Rolando Lazarte
Es muy obvio que por detrás de la masacre mediática – esa machacona insistencia diaria en asociar la corrupción en la Petrobrás con el PT (el gobierno del PT, los gobiernos del PT) –, hay un odio de clase, una insistencia clasista en mantener la desigualdad social como estaba antes de estos gobiernos del PT. Antes de que la clase pobre y el pueblo invadieran la política, terreno privado de los ricos señores y señoras beneficiarios de la estructura de dominación mantenedora de la desigualdad y la explotación.
Yo sé que esto es así, y mucha gente sabe que esto es así. Los perdedores de las últimas elecciones presidenciales en Brasil y, en general, los perdedores de esta lenta batalla por ir haciendo del Brasil un país para todos, es decir, un país donde cada vez más los pobres y los excluidos están teniendo oportunidad de comer y vestirse, estudiar y viajar, en fin, vivir como gente, siguen pataleando para volver al estado de cosas anterior, el viejo Brasil de la exclusión y los privilegios.
Yo sé que esto es así, y que no estoy diciendo nada nuevo. No estoy diciendo nada nuevo, y sin embargo me pongo a decir estas cosas, pues no hacerlo tendría un sabor desagradable. Sonaría a traición. Estaría asociándome con el silencio a una omisión que huele muy mal: la omisión de buena parte de la intelectualidad que lucró con la apertura política, se encaramó en el poder después de la última dictadura, y hoy se calla frente a este intento por retroceder en las conquistas sociales que se obtuvieron en el Brasil, en favor de los pobres y los excluidos, sobre todo a partir de las gestiones de los gobiernos nacionales del PT, el Partido de los Trabajadores.
Este partido que la media plutocrática insistentemente y diariamente gasta horas y horas en asociar a la corrupción y el desvío de dinero público. Una práctica antes exclusiva de los partidos y figuras como el PSDB de FHC, entre tantos otros. Ahora parece que se trata de desprestigiar a la democracia como tal. Y esto ya tiene olor a golpe. Son intentos de volver a una dictadura. Y frente a esto no me podría callar. No podría callarme porque ahora ya sería no solamente traición hacerlo, sino sería algo peor. Sería imbecilidad. Sería ser burro.
Sería no haber aprendido nada con una dictadura que me obligó como a tantos otros argentinos, a refugiarme en Brasil en 1977. Escapaba de una dictadura, no menos servil a la explotación y a la desigualdad, que la que aquí en Brasil empezaba a dar señales de agotamiento. Empezaba la dictadura brasileña a salir de escena. Era la época de la “apertura lenta, gradual e irrestricta”. Volvía la gente a poder opinar, a organizarse, a decir qué régimen quería. No era un régimen militar. Era la democracia. Esa democracia que la TV Globo y la “gran prensa” insiste, día tras día, en tratar de demoler. Con el beneplácito de mucha gente de la clase media que no soporta este nuevo Brasil donde los pobres pueden viajar en avión y estudiar, tener una casa y un trabajo digno.
No quiero sumarme al silencio de tantos intelectuales. Sería no solamente traición al país que me recibió de brazos abiertos mientras la Argentina se sumergía en el baño de sangre al que la sometía el capital internacional y sus élites locales (empresariales y financieras, militares y eclesiásticas, y también esa clase media clasista y excluyente) bajo la mentida lucha antisubversiva” y “anticomunista”. Sería además de traición, imbecilidad.
Nunca más, gente. Nunca más, por nada de este mundo. Nunca más dictadura. Sepan perder el PSDB de FHC y demás perdedores de las últimas elecciones presidenciales. Sepan perder el egoísmo individualista y clasista de la clase media incapaz de convivir con la integración social. Estará ganando la humanidad. Aprender a compartir es cosa humana. Todos estaremos ganando con la consolidación de la democracia, no con su extinción.
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