domingo, 8 de abril de 2012

Explotación infantil: escenarios probables sin respuesta

Eduardo H. Paganini

Los niños no deben ser explotados, pero debería haber una diferenciación y por ende respuestas jurídicas diferentes para quienes se sirven de la tarea de los niños, que merecen la mayor de las condenas, y quienes procuran a sus hijos el inicio en un oficio, que debería ser regulado, asistido y estimulado.

Nadie que responda al sistema de valores consagrado desde la Revolución Francesa puede hoy día defender discursivamente la explotación laboral de niños.
La afirmación anterior se hace necesaria, a pesar de su obviedad, debido a que una serie de escenas y situaciones registradas en los últimos tiempos me lleva a mostrar cómo subsisten situaciones simultáneas, algunas de las cuales merecen sanción inmediata mientras otras, por lo contrario, son dignas de admiración, e inclusive hay situaciones no definidas ni por definir.

Vamos al grano:
Leo en un órgano local que inspecciones realizadas en Tupungato detectaron la presencia de jóvenes trabajando sin la autorización de sus padres, por lo que se labraron las actas correspondientes. La información así presentada resulta clara y contundente: se afirma que los menores estaban trabajando, cosa prohibida por ley, y se sugiere que de existir la autorización de los padres todo hubiera sido aceptable y correcto. Pero…
Al Gabriel, para tractorista me lo vinieron a buscar de tres fincas , me dice orgulloso mi vecino y agrega: …pero como es menor no quiero que esa gente tenga problemas . Y me informa que las inspecciones a las fincas para detectar son muy serias, que multan con alrededor de siete mil pesos por menor detectado y que no diferencian los inspectores entre niños trabajadores y niños acompañantes. Con su estilo moroso y detallado me narra el acontecimiento de una inspección minuciosa desarrollada en una finca próxima, en la cual identificaron uno por uno a los peones diseminados por el campo y se retiraron con la única observación de la presencia de tres niños en la zona inspeccionada.
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El encargado imprudentemente firmó el acta correspondiente y se autocondenó, ya que esa presencia infantil, sus tres hijos que residen con él en el sitio y por ende suelen recorrerlo, generaron la cuantiosa multa y la contundente lavada de cabeza por parte del propietario, poniendo así en peligro su continuidad laboral. Lo curioso del hecho es que el ente revisor no fue una comisión oficial, sino representantes del sindicato, organización que debería haber estado atenta a las condiciones laborales de sus afiliados.

El caso del Gabriel es repetido y agravado: ¿qué hacemos con esos muchachones de 16, 17 años que ya no son captados por una escuela que se quedó —en el mejor de los casos— con el Manual Kapelusz y que no los atrae porque no les da respuestas? ¿qué se puede hacer con los que están a punto de ser padres, o ya lo son y se hicieron cargo de la situación juntando algunos pesos para el mastiquín de los culillos en changas informales, precarias y ocultas? ¿qué programas o planes de asistencia, prevención, apoyo se pueden aplicar? Esta misma pregunta le hice —en tono lo más amistoso posible, como para obtener información y no como mera protesta— a un joven funcionario provincial o nacional (estos ámbitos se superponen notablemente con los jóvenes funcionarios), quien luego de un aceitado discurso, con leits motivs energéticos y estimulantes, además de descripciones de paisajes y escenarios nunca vividos, me llevó a dos conclusiones:
a) no hay absolutamente nada ni parece estar pensado el problema,
b) me quedó la sensación de no tiene la misma proyección política, y por ende trascendencia socio-económica, un diálogo con un integrante de estos “jóvenes funcionarios” que con uno de aquella Jotapé de los 70; distinción que por cuestiones de pragmatismo parecería que sólo los veteranos podemos establecer.

Callejón sin salida… enciendo el televisor como para descomprimir mi preocupación, pero veo cómo Doly Irigoyen, la importante chef, montada en su 4X4, retira de un establecimiento educativo privado a sus nietas para ir directamente a su cocina y preparar unas bonitas tortas… ¿No es acaso trabajo infantil? ¿Por qué nuestro imaginario evalúa como simpático y tierno un acto como el de Doly y sanciona el aprendizaje de un oficio? ¿Los niños y niñas actores y partenaires de la TV no desarrollan un trabajo infantil? ¿Por qué aplaudimos sus trabajos si desde el plano socioeconómico no resulta una tarea diferenciada de la de quienes aprenden a usar una escofina, un chuño, un alicate, una podadora en el contexto de una tarea familiar?

Por supuesto que no coincido totalmente con mi vecino quien sostiene que su condición de aprendiz infantil en las diversas tareas le ha permitido saber conducirse en la vida y en el saludo respetuoso hacia todos, mientras que ahora con estas leyes sólo se gestan haraganes que no estudian ni trabajan. No puedo responsabilizar ni condenar a quien sin elementos teóricos llega a esas peligrosas conclusiones, pero sí puedo hacerlo con quienes poseen no solo esquemas de interpretación, sino además la máquina del estado para actuar en tutelaje del indefenso.

La Quinta Pata, 08 – 04 – 12

La Quinta Pata

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