Ramón Ábalo
Nostalgias de un pasado que ya fue. Entre viñas, revoluciones y tonadas transcurría ese pasado enclavado en los años 40, 50, 60 y 70, en esta Mendoza que todavía hacía honor -lo sigue haciendo- a la siesta, las serenatas al pie de la ventanas (ya no se estila) en las noches aromatizadas con los aromas del clavel del aire, madreselvas, malvones y el mosto de las bodegas que afirmaban la identidad menduca de la Calle Larga y la Media Luna.
Esa identidad de barrio humilde no impedía que los ecos de las conmociones universales, como aquellas de la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, Indochina, las revoluciones bolcheviques en la Rusia zarista y la China de los mandarines, fueran temas en las tertulias de los cafetines y bares, entre billares, entre truco y truco, la brisca, el monte y los dados.
Por el contrario, la nueva era política argentina que se vislumbraba con la llegada del peronismo, nos lanzaba a la calle con aquel grito de batallas por venir y olor antiimperialista: Braden o Perón!!! Y con el Armando Tejada Gómez, el Negro Oscar Mathus, los hermanos Revuelta -el Paco y el Lolo- y los Mazamorras -el Antonio y el Humberto- el Negro Ramón Mendoza, el Víctor López (Lopecito), y otros muchachos de la misma estirpe, las guitarreadas con tonadas, cuecas y cogollos se prolongaban en discusiones y la visión de ecos lejanos con ruidos de estampidas, metrallas y trincheras. Se trataba de comprender el por qué de tantos lamentos que trascendían desde las noticias de los diarios y las radios.
Pero era el discurso de los Revuelta, el afán poético del Armando, las lecturas del Agustín, y las tertulias en el Club Aníbal Ponce, "rara avis" en la constelación social de la Calle Larga, pues el apelativo Aníbal Ponce era el nombre de un pensador marxista-comunista argentino, y su mentor en este pequeño universo era Vicente Mirón, conocido por algunos por su prédica comunista, de la que se hacían ecos algunos, no tan pocos, como el Paco, que se permitía cada tanto una arenga a "pelear y defender a la clase obrera". Incomprensible pero no rechazada, porque de inmediato había respuestas o simplemente llamados a silencio, como solía hacer el Lopecito: "dejá de joder con eso del comunismo... tengan en cuenta que el otro día la cana se lo llevó a Don Mirón...a ver si nos toca a nosotros..."
Hasta que las guitarreadas y los asados empezaron a convertirse en tertulias también para discursos de "eso que nos estaba pasando", que no era sino el peronismo que arranca en el 44 y se precipita el 17 de octubre del 45 como un torrente revolucionario para conmover a un pueblo que había sido expoliado y escarnecido en el genocidio de las "campañas al desierto”, "el fraude patriótico" de la oligarquía vacuna, de la semana trágica, de la Patagonia rebelde de los ovejeros laburantes argentinos y chilenos. Y ya traspuesto el zanjón Guaymallén, el Armando, el Mathus y el Agustín se integraron a una larga bohemia con el Enrique Sobisch y el Orlando Pardo, Ciceri, Scalco, Carlos Alonso, la totalidad de ellos todavía en la afirmación de sus vocaciones pictóricas; el Astur Morsella, lector ávido de Eduardo Mallea y Martínez Estrada, prolongando su avidez en el comienzo profesional del periodismo, como también el Domingo Politi, en la gráfica (fotógrafo) del periodismo; con el Carlitos Owens, el Jorge Fornès, el Negro Carrasco, la Elina Alba, el Toto Gioia, la Rata Otero, el Negro Rotman, todos partícipes de la gran gran épica del teatro independiente en Mendoza, como lo era tambièn el Luis Politi; la Escuela de Arte Escénico de la UNC; con el Carlitos Coll, el flaco Mario, todos ellos avizorando un mundo dramático pero digno de conquistar.
Largas mesas y tertulias bien regadas, de lunes a viernes, en algún lugar predeterminado, como aquel del Club Newbery, en la calle Alem; aquel del Club El Progreso, apenas pasando la calle San Juan, hacia el Este; y después el Regional, en Primitivo de la Reta, frente al trasero del edificio del Diario Los Andes. Largas tenidas con arduas discusiones y noticias del quehacer de cada uno, pero también del mundo, ese que parecía estallar en mil pedazos, como el de ahora. Y entonces la revolución cubana, Fidel y el Che: las revoluciones árabes, Egipto, Nasser, Argelia, Boumediene, del Congo con Lumumba, la boliviana en el 52, los intentos varios de nuestra Latinoamérica desde los Atahualpas, Bolívar, San Martín, Moreno, Belgrano. Y claro, los nuevos íconos nativos: Perón y Evita.
Noches de revoluciones y revolucionarios, en las que nos incluíamos hasta hacernos militantes de proyectos propios. Noches de guitarreadas con tonadas y cogollos. Y claro, el amor. El amor y ellas, apropiándonos de versos y poemas de Pablo Neruda, Rubén Darío, Fernández Moreno, y los nuestros: Américo Calí, Fernando Lorenzo, Ricardo Tudela, Santa María Conill, Alfredo Bufano, Iverna Codina, Iris Peralta Andrade, del Armando, el Cúneo, el Casadidìo, el Néstor Vega, Juan Draghi Lucero, Abelardo Vázquez, el Nolo Tejón, Abelardo Arias. Y ellas, las musas, la Techi, la Mercedes, la María Elena, la Niní, la Iris, la Iverna, la Rosita, la Elina Y Amalia, expresión ella misma del amor luminoso exaltado en las canciones que interpretaba al calor de la música y la poesía. La exigencia era unánime para que cantara El Guerrillero, canción en honor del luchador chileno Manuel Rodríguez inmortalizado por versos de Neruda. El folklore a plenitud con Hilario Cuadros, los Chalchaleros, los Fronterizos, la Negra Mercedes y el Mathus. Y la tonada del viejo amor, de la dupla Jaime Dávalos, letra, y Eduardo Falú, música, una composición exquisita que Amalia cantaba con una dulzura apasionada:
Y nunca te'i de olvidar
en la arena me escribías
y el viento lo fue borrando
y estoy más solo mirando el mar
Qué lindo cuando una vez
bajo el sol del mediodía
se abrió tu boca en un beso
como un damasco lleno de miel
Herida la de tu boca
que lastima sin dolor
no tengo medo al invierno
con tu recuerdo lleno de sol
Quisiera volverte a ver
sonreír frente a la espuma
tu pelo suelto en el viento
como un torrente de trigo y luz
Yo sé que no vuelve más
el verano en que me amabas
que es ancho y negro el olvido
que entra el otoño en el corazón
Un pasado que ya fue, no así la poesía de Jaime Dávalos y la música de Eduardo Falú, recientemente fallecido, y estas líneas como homenaje. Un pasado que ya fue, no así el amor y la pasión libertaria de dos o tres generaciones, algunas de ellas actuales recogiendo la apuesta por un país mejor, por un mundo mejor.
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