domingo, 13 de noviembre de 2011

Isidro Velázquez

Jorge “Pampa” Ubertalli

Un “alzado” recreado por la cultura popular

“Vibra la selva chaqueña/ bajo el clamor de un valiente/ que va cayendo, doliente/ gritando su rebelión...” clamaba aquel chamamé, mientras miles de bailarines hacían cabriolas al compás de las cordeonas “verduleras”. En algún momento, mientras el ritmo musical se opacaba, surgió de aquella garganta una glosa elegíaca: “De luto la selva entera/ por la muerte de un varón/ que en las chacras de algodón/ o en las picadas sombrías/ le arisqueó a la policía/ que lo persiguió”.

La gente, sin inmutarse, siguió el ritmo bailable hasta el final, cuando aquel largo sapukay fue imitado por gran cantidad de danzarines. Fue en la bailanta “Fortín del Litoral”, de Capital Federal, un viernes a la noche. Fuerte y vivencial, el chamamé nombraba a Isidro Velázquez.

Desde hace años, infinidad de “gauchos alzados” son devoción de amplios sectores populares. Algunos, como Bairoletto, Mate Cocido o Pelayo, son admirados por paisanos que de alguna manera los reconocen como representantes de sus intereses colectivos. Otros, como el “Negro” Bazán Frías, de Tucumán; el “Gaucho Gil”, de Corrientes o el “Gaucho Cubillos”, de Mendoza, fueron canonizados por la gente humilde que, transgrediendo los cultos oficiales, deposita hoy ante sus tumbas o monumentos flores, velas y otros presentes, y hace promesas al “santito” para que le conceda lo que pide.

Sin duda, por la cercanía de su existencia y por los ribetes que adquirió su vida de “alzado”, Isidro Velázquez y su compañero Vicente Gauna son los más importantes en cuanto al cuestionamiento empírico del orden establecido y a la devoción que les brindó el pueblo marginado, o sea, aquel sujeto social imposibilitado de incorporarse al aparato productivo del sistema capitalista y destinado, por eso, a ser paria en una sociedad de “ciudadanos”.

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Velázquez había nacido en Corrientes y se había desempeñado como peón golondrina en su provincia, hasta que la falta de conchabo para mantener a su familia lo hizo emigrar al Chaco. Allí, en compañía de su mujer y dos hijas, se afincó en Colonia Elisa y llegó a ser miembro de la cooperadora de la escuela donde concurrían sus pequeñas. Pero ocurrió que, no se sabe bien por qué la policía del lugar comenzó a molestarlo. Entonces, junto a su hermano Claudio —muerto al poco tiempo — se alzó. Y en compañía de Vicente Gauna se convirtió en “bandolero social”. Asaltaba a ricos para entregar el producto de sus expropiaciones a los pobres, quienes lo protegían y admiraban. Su fama trascendió los límites del Chaco para llegar hasta Corrientes, Formosa y todo el litoral argentino, incluso el Paraguay. Sus hermanos, criollos pobres e indios del Chaco, se identificaron con él y le pusieron el mote de “El Vengador”.

Cayó acribillado junto a Gauna, un 1º de diciembre de 1967, en el Paraje Pampa Bandera , al pie de un corpulento árbol, que luego fue quemado por orden de la policía local, ya que los paisanos le arrancaban trozos y depositaban allí flores para honrar el alma de los difuntos.

En su libro escrito en 1967, Isidro Velázquez: Formas prerrevolucionarias de la violencia , nuestro querido compañero Roberto Carri, secuestrado-desaparecido por la dictadura militar en 1977, inmortalizó el nombre de Velázquez y analizó su comportamiento y el de sus seguidores, tomando en cuenta la marginación a que eran sometidos los criollos pobres e indios que habitaban las “colonias internas de la metrópoli” —provincias productoras de carne humana, sometidas a la voracidad de Buenos Aires— y la superexplotación que sobre ellos ejerce, el capital monopolista en connivencia con sus socios “nacionales”.
Mientras el libro de Roberto iluminaba a los lectores sobre la existencia de los ‘‘proletarios totales’’ —hoy “marginados”, de patética vigencia, como quedó demostrado hace pocos días(1) —, aquellos alimentaban su “cultura de resistencia” una vez más, ahora con la sola alabanza de Velázquez. Así nació el chamamé El último sapukay , de Oscar Valles, cantado en fogones y peñas de provincia, finalmente prohibido por la dictadura militar de Onganía.

Sin embargo, demostrando su desafío al “orden” que había engendrado y luego sacrificado a Velázquez, y a la policía, que estableció en el Chaco como su día al 10 de diciembre —fecha en que cayeron Isidro y Vicente—, el pueblo prosiguió adorando al muerto y continuó creando canciones en su nombre, como el chamamé El puente de la traició n, de Guerra y los Hermanos Cardozo, que ese viernes a la noche encabritaba los corazones de aquellos descendientes, en algún modo, de Velázquez, quienes hacían vibrar el piso del “Fortín del Litoral”. Esa cultura subterránea, engendrada en el dolor y la esperanza, y recreada en las “catacumbas” populares, jamás perece. Siempre, como en este caso, eclosiona, para testimoniar la vigencia de la resistencia de los humildes a la injusticia y promover, explícita e implícitamente, un aliciente para la lucha.


(1) Se refiere al estallido socioeconómico que en abril/mayo del ’89 explotó en zonas urbanas y suburbanas, caracterizado por enfrentamientos diversos que el imaginario colectivo denominó como la “época de los saqueos”, debido a los choques entre grupos demandantes y entidades comerciales abastecedoras de alimentos.

Diario Sur. Suplemento Cultura, 08 – 08 – 89; Cortesía de Eduardo Hugo Paganini.

La Quinta Pata

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