Rolando Lazarte
Cuando voy a Mendoza, mejor dicho, cuando me voy preparando para ir a Mendoza, comienzo a sentir días antes, como ahora, eso tan especial que uno solamente siente en su propia tierra, en su tierra natal. Uno se anida, siente esa profunda sensación de acogimiento, y empiezan a venir los buenos recuerdos. El parque, la alameda, Potrerillos, el Cerro de la Gloria. La familia. Los amigos y amigas. Los sueños de otros tiempos, que renacieron en la tierra donde vivo ahora, João Pessoa, Paraíba, Brasil. Vienen como en una ráfaga, tantas vistas. La montaña, el lago, los ríos que bajan cantando. Y uno canta también, dentro de su pecho, calladamente. Entonces tus veredas, Mendoza querida, y este mar que me acuna ahora, son un solo nido, un solo espacio donde me contengo. Entonces sé, sin ninguna duda, que hay un lugar, hay un lugar en el mundo para cada uno, para cada persona. Y este lugar lo hace cada uno, cada una. Pero no hay lugar en el mundo como este al que llego, en el que estoy, cuando voy a Mendoza, cuando me preparo para ir a Mendoza.
Letras reversas
A veces uno trata de encontrar su lugar en el mundo, un lugar en el mundo, de distintas formas. Lo hace, por ejemplo, entre las letras, escribiendo o leyendo, escribiendo y leyendo. A veces más escribiendo que leyendo, a veces lo contrario, pero lo contrario no es lo que se opone, aunque puedas pensar lo contrario. Lo contrario, en este caso, es decir, más leyendo que escribiendo, es apenas una cuestión de matiz, porque si te fijás bien, leer y escribir son como que los dos lados de un vidrio. Si mirás desde aquí, lees, y si mirás desde allí, escribes. ¿Te das cuenta? Es muy lindo.
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