, o sea, el gobernante máximo de la confederación, y siempre un mexicano, era norma que se eligiera entre sus hermanos y faltando estos, entre sus sobrinos, al que reuniera las condiciones y tuviera la capacidad de gobernar.
No había otro que superase al valiente guerrero Moctezuma, hijo menor del hueytlatoani Axayacatl – hermano de Ahuitzol – habido con una concubina, dama de la nobleza de Iztapalapan. Al recaer en él la alta dignidad, se agregó a su nombre el de Xocoyotzin – el más joven – habida cuenta que había existido otro tlatoani de ese nombre: Moctezuma Ilhuicamina.
El joven Moctezuma era muy instruido, había cursado estudios superiores de matemáticas, astronomía y botánica en el Calmecac, escuela importantísima, a la que acudían los hijos de los nobles.
También, por supuesto y como hijo de un hueytlatoani, había pasado Moctezuma largos años recibiendo instrucción militar en la escuela de táctica de guerra – Tepuchcalli – luego se destacó mucho en los ejercicios efectuados en el curso de las llamadas Guerras Floridas contra los tlaxcaltecas, los huexutzincas y los atlixcas.
En las campañas que libró su tío Ahuitzotl contra los chalcas y los nicaraguas, llegó a alcanzar el rango de tlacatetl, o sea, general de los ejércitos mexicanos, subiendo paso a paso.
Apenas tomó posesión como hueytlatoani, Moctezuma Xocoyotzin ordenó la reforma administrativa del estado, disponiendo que todos los jóvenes pillis – hijos de señores – cubrieran los cargos gubernamentales, a todos los niveles, a los fines de que aprendieran a desenvolverse con eficiencia y asegurar así el futuro de la nación en manos de una clase superior educada para los negocios públicos.
Otra gran preocupación del nuevo caudillo de los mexicas, fue la enseñanza popular, desde las edades de cinco a diez años en las pecualli elementales. Exigiendo por ley la asistencia, y sancionando severamente a los padres que eludiesen el envío de sus hijos a las instituciones docentes.
Se era particularmente riguroso en la obligatoriedad de la asistencia a las escuelas superiores y especiales de música, canto, danza – las cuicacalli.
Los jardines del emperador A instancia de Moctezuma se ampliaron y embellecieron los dos jardines zoológicos de la ciudad de Tenochtitlán, al extremo que en ellos podían contemplarse todas las aves conocidas en América, las que mostraban sus plumajes de colores en su medio natural, entre frondosas arboledas de ejemplares exóticos, a las que rodeaban diez estanques en los que nadaban infinidad de peces rarísimos.
En el otro parque, solo para fieras, se encontraban encerrados en sólidas jaulas de barrotes de madera, pumas, jaguares, ocelotes, coyotes techichis – perros mudos – que engordaban para comérselos y las culebras dentro de enormes vasijas, a manera de tinajones. Los cocodrilos los mantenían en estanques circundados de paredes.
Para la atención y cuidado de estos animales, se hallaban empleados más de 300 hombres, sin contar el personal de médicos veterinarios y sus auxiliares.
Muy aficionado a la botánica, el gran Moctezuma se preocupaba muy especialmente del jardín de plantas medicinales, que constituía una verdadera escuela para herbolarios y médicos que allí estudiaban las diferentes propiedades de las yerbas y sus virtudes curativas y alimenticias.
Esta institución, de alto nivel científico, única en América y en el mundo, en su época, fue arrasada por el fanatismo de los ignorantes frailes que acompañaron a los conquistadores, los que creyeron que eran vanidades y caprichos del hueytlatoani.
La debacle de una civilización Cholula, emporio de riquezas y ciudad de intenso tráfico comercial, tanto interior como internacional, fue destruida por la sevicia de los bandidos, capitaneados por otro gran bandolero: Hernán Cortés. En ese lugar “en menos de dos horas, los soldados españoles mataron a seis mil hombres” nos dice Alva Ixtlilxochitl, el cronista por excelencia del México antiguo.
Concluida la masacre Choluteca, los españoles enviaron emisarios a Tenochtitlan, anunciando su llegada como embajadores de Carlos V monarca de Las Españas.
La aparición de aquellos hombres blancos y de profusas barbas, nunca vistos, que cubrían sus cuerpos con poderosas corazas de hierro, jinetes de una extraña bestia: el caballo, que utilizaban como peligrosa máquina de guerra, tenía que resultar desconcertante para los aztecas.
Era lógico y si se quiere humano, que los hombres del nuevo mundo, por muy valientes y arrestados que fuesen, se interesaran por tales maravillas y mucho más cuando dentro de la mitología de la meseta del Anáhuac existía la leyenda de Quetzalcóatl, el dios blanco que habría de venir con sus hijos. Los mexicanos tomaron inicialmente a los españoles, como hijos del dios.
Pero también es cierto que no les temieron físicamente. Moctezuma resolvió recibirlos, para conocer sus propósitos y en todo caso, o prevenirse para la guerra o establecer amistad con el soberano que enviaba a aquellos emisarios.
El consejo de gobierno destinó el antiguo palacio de Axayacatl para alojar a los visitantes, que por su parte se presentaron acompañados de 6.000 guerreros tlaxcaltecas con los que habían hecho alianza y que eran a su vez enemigos tradicionales de los mexicas. Pese a esta circunstancia y en aras de la mejor hospitalidad, se accedió a que penetrasen en Tenochtitlán. Apenas había franqueado el recinto del palacio los últimos españoles – unos quinientos – formaron un muro humano alrededor de Moctezuma y de los importantes señores que le acompañaban, entre ellos sus hermanos, los tlatoanis de Iztapalapan y Tlacopán y su sobrino, el joven tlatoani de Texcoco: Cacamatzin.
Amenazando de muerte a sus ilustres cautivos, los españoles pretendieron que se les sometiese el pueblo y el consejo supremo de los aztecas, lanzándose ipso facto a un desenfrenado saqueo en busca de oro y riquezas. Esto provocó la ira de los mexicanos que atacaron el palacio.
Mientras, Cortés ordenó darle tormento a Moctezuma y sus allegados con el objeto de lograr la aquiescencia al sometimiento.
Pese a la exquisitez de las torturas hispanas a base de fuego, no se consiguió que el emperador claudicara. ¿Era este acaso el cobarde, vicioso y despótico individuo que describió en sus cartas mentirosas, a Carlos V, con fines interesados, Hernán Cortés? No, de ninguna manera. Fue Moctezuma el héroe de extraordinarios perfiles que, dándose cuenta que antes que su propia persona estaban los intereses sagrados del Anáhuac, toma una admirable decisión: envía a llamar a Hernán Cortés y le propone que salga Cuitláhuac el señor de Iztapalapan, a convencer a los sitiadores que levanten el asedio, pues lleva instrucciones suyas en ese sentido.
El español accede, porque desconoce las leyes sucesorias de la confederación azteca.
Cuitláhuac, que es también supremo general de los ejércitos mexicanos, hermano y sucesor natural de Moctezuma, a falta de este, lleva un solo propósito: cumplir la orden póstuma del hueytlatoani, que ha sido: encabezar la guerra, destruir a los invasores, sin miramientos ya para la vida de los prisioneros.
Descubierta la estratagema, Cortés enfurecido, ordena el estrangulamiento del emperador y su comitiva, arrojando luego sus cadáveres por un balcón del palacio.
Juventud Rebelde, 22 – 03 – 11
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