domingo, 2 de mayo de 2010

De eso sí se habla

Penélope Moro

A cuatro años de aprobada la Ley Nacional Nº 26.150, que establece como derecho la educación sexual para alumnos y alumnas de todo el territorio argentino, ningún indicador refleja que se haya producido alguna mejoría en la calidad de vida de los y las adolescentes. Máxime si se trata de chicos y chicas pobres, para quienes el despojo de derechos es permanente, desde la cuna hasta la edad de decidir, y más.

Que la educación sexual quede en meros anuncios, en organigramas, en manuales, o que solo sea dictada en un tercio de las escuelas del país, debería por lo menos inquietar a una sociedad de la que provienen alarmantes índices en materia de salud. Pues, son datos oficiales los que indican que el virus HIV avanza entre los jóvenes, principalmente en mujeres de entre 14 y 25 años; que más de cien mil niñas y adolescentes se convierten en madres por año; que los abortos clandestinos continúan siendo la principal causa de muerte materna; que aumenta cada día la cantidad de niños y niñas abusados por adultos de su entorno más cercano. Se insiste, protagonizan estos indicadores los chicos y chicas de los márgenes.

La educación sexual intenta ir más allá de las medidas de prevención. Tiene que ver con la formación integral de los seres humanos, en tanto trasmite valores relacionados no sólo con la responsabilidad y el cuidado, sino además con la diversidad y el respeto para constituir personas libres en el ejercicio de su sexualidad. Entendiendo, y haciendo entender, a esta como fuente de disfrute y de placer, y no limitándola a simples actos procreativos, tal como lo ordena el hipócrita discurso que emana de la esfera eclesiástica.

Sin embargo, las estadísticas demuestran que ni siquiera el primer aspecto de la educación en sexualidad es suficientemente tenido en cuenta por los responsables en cumplimentar la ley que la contempla. El bajo presupuesto puede considerarse una de las causas de esta situación, pero sin dudas, la falta de voluntad en hacer valer este derecho de niños, niñas y adolescentes tiene que ver con la resistencia ejercida por la jerarquía católica. Su doble moral ha tenido la fuerza suficiente para influenciar a las personas adultas con mitos y tabúes que vinculan la sexualidad con lo negativo.
Este discurso empapado de culpas y miedos favorece al mutismo y a la desinformación.

Es necesario romper el silencio, que la escuela empiece a hablar sobre sexualidad de un modo científico y humano. Para que las vidas de miles de niños/as y adolescentes no sigan expuestas a riesgos evitables. Para que sus sueños y proyectos no sean interrumpidos nunca más.


Río de Palabras, 22 – 04 – 10

La Quinta Pata

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