Don Cósimo
Ya lo dice el tango: cuando la suerte que es grela, que significa mugre y mujer al mismo tiempo, fallando y fallando te largue parao, verás que todo es mentira, verás que nada es verdad, mientras tanto seguirás intentándolo. La suerte es la amante más imperfecta, impetuosa y odiosa, y lo peor es que no es pura ilusión, tiene su parte de fascinación por lo inesperado y su otra parte de locura turbia y amarga. Identificar la suerte en el juego con la conquista palpable de la mujer amada y deseada, que a la vez es engañosa, traicionera y pérfida, pero que instantáneamente se vuelve sensual e irresistible, es el logro filosófico más importante de los poetas urbanos. Descubrimiento que además echa por tierra ese estúpido lema infantil que reza “suerte en el juego, mala suerte en el amor”.
Me dejarás dormir hasta el amanecer entre tus piernas (¿por qué?) un hombre alado extraña la tierra. La seducción del juego no tiene más secretos que la tentación de descubrir los movimientos del azar, ese bicho ligero y gambetero que no tiene códigos. Pero dios no juega a los dados, sin embargo, el jugador empecinado está convencido que la caótica sinfonía de los ruidos de la noche puede quedar desortijada si se logra adivinar las siniestras intenciones del croupier. A la vez este sabe que un sus manos está escondida la muerte o la eternidad de quien tiene adelante. La muerte y eternidad significan lo mismo para cualquier creyente, pero no para el soñador del paño verde ¿Quién sabe de qué artilugios demoníacos depende su certidumbre?
El apostador no juega solo por dinero, juega su cabeza toda entera y con lo que ella lleva adentro, que es mucho más que la miserable cantidad de billetes que gana y pierde continuamente. El dinero es para ellos un símbolo, un mensaje escondido detrás de una mirada, una lágrima guardada en algún recreo de baldosas rotas, un recuerdo quitándose un deshabillé de muselina, un resquemor mordiéndole los talones, el dinero es mucho más sublime que la mercancía, que la plusvalía, que su mismísimo carácter mezquino que lo convierte en material intercambiable por necesidades insatisfechas.
Puede que la poética bohemia del jugador empedernido sea más reprochable que entendida, puede que la lógica de los cuerdos condene la obvia intencionalidad que encierran los bingos, los casinos, las loterías, las quinielas y pollas de canastas navideñas, puede que el dinero mal habido del tráfico y el soborno centrifugue sus pecados en cada baraja de tres de corazones, pero nada puede hacernos pensar que nuestras presunciones son más válidas que las de aquel sujeto que noche a noche desafía lo improbable e imprevisible con cinco billetes en la mano.
¿Será esta misiva benevolente una apología del juego dañino y vicioso? Jamás. Esta es simplemente una defensa injuriosa para todo aquel espíritu rabioso y salvaje que anida en el alma de cada apostador. Por una cabeza, yo juré mil veces, no vuelvo a insistir, pero si un mirar me hiere al pasar, su boca de fuego, otra vez, quiero besar. Sin más.
Desvío Cósmico, 16 – 10 – 09
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