El sábado 19 de setiembre el filósofo italiano estuvo en Mendoza para conmemorar los sesenta años del Congreso Nacional de Filosofía. Aceptó la invitación "por una razón afectiva", ya que en 1949 expusieron dos de sus grandes maestros: Luigi Pareyson y Hans Georg Gadamer.
No es la primera vez que Vattimo viene a la Argentina, desde hace más de veinticinco años conoce la ciudad de Buenos Aires, que recorre como flaneur en cada una de sus visitas, pero esta es la primera vez que llega al país luego de que el año pasado Paidós lanzara la edición argentina de No ser Dios. Una autobiografía a cuatro manos. Resultado de una larga serie de entrevistas, es un libro escrito junto al periodista italiano Piergiorgio Paterlini.
Era de esperar un relato rico en historias particulares dentro de la trayectoria de un autor para quien la filosofía debe estar vinculada a la vida, para quien los conceptos no pueden separarse de los afectos, temores y esperanzas de la existencia cotidiana. Está claro, esto tampoco implica ceñirse al dato biográfico, ni pretender un recorrido lineal por la vida del filósofo para dar una imagen acabada de su pensamiento. Se trata más bien de relatos fragmentarios, intempestivos como el recuerdo, fugaces como el relámpago.
Pensando la época como un detenerse de constelaciones, Vattimo traza su propio entramado de relaciones dentro de la familia, con sus maestros, sus pares (Eco y Rorty, particularmente), amigos y amantes. Al hablar del amor homosexual y de la muerte, describe su intimidad de manera franca y abierta, pero sin sensacionalismo ni sensiblería.
Hombre en el mundo, la influencia de Vattimo ha trascendido las fronteras de su país, pero bien podría considerarse a esta biografía como una condensación de las marcas culturales de la Italia contemporánea: cierto aire neorrealista al narrar la infancia durante la guerra, las distintas ramas de la Iglesia, el PCI, las Brigadas Rojas, la filosofía política, premoniciones de tragedia en clave pasoliniana, Berlusconi, la FIAT, la editorial Einaudi e incluso la RAI. Por supuesto, sin dejar de lado el humor.
A mediados del siglo XX, la filosofía se debatía en torno al existencialismo y Vattimo estaba terminando su licenciatura en la Universidad de Turín. Mientras Sartre decía: "Estamos en un plano donde sólo existe el hombre", Heidegger, en Carta sobre el humanismo, contestaba que antes que nada existe el Ser. Esta respuesta cautivó al joven filósofo porque su contenido espiritual hacía mella en su formación católica.
Luigi Pareyson, su mentor y director de tesis, le recomendó la lectura de Nietzsche, que leyó con fruición en un verano épico, en la ladera de una montaña. Pareyson había trabajado para la Universidad de Cuyo entre 1948 y 1949 (ver artículo de Fabiana Mastrángelo en Los Andes, 26-9-09), quizá por esta razón la obra de Vattimo haya sido introducida tan rápidamente en Mendoza. La tesis de Vattimo, su primera publicación, todavía se encuentra en los anaqueles de la Facultad de Filosofía y Letras: il concetto di fare in Aristotele.
Luego de recibirse, recibió una beca para estudiar en Heidelberg, la meca de la filosofía alemana. Allí tuvo de profesor a Hans Georg Gadamer, maestro de la "filosofía hermenéutica", continuador de Heidegger. Católico, aplicado y tan joven como Pareyson cuando daba clases en Mendoza, Vattimo pasaba el día en la biblioteca escribiendo lo que sería su primer gran libro. Es por esto que Gadamer, también presente en el ’49, le decía: "¡Usted me hace acordar a Pareyson, cuando organizó el Congreso de Mendoza!"
Vattimo, Ser y tiempo Así nació Ser, historia y lenguaje en Heidegger (1963), influenciado, obviamente, por el peso hermenéutico de Gadamer. Si nada se sustrae a la historicidad, el Ser tiene que ver con el devenir histórico que las distintas lenguas atribuyen a la palabra Ser. Por lo tanto, el Ser acontece en el diálogo entre los hombres, en la conversación humana. Era una historia inconcluible y a Vattimo le entusiasmaba la invitación de Heidegger a saltar en el Ser como un abismo. A fines del ’60 Vattimo era maoísta, pero al ser profesor en la Universidad de Turín la rebelión estudiantil lo descolocó. El ’68 fue también un año de iniciación homosexual y de una lectura frenética de Nietzsche. Al año siguiente introdujo a Gadamer al pensamiento italiano, convirtiéndose en su primer traductor de Verdad y Método.
En 1972, luego de veinte días en la montaña, escribió El sujeto y la máscara como culminación de diez años de estudios sobre Nietzsche. Luego vendrían años de un compromiso político que fue variando de una izquierda radical a una izquierda moderada en los ’80. Continuó con nuevos ensayos sobre Nietzsche, Heidegger y Hermenéutica, y una original producción de textos en donde reivindica al catolicismo como herencia cultural: Creer que se cree (1996), Después de la Cristiandad (2002) y El Futuro de la Religión (2005).
También vendrían años de reconocimiento en universidades del extranjero, la producción periodística en periódicos como La Stampa e Il Manifesto, períodos de representación en el Parlamento Europeo y un sostenido activismo gay. Desencantado con un socialismo light, Vattimo ha vuelto a una izquierda más contestataria. Cuarenta años después, el mundo no lo encuentra muy diferente del joven que fue a finales de los ’60: sigue siendo existencialista, simpatiza con el castrismo y se considera católico, a su manera.
La insoportable debilidad del Ser Figura clave del pensamiento contemporáneo, Vattimo entendió la posmodernidad no como un diagnóstico cultural, sino como una cuestión de militancia. En 1983, publicó El pensamiento débil, que compilaba autores reunidos por un rechazo radical a las evidencias metafísicas.
Como "advertencia preliminar", el volumen contenía la siguiente indicación: "La racionalidad debe debilitarse en su mismo núcleo, debe ceder terreno sin temor a retroceder hacia la supuesta zona de sombras, sin quedarse paralizada por haber perdido el punto de referencia luminoso, único y estable que un día le confiriera Descartes". La Razón fuerte agonizaba y la noticia corrió como reguero de pólvora.
Las conferencias de Vattimo se atestaban de público a medida que crecía su rechazo en la crème intelectual italiana. "Debilismo reganiano", "neocapitalismo", eran los motes con los que sus detractores lo ninguneaban. En el fondo, escribe en su biografía, lo que nunca perdonaron sus colegas italianos es que fuera un filósofo popular de origen humilde.
Hoy prefiere hablar del "pensamiento del débil", en una relectura más politizada de sus propias ideas. "Elijo los débiles porque estoy entre los débiles, son mayoría y son los únicos que tienen proyectos. Sólo los débiles son la audiencia posible del pensamiento débil".
Nada transparente
En 1989 el filósofo publicó La sociedad transparente. Como buen nihilista, la ironía estaba presente desde el título. Los medios de comunicación, en lugar de volver la sociedad más "transparente", es decir, más inteligible y consciente de sí misma, complejizaban su entendimiento al desmontar los saberes centralizados y las autoridades constituidas.
Sin embargo, esta erosión del "principio de realidad" contenía un potencial emancipador ya que la multiplicidad de los medios de comunicación hacía visible las minorías étnicas, sexuales, religiosas o estéticas, posibilitando el florecimiento de racionalidades locales y la liberación de las diferencias.
Es por esto que el libro adquirió carácter de lectura obligatoria en las carreras de comunicación y relanzó a Vattimo como figura mediática. El libro se mantuvo en la cresta de la Tercera (sic) ola durante la década del noventa y pronto fue tomado como celebración de la política televisada justo cuando la Guerra del Golfo se miraba por video-game y ascendía la estrella de Berlusconi.
Luego de una autocrítica, en una segunda edición incluyó un capítulo en el que expresaba con desconfianza el alcance limitado de los medios como herramientas de emancipación. En su último libro, Addio alla verità (Adiós a la verdad, 2009) - aún sin traducción al español- vuelve a una posición crítica: "Es siempre más evidente a todos que ‘los medios mienten’, que todo deviene un juego de interpretaciones no desinteresadas y no necesariamente falsas, pero precisamente más orientadas según proyectos, expectativas y escalas de valores diferentes".
“El ser acontece en nuestro diálogo”
-En su biografía dice que "el Ser se da en la conversación humana, en el diálogo". Refiriéndose a esta situación en particular ¿Se da también en una entrevista? -Efectivamente podemos decir que el Ser acontece en nuestro diálogo. Hablamos alrededor del Ser. Ni siquiera en un discurso pragmático, de entrevista, de uno que tiene que tomar notas y el otro que tiene que contestar, el Ser es de otro lado. En el sentido de Heidegger, el Ser acontece como el nacimiento y el desarrollo de sentidos, de interpretaciones, de palabras.
Cada nueva interpretación de un discurso y cada respuesta lo modifica. Por ejemplo, si lo que nosotros dos decimos acá es citado por el presidente de los Estados Unidos tiene una imponencia ontológica más grande, porque mucha gente lo comparte, quizá lo interpreta, pero fundamentalmente todo lo que nosotros decimos se inscribe en una continuidad del Espíritu. El Espíritu es el acontecimiento de sentidos, de crecimiento de espesor, de densidad del Ser.
Entonces se puede decir que el Ser acontece en el diálogo, obviamente. El Espíritu absoluto se busca siempre como el acontecimiento de un sentido compartido que es la verdad del Ser.
-¿De qué manera puede iluminarse la obra de un autor a través de una biografía? -La biografía ayuda de alguna manera a situar históricamente el origen de las ideas. Personalmente, yo no estaba muy interesado en la biografía de los filósofos que estudié. Unos eran muy antiguos, como Aristóteles, en otros su biografía no era muy significativa. Incluso la biografía de Nietzsche, aparentemente no tenía acontecimientos notables.
Era lo que los italianos llamamos un baby pensionato, un bebé jubilado, porque había tomado su jubilación muy temprano. Se desplazaba de un lugar a otro y murió loco.
(Todavía se discute la enfermedad de Nietzsche, parece que era sífilis, pero él había sido siempre un hombre muy solitario, ¿dónde la había tomado?). Otros de los filósofos que estudié tenían algo vergonzoso en su historia. Nietzsche había sido utilizado por los nazis y Heidegger mismo había sido nazi.
Sin embargo, leí la biografía de Heidegger que escribió Safranski, que es una exposición tanto de su vida como de su doctrina y me pareció muy interesante. Luego me di cuenta de que incluso la biografía de Nietzsche es un testimonio decidido de las ideas que cultivaba en sus obras teóricas.
-¿Esto lo animó a escribir No ser Dios, su biografía escrita a “cuatro manos”? -Al principio comenzó como una apuesta. Es decir, conocía al chico que me había invitado a hacer este trabajo. Era una persona simpática, un buen periodista italiano, pero dijimos "intentemos hacerla, si sucede bien y si no, no hacemos nada".
Efectivamente, ahora se está traduciendo en muchas lenguas, ya ha salido en español, se ha publicado en Estados Unidos para Columbia University Press hace unos años. Si bien yo no le daba nada de importancia, fue un descubrimiento de mí mismo y de cómo la biografía es la historia de una teoría, cómo nace y cómo se arraiga en la vida de un autor.
-¿Qué cosas descubrió de su vida en particular? -Me he dado cuenta de que mucho del pensamiento débil que yo he presentado en mis obras, está en los alegatos de mi autobiografía. Hablando con el escritor que escribió materialmente la cosa todo se mezclaba un poco. Está presente un tipo de razón que era sobre todo cultivada por los existencialistas, después de la Segunda Guerra Mundial, para quienes la filosofía no puede ser otra cosa que un testimonio personal.
Mi profesor Luigi Pareyson, repitiendo a Karl Jaspers, decía que Galileo pudo abjurar de sus ideas porque era un teórico de cosas científicas. Tarde o temprano, llegaría el momento en que otros científicos le dieran la razón en su descripción del Universo.
Por el contrario, Giordano Bruno, que era un buen filósofo italiano, murió asesinado por la Iglesia como herético. No podía desmentir sus ideas porque todo su pensamiento estaba en su propio testimonio. Esto me parece mucho más interesante. Espero no tener que morir por mis ideas, confesaría todo.
Los Andes, 17 – 10 – 09
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