, Mendoza, Nº 2 verano de 1999.
En el umbral del tercer milenio y del siglo XXI, podemos considerar que el siglo XX fue, sin duda, un tiempo de cambios.
Muchos eventos nos permiten caracterizar al siglo —que terminará en el año 2000, y no en diciembre de 1999, como quieren las agencias de turismo— como un período de avance rumbo a la emancipación del ser humano: las revoluciones rusa, china, cubana y sandinista; la descolonización de África y de Asia; la victoria de la Segunda Guerra contra el nazifascismo; el movimiento estudiantil y la revolución cultural de los años 60; la derrota impuesta a los Estados Unidos por el heroico pueblo vietnamita, la liberación de la mujer, la lucha contra la discriminación racial; la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, el fin del
en África del Sur y la ascensión de Nelson Mandela, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Ghandi y la independencia de la India, la Teología de la Liberación y la participación de los cristianos en las luchas por la justicia, etc.
Tantos sucesos no nos impiden reconocer equívocos y derrotas.
Es tiempo de la crítica de la razón dialéctica. Si la modernidad exaltó las posibilidades de la razón y descolocó la cosmovisión teocéntrica para la antropocéntrica, ahora la crisis del racionalismo —que nos permite vislumbrar la “pos-modernidad”— exige que evaluemos los desaciertos del proceso emancipatorio.
La caída del Muro de Berlín marca el momento de mayor fracaso. Muchos fueron los factores que contribuyeron para eso. Vale resaltar uno de ellos sobre todo por saberlo aún presente en movimientos políticos latinoamericanos: el autoritarismo.
Así como todo hijo carga, en su estructura genética, las características de los padres, la revolución rusa heredó marcas del viejo orden zarista que derrumbara.
Aspectos subjetivos perjudicaron la construcción del socialismo como etapa más avanzada de democracia: las disputas del poder, la supuesta omnisapiencia del buró político, la intolerancia frente a las críticas y divergencias, etc.
Razones objetivas, como las acciones contrarrevolucionarias y las difíciles condiciones creadas por la primera guerra, reforzaron la verticalización de las estructuras políticas y sociales, y la simbiosis entre nación-estado-partido.
El partido se vio forzado a adoptar medidas, no se despegó de los soviets, para la formación de una sociedad civil con ciudadanos con ejercicio de su conciencia crítica.
Para quien como yo vive integrado en una institución estructuralmente autoritaria, la iglesia católica, es curioso observar los paralelos entre la jerarquía eclesiástica y el comité central (Cf. Leonardo Boff,
Iglesia, carisma y poder, 1981): el verticalismo en las decisiones, la autoridad como sinónimo de verdad, el preconcepto en las manifestaciones artísticas y culturales, que no se encuadran en los parámetros de la ortodoxia, el culto a la personalidad, la discriminación y la excomulgación de los “herejes” que no comulgan con el pensamiento oficial, las inquisiciones a través de interrogatorios, sanciones, etc.
Una nueva síntesis En este tiempo de recoger las piedras del Muro de Berlín, sabemos que la historia no siempre coincide con los conceptos con los cuales la adornamos. El pensamiento dialéctico naufragó en su cartesianismo positivista al no considerar la importancia de la subjetividad humana, de la experiencia religiosa, del arte como trascendencia de la razón, la subversión del lenguaje, las formas diferenciadas de propiedad, los deseos de consumo, los principios morales y la dimensión política de la sexualidad, en fin, del hombre y la mujer nuevos. No como “héroes del trabajo”, efigie griega de olimpíadas productivas, sino como sujetos históricos capaces de actuar, como enfatizaba el Che, motivados por los más nobles sentimientos de amor.
El siglo XXI fue un tiempo de síntesis dialéctica. El principio de la indeterminación, que rige la física cuántica, nos permite descubrir que, la intimidad atómica, materia y energía y energía y materia - onda y partícula son dos expresiones de una misma realidad. Por lo tanto, ya no hay razón para volver a los dualismos neoplatónicos que marcaron considerablemente parte de la actividad política del siglo XX.
Se trata ahora de liberar no solo la sociedad, sino también el corazón humano, la economía y la conciencia, aproximando Jesús al Che, Marx a Paulo Freire, de modo de trazar un nuevo perfil de socialismo que supere los determinismos categóricos y no vea en la autonomía de los movimientos sociales, en la sociedad civil, en la crítica y en la pluralidad de las estructuras productivas y distributivas una amenaza a su avance; por lo contrario asumir todo eso como palancas, sin los cuales se perpetuará el desfasaje entre estado y nación, partido y pueblo, teoría y práctica, creando simulacros de sociedad igualitaria.
Los desafíos son profundos y fascinantes. Es tiempo de debatirlos y enfrentarlos.
La prevalencia de la vida sobre la muerte —principio revolucionario número 1— exige de todos nosotros mayor empeño de unidad en la diversidad, de modo de sobrepasarnos, cuanto antes, de la globocolonización neoliberal que nos amenaza como un fantasma de un mundo unipolar con un gobierno único, una policía única, un pensamiento único, impidiéndonos de desterrar al pasado la prehistoria humana.
Es tiempo de nuevos paradigmas, nuevas estrategias, nuevos valores y actitudes.
Son exigencias para todos nosotros que admitimos, entre éxitos y victorias, los desaciertos de los procesos de liberación del siglo XX y soñamos con un futuro próximo en que todos los pueblos tengan saciado el hambre de pan y aplacado el hambre de perfección —que al contrario de la primera, es insaciable, pues son infinitos los deseos del corazón humano.
*Frei Betto es escritor, autor del romance “Hotel Brasil”, lanzamiento reciente de la editora Ática.
Paréntesis, Mendoza, Nº 2, verano de 1999.Cortesía de Eduardo Hugo Paganini.
La Quinta Pata, 29 – 01 -12
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