Las proyecciones sobre lo que vaya a hacer o no el futuro gobierno de Cristina Fernández construyen manoseados círculos adivinatorios y grupos de preocupados en el público lego, pero crítico e interesado, y en los moldeadores de su opinión, los especialistas.
por Hugo De MarinisA estos últimos los desvelan -¿con razón?- los posibles avatares económicos de la gestión que se avecina. El público lego en el intríngulis de las finanzas -como quien suscribe estas líneas- espera distanciado y desconfiando que en cualquier momento este gobierno bifronte en lo discursivo sincere su facón momentáneamente bajo el poncho.
Los círculos adivinatorios surgen porque nuestros garúes vernáculos -sin que cuente en apariencia el tinte ideológico al que suscriben -se esfuerzan en vaticinar- para presionar qué duda cabe- qué hará concretamente esta mujer. Da la impresión, pero solo la impresión, que nadie lo sabe y a pesar de conocerse la identidad de los componentes del gabinete entrante, no les quedaría otra que especular, sospechar y realizar estimaciones educadas.
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Sabemos por historia que los sectores económicamente hegemónicos en el país siempre han ido por más y que el presente no tiene por qué ser excepción ya que su voracidad no tiene límites. En defensa de sus intereses, deliran que la indudable mejoría (demasiado escasa para pobres e indigentes) del status quo, es producto de insostenibles políticas de izquierda, para horror de la gente de izquierda.
Especulan -no en la acepción de estimaciones educadas sino en la de sacar partido- con que de aquí en más no hay otro remedio que aumentar las tarifas de los servicios de las privatizadas, como si no hubiesen aumentado en los últimos años, especialmente en los últimos meses (Fernando Krakowiak: “Lágrimas… Suplemento Cash, Página 12, 11/11/07)
Dan por natural que hay que dejarse de joder con el gasto -inversiones en obras de infraestructura, aumentos salariales al sector estatal y pasivo, etc.: La idea de que una desaceleración en el crecimiento del gasto público permitirá disminuir las presiones inflacionarias, propuesta del ajuste “sensato” del consenso de economistas, tendrá su prueba en la primera parte del 2008 (Alfredo Zaiat, “Mirar los balances” Suplemento Cash, Página 12, 11/11/07) Hasta el Página da por hecho que, en breve, termina la fiesta de dar algo para que no te quiten todo, Perón dixit. Que se debe pagar lo que se adeuda al Club de París, previa re-asociación con el FMI y su nueva cara eurosocialista, Dominique Strauss-Kahn.
Que como estrategia de crecimiento sostenido y factor antiinflacionario, se fabrique un pacto social que estanque la recuperación de los salarios, sin reparar en las pingües ganancias empresariales. Por ahí deslizan la trampa de que cualquier aumento debiera atarse a incrementos en la producción, cuestión que desestima el desguace de jornales ocurrido en la década pasada con la consecuente asimetría entre haberes de patrones y trabajadores, y que todavía impera. Alberto Fernández ya s hizo eco de este reclamo de la Unión Industrial advirtiendo que debe haber relación entre producción y retribución. Curiosamente, el titular de la UIA, Juan Carlos Lascurain, previamente había admitido que los salarios representan el 42% del producto y es lógico que los trabajadores busquen llegar al 50%.
Titean con que hay que re-atraer la inversión extranjera, cuando hasta las piedras saben que si hay lugar en el mundo donde se conocen los excesos, fracasos y corrupción de la inversión foránea indiscriminada es en la Argentina.
Hay otras cosas que en resumidas cuentas son grises chamuyos de más de lo mismo, pero por ahora paremos acá.
Los viajes de la ex futura primera dama durante la campaña electoral en busca de tilingas fotos de apoyo de figuras de la comunidad internacional, hacen sospechar que las especulaciones (presiones) enumeradas más arriba y fogoneadas por la hegemonía, se transformarán en cantada realidad. Horacio Verbitsky argumenta que estos amagues de Cristina responden a la necesidad, primero, de buscar inversiones de riesgo que suplementen a la fuerte inversión pública que en estos años sostuvo el crecimiento, y segundo, crear tranquilidad, contribuir a la no-apertura de nuevos frentes y así, por lo menos al principio, que los inversores y poderes extranjeros dejen gobernar en paz (“Cuatro semanas” Página 12, 30/09/07) Puede ser.
Sin embargo, las sospechas del respetable público lego pero no indiferente y también las de los experimentados observadores de lides políticas diversas, permanecen. No se confía en el dinero exterior para apuntalar proyectos nacionales, para colmo declamados con ínfulas de autonomía. Los inversores transnacionales, como sus pares autóctonos, desean retornos inmediatos y abultados como los obtenían antes, y no son nada tontos. Así que a otro perro con ese hueso.
Entre los preocupados, a más del público crítico, deberían sentirse aludidos los que mantienen lealtades en la administración electoralmente triunfante. Valdría la pena que se pregunten hasta dónde estarían dispuestos a hipotecar principios en aras de lo menos peor, jugar a las escondidas sin llamar las cosas por su nombre, a cambio de qué y por cuánto.
Finalmente, de estos preocupados, el público lego y crítico, tanto los organizados como los que no lo están, tendríamos que considerar mínimos ejercicios de humildad. Por ejemplo, ser capaces de identificar matices advirtiendo los contrastes entre este gobierno y las gestiones previas. O, mantener a distancia a distancia las estridencias -sin por eso resignarse a es lo que hay o adherirse a lo menos peor- que asemejan más a la oposición centroderechista de Carrió y Lavagna que a posturas de avanzada. ¿Reconocer la puja y los tironeos entre la fiera derecha despiadada y la actual gestión? En fin, dejar de regalar banderas, tratar de captar al pueblo, aunar propósitos con nuestros semejantes, pelear para que no se nos perciba como folklóricos testimoniales sin proyección real. Quién sabe. Lo demás -una alternativa decente, quizá, sin tantos claroscuros- por ahí cae, nomás, de puro maduro.
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