Otra cara del Caribe
Como paraíso de las vacaciones, el mundo de la publicidad difunde su visión del Caribe. Un idílico lugar donde el sol siempre brilla y la vida discurre sobre aguas de azul profundo, surcadas por yates en cuyas cubiertas retozan mujeres hermosas sorbiendo embriagantes cocteles de ron. De ese mundo que tanto atrae a los turistas, lo único que conocen los sufridos trabajadores de los cañaverales es el sol quemante.
En Barahona, provincia de la República Dominicana, las plantaciones se extienden hasta donde alcanza la vista. Las hileras de caña, de tres metros de altura, parecen soldados alineados para una revista. Cada tanto aparecen algunas miserables chozas, que conforman un batey, como se denominan las aldeas de los obreros del azúcar. Algunas son tan pobres que ni siquiera nombre tienen, apenas un número.
En el batey número cinco, además de algunas chozas con techo de paja, hay un pozo de agua, un generador eléctrico que funciona durante un par de horas al día y una escuela derruida. El viento trae una fina arena, que penetra en los ojos y se infiltra en todos los rincones.
La caña de azúcar es el único medio de vida. Durante seis meses al año brinda trabajos mal pagos y alimentos, que deben durar hasta la próxima zafra. Los viernes, días de pago, los obreros se alinean, vistiendo sus mejores galas, para cobrar. Todo lo que no gasten ese día quedará para costear las necesidades del hogar.
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