Marcos Garcetti
Si la miseria electoral está urgida de alimentos, que los busque en otros espacios más oscuros o menos dignos, pero que no intente hincar sus dientes en lo poco de limpio y esperanzador que nos está quedando.
Con el inesperado acuerdo prestado por el Senado al Director General de Escuelas propuesto por el Poder Ejecutivo mendocino, se ha cerrado uno de los procesos institucionales de más baja calidad que recuerde nuestra provincia, al menos en el período de la democracia recuperada.
Es justo destacar que aún con todo el grotesco escenario en que se montó el acto, cuenta al menos con una pequeña cuota de legitimidad de la que carecieron en absoluto las designaciones, que en el mismo cargo, promovieron los distintos gobiernos de facto que asolaron nuestra Patria en buena parte del pasado siglo.
Pero también resultará justo decir que esta comparación resulta un magro e insuficiente consuelo.
Desde un inicio realmente contradictorio con la función esencial que tan alto cargo debe cumplir, al anunciar las autoridades que la misión principal del nuevo funcionario sería arreglar las cuentas o la administración de la DGE.
Hasta el desenlace final que las intrigas partidarias le propinaron en el Senado, el proceso todo resulta de una grosería y mediocridad tan manifiesta que no hace sino patentizar el grado de deterioro institucional en que está sumida, casi sin remedio, nuestra Mendoza.
En esta crisis sostenida y a diario profundizada, de los valores que alguna vez nos dieron mayor respetabilidad y aún a pesar de ella, sigue siendo nuestra escuela pública estatal la más importante y creíble de nuestras instituciones, con verdadera proyección social.
Cualquier modo de atentar contra ella, lesiona lo más sensible y valioso que tenemos como pueblo, porque en ello reside todo lo que está por venir materializado en nuestros niños.
Leer todo el artículoLa educación no puede ni debe ser usada como moneda de intercambio político porque está por encima de todas las identidades políticas.
Es el motor central de la política mayor, la que nos incluye a todos para todo el tiempo.
Si la miseria electoral está urgida de alimentos, que los busque en otros espacios más oscuros o menos dignos, pero que no intente hincar sus dientes en lo poco de limpio y esperanzador que nos está quedando.
Estamos en una fecha cara a los sentimientos de los maestros y uno de los componentes básicos de esta recordación, está íntimamente asociado al respeto y a la dignidad que le otorgaron nuestros próceres al acto educativo y todo lo que lo rodea.
Nuestra propia Constitución le ha otorgado un rango diferencial y una preeminencia que denota los valores superiores que tutela.
Esos valores constituyeron los ordenadores sociales de generaciones de argentinos, muchos ya definitivamente ausentes y muchos que aún velan por ellos en medio del descalabro general que estamos atravesando.
¿Por qué seguir banalizando, desvalorizando, anarquizando los pocos puntos posibles de retorno a una Argentina justa y confiable?
¿Acaso no hay, por lo menos en lo discursivo, una coincidencia política generalizada en que la principal herramienta de que disponemos hacia el futuro es la educación?
¿Cuándo es sincera la política? ¿Cuando promete en las campañas electorales o cuando gestiona en las responsabilidades que la sociedad – muchas veces ingenuamente – les concede?
Estas reflexiones no pretenden atacar al nuevo funcionario designado, sino a las miserias del proceso que lo llevó a la función.
Su acierto en la colosal tarea que debe emprender, sería un triunfo para todo nuestro pueblo.
Pero con los antecedentes a mano, esto resultaría tan posible como creerles a algunos dirigentes y partidos políticos, sus futuros discursos a favor de la educación pública.
La Quinta Pata, 11 – 09 – 09
La Quinta Pata
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