domingo, 13 de noviembre de 2011

El viento zonda y su praxis

Eduardo Hugo Paganini

Si es verdad que “no es lo mismo el otoño en Mendoza” no será menos cierto que “tampoco lo es la tecnología en la Argentina. Aunque en una caso la excepcionalidad se nutra de virtudes, en el otro ese rango se adquiere por lo inverso y por su frágil precariedad.
Un conjunto de reflexiones a la luz de la vela, mientras “todos los operadores se encuentran ocupados”.

¿Cómo me atrevo a semejante afirmación en momentos contemporáneos a Tecnópolis ? ¿A qué se debe ese desorejamiento técnico en el que me hundo?

Hay una causa simple: vivo aquí, en una zona donde la naturaleza cada tanto aparece con su fuerza vital y nos deja casi en las mismas condiciones de los Picapiedra. Con el agravante de que, hasta ese entonces, nos creíamos que vivíamos como los Supersónicos, con todo el confort glamoroso del machinatismo eléctrico, electromecánico y electrónico…

Los terciopelos y las sedas del control remoto, del interné inalámbrico, de los plasmas gigantes, de los MP3, 4, 5 y los que vengan, de la dirección asistida y el lector de CD, del split, del puf, de la rubia cabello pantén al viento sentada en el anca de la Rajawasaky, etc. etc.… todo ese oro, ese nirvana del consumo excelso y exquisito se derrumba, se evapora, se hace estatua de sal a los tres minutos de comenzar sus soplidos el viento zonda.
Todo es nada cuando ello ocurre, o mejor dicho, todo es polvo en los ojos y los dientes. La cabeza con taquicardia y el corazón mareado buscan instintivamente reparo cuando ese rollo de aire hirviente aplana la vida, jugando a transformar el aire en tierra pálida. Se tumban los álamos, a veces con ferocidad asesina, a veces con sabiduría vegetal. Se trizan vidrios, vuelan chapas en piruetas, se rompen plantas y arbustos.
Y además… ¡se corta la luz!

Una vez más, ya sea zonda, granizo, chaparrones o sismo, la naturaleza se impone por sobre todos los esfuerzos técnicos, científicos, tecnológicos y comerciales que las empresas prestatarias despliegan febrilmente. Y no hay luz… y en estos pagos donde se bombea para llenar el tanque de la casa, eso significa que tampoco hay agua…

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A partir de allí se inicia otra vida: chau a la TV, a la radio, al teléfono que se quedó sin carga (intentando hacer llegar el reclamo a la “empresa prestataria”). Ahí es cuando nos surge el espíritu lector, el siestero, el matero, el ordenador de estantes y trastos. No son muchas las actividades que un ser humano en el siglo XXI puede desarrollar sin energía eléctrica… Y por supuesto, todas acciones internas, ya que asomarse al exterior conlleva riesgo de muerte. Por supuesto que dadas las condiciones a nadie se le ocurre limpiar, hasta que no deje de soplar. Pocas tareas hay más inútiles que esa.

Pero luego va oscureciendo… y no hay señales de regreso del caro fluido iluminante, por lo tanto a la búsqueda de velas, linternas, candiles y todo artefacto que permita la visión.

Así, nuestra noche es simple y austera: en tinieblas, sin higiene posible (recordemos que la poca agua restante del tanque es a los efectos de la supervivencia ya que no se conoce la duración de la crisis [1]), pisando crujidos y masticando polvo, nos vamos a acostar tempranísimo para nuestros hábitos, vaciados de acciones y ritos sociales sustentables merced a los 220 volts.

Sin exageraciones, se puede asegurar que en estas ocasiones el capitalismo, salvaje o serio —da igual— nos muestra sus límites y se hace invisible y tedioso sin el auxilio de sus sacerdotes del confort. Allí volvemos a ser Cromañón, o quizá aún Neandertal: nos quedamos solos nosotros y nuestro entorno natural. La cultura se hace fósil, frágil y añorado recuerdo. Un anhelo en la noche. Desde esta óptica, se plasma clara y distinta la idea de asegurar que el triunfo más contundente en la historia de la humanidad sobre el régimen capitalismo lo logra el zonda cada vez que sopla aquí, en el Valle de Uco.

Como no viene en actitud programática, queda sólo en una revuelta espontánea, pero que asusta al establishment y remueve alguna estructura porque declara la igualdad y la propiedad de las carencias para todos en común.

[1] En una oportunidad, 5 ó 6 años atrás, a raíz de los efectos de un zonda tan duro como el de estos días, EDEMSA nos dejó 5 días sin luz y por ende sin agua. No hubo reclamo telefónico que surtiera efecto a lo largo de esa semana, hasta que en un piquete individual y tempranero logré a las seis menos cuarto de una mañana convencer a los tripulantes de la primera camioneta que tomaba su servicio. Se ve que la expresividad de mis gestos y el estado de mi apariencia impresionó a los gentiles muchachos y esa mañana volví a gozar de las virtudes de la energía eléctrica. Lo peor es que nunca me hicieron llegar el certificado del curso de supervivencia que tuvimos que desarrollar con mi familia para administrarnos y organizar la vida cotidiana. La experiencia también nos sirvió para hacer una interesante investigación sobre las calidades, estructuras, duraciones de encendido y comportamiento del sebo de las distintas marcas de velas, pero lamentablemente nunca tomamos notas de los resultados.

La Quinta Pata, 13 – 11 – 11

La Quinta Pata

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