Ignacio Sánchez
("...pero es difícil verla,
sólo las ratas la siguen para trepar a bordo...")
Es verdad que ellas solas persiguieron su destino. Bien podrían haber elegido otra senda. Si hasta el mismísimo Cortázar, en la sana creación de su delirio les cedió la facultad de tomar diestra o siniestra según su antojo. Libre albedrío (susurró Julio en el oído de la carta). Si en vez de ese lado hubiesen elegido otro, quizá, en lugar de al bolsillo del saco habrían llegado al compartimiento escondido en la cartera de la dama rubia, y de ahí a su teléfono para que ella sin poder evitarlo pidiese disculpas al hombre que temblaba frente al coñac. (Pensó el escritor con la pluma seca y sabiendo que ya no había nada que hacer porque las líneas de la mano poseían vida propia).
Y el surco marcado en la palma fue, esquivando, acaso sin saber o desatendiendo a las ratas que seguían su rastro por las grietas del barco y serían testigos de las líneas trepando por el revólver para obligar a suicidarse al capitán.
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