La vida de un pibe no vale nada. O como mucho, vale menos que un pedazo de carbón.
Es curioso ver cómo Mauricio Morán, un muchachito de la sufrida barriada de Cuadro Estación, fue destruido en un instante por un perdigón de escopeta policial, después de tomarse para su crecimiento los catorce largos años que pudo vivir, estirados hasta el límite de lo soportable por la mordedura constante del hambre y el frío.
O tal vez sea más curioso ver cómo pudo sobrevivir tanto tiempo en Mendoza, territorio de violencia policíaca, si los hay.
En 2003 había zafado de las detenciones masivas de menores “carenciados”, efectuadas para favorecer “el desarrollo de las ventas comerciales producidas en la temporada turística Aunque es justicia decir que Cristian Bressant, el cobani que lo mató, evitó que conociera la amargura atroz de la Penitenciaria local, con su tasa de 15 muertos cada diez meses, en lo que un abogado describió como un sitio “peor que un campo de concentración”. No hay mal que por bien no venga, dicen los creyentes. Porque además allí hace mucho frío.
Por fortuna, el ingeniero Julio Cobos —gobernador de la provincia y conspicuo miembro del partido radical— no deja a sus votantes patronales en la estacada:
“El Ministerio de Economía provincial lanzó una línea de créditos para la compra de combustibles destinados a atemperar el ambiente durante la helada. Se ofrecen con una tasa anual del 6,9 % y un plazo de reintegro de 10 meses”.Claro, el piberío no vota ni podría devolver préstamos para comprar carbón; pero eso no es culpa del gobernador ni de los capitalistas, quienes argumentan —citando a Homero J. Simpson— que la situación “ya estaba así cuando llegué”.
Tampoco olvida Cobos la seguridad de los comprovincianos ricos: el vigilante modelo es Bressant, padre y nieto de policías, casado y con un hijo bebé. Egresado de la escuela de cadetes en 1997,
“tiene un legajo impecable, con seis distinciones. La última es de marzo de 2006 por el buen desempeño en la Vendimia”.El gobernador-ingeniero se enorgullece de su guardia pretoriana: en el acto por el 194º aniversario de la fuerza, después del infaltable desfile, entonación de himno y la
“invocación religiosa del capellán policial”, “Cobos reconoció la labor de la Policía e instó a confiar en ella”.Es evidente que Bressant y los demás cumplen bien con su faena, consistente en “faenar” pibes como Morán en 2006 o Sebastián Bordón en 1997, siempre “al servicio de la comunidad” de los pequeños y grandes propietarios.
Desde luego que un gobernador con esas cualidades no podía ser desaprovechado por el Estado argentino; ya desde el año pasado
“el kirchnerismo nacional avanzaba sobre Mendoza para convertir a Cobos en su niño mimado”. Y lo consiguió: el 5 de mayo de 2006 —el mismo día en que el piberío era fusilado— Cobos fue el orador principal del acto por las papeleras que organizó Kirchner en Gualeguaychú. Como dice un diario cuyano, ese nombramiento
“no es poco para su capital político. Si hasta algunos medios lo señalan como protagonista de una futura alianza electoral con el matrimonio kirchner para el 2007”.El fusilador Bressant está detenido. Ya se sabe cómo sigue ese expediente: dependiendo de la mayor o menor presión popular, saldrá libre y será trasladado a otra comisaría donde ejercer su infame oficio, o será condenado y pasará un tiempo “preso” en una unidad policial —con todas las comodidades— hasta que se calmen las cosas, para luego salir libre y seguir ejerciendo su infame oficio.
Esa gente es necesaria para el sostenimiento del sistema, y no se la abandona a su suerte. Porque lo que el poder judicial sienta en el banquillo de los acusados es a un hombre perverso, y no a la perversa institución que lo cobija, le da un arma y le enseña a matar, Y no podía esperarse menos, ya que el poder judicial es parte integrante de la injusticia social; es parte —como la policía— del Estado.
En la novela
Los miserables de Víctor Hugo, cuando el poder judicial francés condena al joven Jean Valjean a 19 años de trabajos forzados por robar una hogaza de pan con que alimentar a su hermanito, se describe la imagen de la prueba “A”: el pancito con una etiqueta señalando la prueba del delito. Valjean, en una fuga que se prolonga durante años, es implacablemente perseguido por el inspector Javart, quien un día lo arrincona a orillas del Sena. Pero no lo fusilará, ni lo llevará detenido; agobiado por la certeza de cometer una tremenda injusticia, y por su rígido sentido de la obediencia debida a la autoridad, preferirá suicidarse arrojándose a las aguas del río antes que cometer una falta al reglamento o de ejecutar una orden aberrante.
No ocurrió tal cosa en Mendoza. Bressant no es Javart.
Queda entonces tirado en el terraplén el cadáver de Mauricio Morán, un pobre de 14 años que nunca conocerá el amor de una mujer ni la ternura de un hijo. Ángel Sosa, de 13 años, recordará cada día de su vida el balazo alojado en su glúteo derecho, que le dejó una renguera al caminar y el bebé llamado Raúl, de 18 meses de edad, sabrá cuando crezca que los dedos destrozados de su manito izquierda se los debe a un policía llamado Cristian, que lo hirió sin piedad y sin pensar que su propio hijo es también apenas un bebé.
Una bolsa con cuatro kilogramos de carbón cuesta en cualquier mercadito la irrisoria suma de 3 pesos con 99 centavos.
La vida de un pibe no vale nada. O, como mucho, vale menos que un pedazo de carbón.
Cortesía de Eduardo Hugo Paganini
La Quinta Pata, 12 – 02 – 12
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