Manolo Jiménez
La problemática rural argentina no se agota, ni mucho menos, en el furibundo debate sobre las retenciones que ha capturado la atención de los argentinos en los últimos meses.
Seguramente es lo que necesitaban Luis D’Elía y Elisa Carrió, entre otros, para cobrar relevancia en sus respectivos esquemas políticos. Pero no es lo que necesitaba la Argentina, ni la gestión presidencial de Cristina Fernández.
Lo que requiere nuestro país es debatir un modelo de desarrollo agropecuario autocentrado —esto es, ajustado al interés nacional— y, por consiguiente, un proyecto de Estado soberano.
Y lo que precisa el Gobierno es contar con estrategas y patriotas para crecer creativamente desde la crisis ¿No basta con las anteriores experiencias del peronismo para saber cuáles pueden ser los resultados de recostarse sobre los obsecuentes y los burócratas?
“No es la hora de los tibios”, dice Julio De Vido, y en la fría noche sólo le responde un consenso artificial, casi delivery. Está claro que encender las pasiones populares no es la especialidad del ministro.
Más tarde, Jorge Capitanich demuestra que sabe leer “en caliente” el documento elaborado por el Partido Justicialista a favor de mantener las retenciones a la exportación de granos.
No está mal. Sólo que se trata de la misma persona que no hace tanto, en 2003, presentó un Proyecto de Ley en el que solicitaba la "Eliminación total de las Retenciones a las Exportaciones Agropecuarias" (expediente S-0075/03 de la Cámara de Senadores de la Nación).
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“Todo paisaje tiene sus colinas y sus valles”, decía Goethe. El campo también.
Desde nuestro blog hemos intentado colaborar en la comprensión del problema de los precios, la concentración, los arrendamientos y monopolios, los pooles y trasnacionales, etc., que instala en la economía rural argentina una rotunda brecha social y un régimen productivo que consolida el estancamiento.
Entendemos, por esto, que es un absoluto desatino hablar “del campo” sin atender a la gravitación y poder de los distintos actores en la producción de granos, que van desde las Seis Grandes hasta el propietario de menos de 200 hectáreas.
Pero los matices de la protesta rural no sólo deben entenderse, exclusivamente, desde las condiciones objetivas sino, también, desde las condiciones subjetivas.
No nos referimos solamente a las históricas diferencias que mantienen las cuatro entidades —la Federación Agraria, por ejemplo, ha tenido y tiene una prédica regulatoria que difícilmente compartiría la Sociedad Rural— , sino también a los efectos del laissez faire cavallista, que dejó como herencia un sistema de comercialización interno con todo tipo de “licencias”. (Como la venta en negro, sin ir más lejos, que representa un porcentaje no desestimable de las transacciones).
En tal escenario, es posible que productores con situaciones similares actúen de manera distinta, según quiénes sean sus clientes y su manera de vender.
Tal vez por ello, mientras se bloquean los puertos de Cargill, Aceitera General Deheza y Dreyfus —esta última empresa tiene tomada su planta en General Lagos, Santa Fe— algunos dirigentes, en entrevistas y discursos, ni siquiera se atreven a mencionar a estos mismos oligopolios.
Crecer desde la crisis
Insistimos en esta fórmula. Pues de lo contrario, es posible que los deseados acuerdos entre el Gobierno Nacional y “el campo” se circunscriban al mero eje de las retenciones, sin avanzar en la asignación de los recursos o la creación de instrumentos que propendan a la nacionalización del comercio exterior, atendiendo a los problemas de concentración y pérdida de la soberanía alimentaria, que caracterizan al modelo sojero argentino.
Estamos hablando del modelo que sostiene nuestro escueto “milagro económico” en base al flujo de los fondos de inversión y trasnacionales, orientados tanto a los agronegocios como a la minería. Es decir, siguiendo el patrón acumulativo del gigante chino y las intermediaciones de la Comunidad Europea.
La Argentina necesita retrotraer el proceso de concentración agrícola y dependencia tecnológica, desde un diagnóstico preciso y actualizado.
Es necesario asumir que la “oligarquía vacuna y probritánica”, que señalaron nuestros maestros del pensamiento nacional, ya no existe. El proletariado industrial, que fue la columna vertebral del peronismo, hoy no reúne el peso numérico y la dinámica necesarios para liderar al movimiento obrero. Las fuerzas armadas carecen de un programa nacional, y hasta de una agenda definida, y la intelectualidad nacionalista se ha quedado casi sin relevos.
Es un error librar las batallas nuevas con los mapas del pasado. Y más aún volver a encorsertar la política de consignas y antinomias que nada le dicen a las nuevas generaciones. Para la enorme mayoría de los nuevos trabajadores, el gorila no es otra cosa que un animal africano.
“O inventamos o erramos” , decía Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar. Tal vez llegó la hora de tomar el consejo.
MRP 4 de abril, 28 – 05 – 08
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