domingo, 16 de septiembre de 2012

Dilución literaria

Rolando Lazarte

Algunas veces cierras los ojos y ves el mundo de letras en el que has sido formado. Se alinean los libros que leíste, los que oíste contados por tu madre. Los que viste en las vitrinas de las librerías. Los que hojeaste en las librerías de usados. Los que consultaste en las bibliotecas públicas, en distintas épocas de tu vida. Los que le llevabas a tu abuela, los que le leías a tu otra abuela. Los que has escrito, los que sigues leyendo, en los mensajes de tus lectoras y lectores. Los que todo el mundo va escribiendo, como tú mismo, por donde vas, con tus gestos, tu presencia. Por ahí te llama la atención el modo como algunas personas te tratan. Con una deferencia. Tratas de tratar bien a cada persona. Hoy a la tarde, en la sala de espera de la dentista, pensabas qué buena compañía son los libros. No importa si los lees o no. Me refiero sobre todo a los libros de literatura, aunque eventualmente algún libro espiritual también puede estar incluido en esta mención. Los libros te acompañan, te reciben, abren un lugar para ti. Son como puertos o golfos, lugares donde puedes refugiarte siempre que lo quieras o necesites. No necesitas ni leerlos. Basta tenerlos cerca. A veces llevas un libro contigo y no lo lees, pero su presencia te acompaña. Lees de maneras diferentes. A veces concentrado, pero más frecuentemente, con una especie de distracción, donde no te importa demasiado el enredo, los nombres o lo que se dice, sino la manera como se va diciendo, los modos como la historia te va envolviendo hasta raptarte del todo de esta realidad cotidiana, para llevarte a una inmensidad ilimitada donde te encuentras con tantos otros libros y personajes que has ido leyendo a lo largo de tu vida. O que has ido siendo a lo largo de tus días. Así, al final, los libros y tú, se van diluyendo mutuamente en una especie de niebla que a cualquier hora del día o de la noche, se expende indefinidamente.


Inclusión literaria

▼ Leer todo
Hay unos días en que la persona está, por así decir, en estado literario. Esto lo he dicho ya varias veces, y lo seguiré diciendo, pues hay varias cosas que se repiten, y así como todo o muchas cosas se repiten, yo también me repito. ¿No te has dado cuenta de lo linda que es la repetición? Esta mañana bien tempranito, cuando todavía era de noche pero ya se notaba que el día estaba por empezar, se escuchó el canto de un pajarito. Ese canto fue la señal inequívoca de que la noche se estaba yendo y el día estaba por empezar. Escribir o hablar, a veces se hacen muy trabajosos, porque uno tiene que ir buscando palabras o expresiones alternativas, para no tener que repetirse. Lo que quería decir, y debo intentar decirlo antes de que ya no sepa más qué es lo que quería decir, es que muchas veces, cada vez más, el mundo literario me viene incluyendo. Inclusive, y esto no es solo un juego de palabras, en cada pequeña cosa de la vida diaria. Si te vas a dormir, te viene el recuerdo exacto del personaje de No camino de Swann, que estás leyendo ya hace varios días. Y justamente en ese libro, leías el otro día, como ese tal Swann, tan pintorescamente creado o retratado por el autor, tenía una nariz aguileña, y otros trazos que el autor muy bien describe, al punto de él mismo decir (el autor, no Swann), que las personas que encontramos en lo cotidiano, vienen como que a encajarse en la idea que nos hemos hecho de ellas. Esta descripción, en todos mis años de sociología, apenas la encontré de raspón (y muy difícilmente) en alguno de los cientos de libros que tuve que leer para llegar a adquirir el diploma profesional. Y los autores o autoras, siempre hay que agregar, unos y otras, o las otras y los unos, van creando climas y ambientes en los cuales uno se va incluyendo más y más. De pronto es Lya Luft en las Múltiplas escolhas, o José Saramago, en El hombre duplicado, Arthur Clarke, en A cidade e as estrelas, o Ray Bradbury, en El vino del estío, que van reponiendo una sensación de normalidad para los mortales, que los intelectuales se empeñan en deshacer. Dice Saramago que aunque nos quejemos de que nos cuesta decidir, lo hacemos a toda hora. Esto lo sabemos, pero nos hace bien que alguien lo diga. Y que ese alguien sea alguien que nos incluye, no que nos viene a criticar o a censurar, o a decirnos: ¡por qué sos tan indeciso o tan indecisa! Recuerdo que Jorge Luis Borges decía que los seres humanos tendemos a contradecir lo que nos quieren imponer. Y es así, de hecho. Julio Cortázar decía que él siempre se había sentido contenido en los libros que leía, y que esto difícilmente le ocurría en el llamado “mundo real”. Estas cosas nos hacen pensar, deben hacernos pensar, en la enorme importancia que tiene la imaginación para la felicidad humana. Mientras los sistemas de creencias y las ideologías, así como un cierto sentido común (no todo, pero hay uno abominablemente reaccionario y cuadrado) nos vienen a querer obligar a creer en cosas que alguien cree que debemos creer, por nuestra parte, podemos y debemos hacer el esfuerzo contrario, de crear mundos y más mundos libres, sueltos, a nuestra propia imagen y semejanza. Mundos plenos, unitivos, justos, bellos y armoniosos, en mi caso. Pues no concibo utopías para el mal, sino solamente para el bien. La literatura nos reconcilia con nuestra humanidad, nos abre espacios donde podemos ser quien somos, y no sentirnos forzados a ser lo que otros piensan que debemos ser.


Mosaicos


Pones unas letras en la hoja, y se empieza a dibujar una especie de torbellino que gira. Vas viendo las letras girando y dando vueltas. Empiezan a formarse palabras, y vas leyendo. El día de ayer. La película con ella en la sala. La búsqueda del tesoro. Caipirinha. La caminata por la beira-mar. Los libros, tu lugar preferido. Los libros son una extensión de la memoria y de la imaginación, dice Jorge Luis Borges. También son una extensión de la experiencia. Cando voy mirando la película, o bien cuando voy viendo algo en la calle o voy sintiendo alguna cosa, muchas veces lo que veo o voy sintiendo, se va encajando en cosas que leí, en la trama de algún libro. La cripta, de Lovecraft. Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. Las doradas manzanas del sol, también de Bradbury. Ayer se me ocurrió si podría llegar a escribir una lista de todos los libros de literatura que leí. Podría listarlos, pero no sé si me gustaría. Alguna vez empecé, o, mejor dicho, varias veces empecé, pero no seguí. Tal vez no quiera verlos en lista. Tal vez prefiera ver mis libros esfumados, envolviéndome como un capullo de luz que me protege y que construye una relación muy especial con el mundo y conmigo mismo. Como lo fueron y de alguna forma lo siguen siendo canciones y oraciones. Soy o fui como un niño: alguien que no tiene mucho una noción del mundo, pero que la va construyendo, el mundo va construyendo con él y para él, un lugar envuelto, como una cunita invisible y enorme, que lo cuida y lo protege. A veces creo que por no haber construido yo mismo una pared alrededor mío para defenderme, el propio mundo, la vida, creó esa protección para mí, o protecciones, como las capas de una cebolla. Y adentro estoy yo, he estado a lo largo de mi vida como guardado, cuidado, y lo sigo estando. Agradezco. A veces leo algunos libros devocionales o espirituales, o libros de sabiduría, que tengo en la sala o en la mesita de luz, o que llevo conmigo. Pero ayer, muy fuertemente, sentí que estaba de hecho, que estoy en las manos de Dios, de un poder y un amor muy poderoso y envolvente. Esto me dio seguridad y confianza. Como que hay algo que a uno lo cuida y lo protege, lo va guiando y lo lleva, y eso es el amor de Dios, es Dios mismo. No quiero ponerme muy teológico ahora, porque a algunas personas la idea o el nombre de Dios le recuerdan instituciones y dogmas, instituciones con una historia de terror y de opresión. Quiero más vale evocar lo que José Saramago dijera: que Dios es el silencio del universo, y que el ser humano es el grito que da sentido a ese silencio. Uno puede pensar el silencio que lo envuelve todo, que conecta todo, que todo lo contiene. Eso es Dios, o puede llegar a ser Dios. A mí no me gusta ponerme en la posición de alguien que le enseña cosas a la gente, aunque esta tentación separatista y opresora aparece muchas veces. Es una especie de provocación constante del sistema. Me gusta más lo de Paulo Freire: todos aprendemos con todos y con todas siempre. Esta postura es más real, es más horizontal, más cooperativa. Se parece más con lo que es la vida es, de hecho: todos aprendemos unos con los otros, y las otras con los unos.

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario