lunes, 27 de abril de 2009

Los muchachos de antes usaban... cocaína

Carlos Campana

En los años 20, las personas elegantes podían comprar estupefacientes en las farmacias del barrio. Opio, morfina y otras drogas eran los vicios caros del dandy local.

“¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos...?/Eran todos hombres, más hombres los nuestros./No se conocía coca ni morfina; los muchachos de antes no usaban gomina...”

Este tango, que fue escrito en 1926 por Manuel Romero y musicalizado por Francisco Canaro, reflejaba el masivo consumo de estupefacientes por parte de jóvenes en aquel tiempo. Cocaína, opio, morfina y otros alcaloides – así se los llamaba – podían conseguirse en cualquier botica.

Suele oírse a las personas mayores comentar con cierta certeza que, cuando eran jóvenes, no existía la droga. Hoy, el consumo de estupefacientes se ha vuelto masivo y el mercado ofrece drogas duras y blandas, con un precio accesible a todo el mundo.

Diferentes contextos: en los ‘20, era sólo una minoría pudiente la que podía comprar dichas sustancias. Los pobres, solamente tenían el alcohol como consuelo.

Los años locos
La década del 20 trajo una especie de liberación de los jóvenes en el mundo, acompañada por el consumismo y las nuevas tecnologías, que evolucionaron el pensamiento y el accionar de la sociedad.

Las mujeres se atrevían a usar vestidos cortos, pintarse, cortarse el cabello a lo “Garzón” y muchas iban más allá: se animaban a fumar y bailaban con alocados e impúdicos movimientos.

Por su parte, los varones se divertían concurriendo por las noches a bailes, cabarets y casas de citas. Por supuesto estos jóvenes tenían mayor libertad. Es que todo había cambiado después de la Primera Guerra Mundial. Nuestra provincia también se insertó a estos cambios.

Tentaciones peligrosas
Los jóvenes comenzaron a probar, al principio como una curiosidad, nuevas sustancias como la cocaína, el opio y la morfina. El consumir estupefacientes daba a los individuos un cierto “Status” en sociedad.
Leer todo el artículo
Una importante cantidad de adictos tenían la suficiente fortuna como para poder vivir sin tener que trabajar y, por supuesto, tenían la libertad de tomarse un par de gramos diarios de cocaína, sin que nadie les dijera nada.

Así, el adicto se sentía con mayor confianza, estaba en alerta y lo invadía la euforia.

A la vuelta de la esquina
En los años 20, se podía conseguir cocaína, morfina y opio sin ningún impedimento en cualquier botica o farmacia, ya que eran de venta libre y se usaban en pequeñas proporciones para uso medicinal.

En Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, los farmacéuticos, comenzaron a notar que la demanda de estas drogas se hacía cada vez más importante. Algunos de estos informaron a las autoridades, alertados por aquel fenómeno. También existían los boticarios inescrupulosos que vendían grandes cantidades, por las que obtenían buenas ganancias.

En 1924 se corría la voz de que existía un farmacéutico “trucho” en la localidad de Rodeo del Medio, quien distribuía alcaloide en grandes cantidades.

Este señor fue denunciado oportunamente por un vecino e inmediatamente las autoridades de higiene del gobierno realizaron una inspección. Allí se comprobó claramente que, aparte de vender estos medicamentos sin restricción alguna, el establecimiento no estaba habilitado y el hombre no tenía el título para ejercer la medicina en forma legal. Fue detenido y su local clausurado.

Pero nadie podía ocultar lo evidente: que los otros lugares de distribución – acaso los más concurridos – eran los cabaret y prostíbulos.

Un gran negocio
Tanto el gobierno nacional como el provincial tardaron mucho tiempo en dictar ordenanzas o leyes para prohibir la venta y consumo masivo de las sustancias.

Muchos de los distribuidores habían obtenido pingües ganancias con el tráfico y venta, lo que hacía que muchos más entraran en este negocio.

La policía nada podía hacer porque no existía ninguna ley que penalizara tanto al vendedor como al consumidor, y por más que se incautara la “merca” o “falopa” a los traficantes que ejercían el contrabando desde el exterior, las autoridades estaban atadas de pies y manos.

En poco tiempo toda la sociedad, a través de los medios de prensa, comenzó a quejarse y a pedir soluciones para este flagelo.

¡Basta!, dijo el gobierno

El gobierno nacional dictó en diciembre de 1923 la ley N° 11.922, sobre la represión y venta de alcaloides. Esta ley recién se puso en vigencia al año siguiente. Eso sí: sancionaba tanto al vendedor como también al consumidor de opio, cocaína y morfina. Al principio tuvo cierto éxito, pero no por mucho tiempo.

Los Andes, 26 – 04 – 09

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario