por Dr. Daniel De Monte - Neurólogo, Hospital de General Alvear
Sostengo aún la utopía de un hospital donde las relaciones humanas superen los cálculos puramente técnicos, donde el vínculo entre quien requiere un servicio y quien recibe un pago por darlo, no se vea desprovisto de calidez y afecto, al margen de lo magro d esa paga, del arancel del hemograma o de la tomografía con o sin contraste, para dar ejemplos de agobiante rutina.
Como respuesta, han logrado un hospital regido por el Mercado donde concurren “clientes-enfermos” a comprar “productos-salud” mientras el “gerente-director” saca cuentas e intenta ahorrar para que los esquivos números cierren y se logre una aceptable “productividad” oportunamente distribuida como una parodia de justicia y equidad… La “empresa-hospital”, sin ir más lejos. “El fin de la historia, la muerte de las ideologías…”, yendo más lejos con Francis Fukuyama como guía turístico. Leer todo el artículo - Cerrar
Imaginé un hospital abierto a la comunidad pero manteniendo respeto absoluto para con los enfermos y con los que en él trabajan, sea cual fuere su condición y función. Ni una cárcel medieval ni un drugstore 24 horas, posmoderno.
Menos utópicos, han borroneado un hospital en donde es casi imposible revisar a un paciente sin que dos, tres o más familiares, y algún que otro vecino comedido se hagan presentes en el sencillo pero emotivo acto, y sugieran o exijan estudios y terapéuticas, expongan dudas, lo que sería legítimo, pero que directamente contradicen al enfermero o al médico, muchas veces esgrimiendo el nombre de un sombrío traficante de influencias con cargo político pasado, presente o futuro. Todo para solaz y esparcimiento de oportunos abogados al acecho de un error (da lo mismo porque el Estado siempre paga)
En el contexto de mi ingenuidad vocacional, quise un hospital donde se pudiera hablar a solas con el que nos consulta: con una mamá preocupada por la fiebre de su niño; con un hombre maduro mortificado por la precaria salud mental de su padre: con una pareja adolescente que sospecha un embarazo y que busca un apoyo cálido y concreto, no una clase de dudosa moral y supuestas buenas costumbres.
Han sintetizado un hospital “Discepoliano-Forte”, donde se mezcla la Biblia y el Farreras Rozman con el calefón y las máquinas tragamonedas del Casino que supimos conseguir… No hace mucho, promotoras de las AFJP, munidas de inquietantes minifaldas verdes, rosadas o blancas, de acuerdo al producto ofertado, desfilaban en las pasarelas… –perdón, en los pasillos– enhebrando incautos, encandilados por las luces del “primer mundo made in La Rioja”.
Fuimos pocos los que repudiamos la forma y el fondo de esa cuestión... Ahora, esas agraciadas huestes han sido reemplazadas por vendedores de flores, de dulces caseros o de rifas varias; que se entrecruzan en los mismos pasillos –nunca tan “abiertos a la comunidad”– con punteros políticos y coleccionistas de certificados de inciertas discapacidades que luego truecan por algún ticket negociable. O bien con vivillos sin turno y sin urgencia, exigiendo una receta de alprazolam o ranitidina, bajo la amenaza –explícita o velada– “de ir a la radio si no se satisface el chantaje.
He pensado, en el contexto de la misma ingenuidad, un hospital con personal entusiasta y comprometido con su trabajo – ¡nada menos que tratar enfermos! – con trabajadores calmos, serviciales y talentosos que sin prisa exagerada pero sin pausa, cumplan con su función, teniendo siempre la posibilidad de momentos de reflexión para evaluar lo que se hizo, lo que se hace o lo que se hará ante un determinado caso.
Mal que nos pese, hemos ayudado a desarrollar un hospital donde se ha hecho al indispensable controlar los horarios y los movimientos de sospechosos al mejor estilo GESTAPO. Ante el acoso de la Triple Alianza “familiar-institucional-legal”, lo más saludable para los sospechosos es negarse, desentenderse o pedir una elegante inter-consulta que siempre huele a “hacerse cargo”. O bien, “privatizar” al enfermo hospitalario “… porque en mi consultorio hay más tiempo para charlar, ¿vio? Con o sin nuestra complicidad, han inaugurado un hospital donde el lema es: “El que se ocupa, pierde”.
Quise un hospital donde – al margen del irritante, casi simbólico sueldo – el criterio humanista y la ciencia fuesen el incentivo mayor; un hospital donde todos siguiéramos siendo “estudiantes de…”, con la misma vocación y el mismo desvelo con el que enfrentamos a los rigurosos exámenes de la Facultad o del Postgrado. Donde los concursos de antecedentes y oposición por un cargo jerárquico fueran lo habitual y no una especie de fósil académico.
Los mediocres nos han condenado a un hospital a su imagen y semejanza. Familiares, amigos y demás deudos, llegan con facilidad pasmosa a cargos hechos a medida. Ante esta realidad, tolerada social e institucionalmente, no queda otro incentivo que buscar en el almanaque los fines de semana largos, tan apetecidos por el turismo de cabotaje, que por lo general no va más allá del asado en el patio de casa, o una vuelta por Potrerillos o Valle Grande.
Entendí que los hospitales y las áreas departamentales de Salud debían ser conducidos por los más capaces; los que se prepararon previamente y no de apuro; los más comprometidos con la comunidad toda, obviando clientelismos de toda laya. En definitiva, éstas son entidades públicas en las que debe hacerse política; sí, pero en planificación de salud; donde se debe profundizar ideología, por supuesto, pero de la solidaridad.
Gracias al “¡Sí jefe! Tenemos hospitales y áreas dirigidos generalmente, no siempre por suerte, por improvisados, que son la extensión de entuertos que no nos competen. Hospitales regenteados por senadores; áreas controladas por diputados; todo celosamente patrullado por punteritos que la junan lunga... Entidades de “salud pública” que son un especie de miembros supernumerarios de partidos políticos. Partidos o, simplemente, sectores internos, que se turnan en el reparto de dádivas, entre ellas, las relacionadas con la salud.
Casi en la pendiente negativa de mi curva de Gauss, voy a seguir sosteniendo la utopía del “otro hospital”. Pueden tirar a la parrilla ministros capaces, bien intencionados o de los otros… Pueden arreglar con los gremialistas más dialoguistas… Pueden aumentarnos el sueldo… Pueden castigar o premiar ingenuamente funcionarios en cuanto octubre eleccionario venga… Pueden.
Pero creo que hablamos otro idioma: quiero otro horizonte para la salud, otro hospital. El de Florence Nightingale y Virginia Henderson, el de Ricardo Piérola y el de Ramón Carrillo, el Juan Maurín Navarro y el de Teodoro Schestakow; el mismo que sueña el utópico Roberto Chediak ... ¡Otro hospital!
Este que tenemos, este adefesio, hace demasiado tiempo que huele a Comité, a Unidad Básica. O a la pócima transversal que resulta de esa mezcla.
lunes, 31 de diciembre de 2007
Edición Impresa 1-6
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