domingo, 31 de julio de 2011

Juventudes y militancias

Hugo De Marinis

Hace unos meses, cuando fallece Néstor Kirchner, el pueblo argentino reacciona de un modo un tanto inesperado en sus expresiones de dolor, en el acompañamiento a un proyecto y en la solidaridad hacia la presidenta Cristina Fernández. El pesar colectivo, genuino y profundo, queda sin embargo suavizado por el re-advenimiento de un actor que no se perfila con claridad en los cálculos de muchos avisados en los avatares de la política argentina: la juventud.

Se la olfatea, se la intuye, se la ve venir en la participación en planes puntuales – v.gr., la ley de medios, la celebración del bicentenario – en la especial atención que le brinda el fallecido ex primer mandatario, y, entre otras, en la fuerza que dedica a una actividad casi en desuso, por lo menos por un par de generaciones: la militancia.

La militancia setentista, aún con sus irredimibles defectos, es el paradigma pertinente a emularse. Esta nueva militancia, joven como la otra nombrada, quizá pinta como la más parecida a aquella.

Para mayor júbilo entre quienes deploran las secuelas del mundo posmoderno, la nueva militancia aparece despojada de aquel contexto de conflagración truculenta nacional e internacional y, por ende, del elemento sacrificial tan visitado, debatido y denostado del setentismo militante.

Se abre a los jóvenes la posibilidad en esta etapa de acompañar y participar críticamente en la formulación de un modelo – bajo un “juramento” (compromiso) mejor informado que el de sus valientes predecesores – con las posibilidades expresivas que se puedan y sepan construir y sin el peligro inminente de ser vapuleado por yerros propios o por la máquina moledora de carne de activistas.

Un tema a discutir en medio de esta satisfecha algarabía – un cable a tierra perturbadoramente ralentizador surgido en las últimas semanas electorales – es reflexionar cómo con la juvenil voluntad del papel, del micrófono o del flamante medio electrónico no alcanza para crear conciencia. Reflexionar cómo redoblar esfuerzos y construir todavía más política, quizá como antes, desde abajo, en el llano. Reflexionar cómo arreglárselas para ir allí donde la nueva derecha, la que se hace la tonta, artera y torcida, obtiene dividendos que no debieran corresponderle.

No se trata de que la esperanza del impulso de la juventud haya entrado ahora a un compás de espera o que se esté transformando en desánimo vejestorio. Pero hay que seguir con la meditación y la praxis de lo nuevo para evitar anquilosamientos – ya no solo con y entre jóvenes – e impugnar los coletazos recientes de los restauradores políticos y mediáticos que se proponen propagar la mediocridad en nuestro pueblo.

Río de Palabras nº 50, edición II Aniversario, 31 – 07 – 11

La Quinta Pata

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