domingo, 18 de marzo de 2012

¿Buscadores de venganza? ¿Defensores de la delincuencia?

Lisandro De Marinis

El día martes 13 una importante movilización social se concentraba en el Kilómetro 0. Para un distraído transeúnte, no enterado de la convocatoria difundida reiteradamente por los medios, acaso le resultara algo difícil entender lo que pasaba ahí, en ese lugar, en esa dirección neurálgica de la provincia, sitio de preferencia donde los mendocinos optamos desde siempre para concentrarnos, manifestarnos, para visibilizarnos. Nuestro caminante de microcentro quizá se mostrara torpe y curioso al no percibir de primera mano ni consignas, ni pancartas, ni colores políticos, ni ideologías, ni nada. Silencio absoluto. Pero, en realidad, todo esto ya era en sí mismo un signo poderoso. Al acercarse un poco más, los rostros de profundo dolor y desconsuelo, le debieron indicar seguramente por donde venía la cosa.

Se trató, efectivamente, de una marcha donde, según los medios, más de 3000 personas acudieron a la convocatoria de amigos, compañeros, padres y familiares de Matías Quiroga, un joven deportista asesinado brutalmente por delincuentes que prácticamente lo fusilaron para robarle el auto, luego de un torpe y fallido intento de asalto a un camión de caudales que se encontraba en la playa de estacionamiento de un Carrefour en San Martín Sur de Godoy Cruz.

Y era en la llegada a la Legislatura donde el silencio habría de romperse con la palabra del padre de Matías, el señor Carlos Quiroga. El dolor de los familiares de las víctimas de delitos como estos es entendible y su manifestación es legítima, pero sacado por el dolor, o más bien escudado en el dolor, es notable cómo se re-produjeron allí nuevamente toda una batería de palabras adquiridas del arsenal de aquella derecha represiva y ultramontana que cuando habla en caliente exige directamente la pena de muerte, y luego, mejor asesorada, apenas más calma, ya editorializada y musicalizada por los medios, se limita a exigir mayor represión, mano dura, leyes más duras, repugnancia y hartazgo por los derechos humanos, en ese orden.
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A pocos días del 24 de marzo, llama la atención la virulencia con que el padre de la víctima arremetió contra los organismos de derechos humanos. Lo aguardaba expectante una madeja de micrófonos periodísticos en la vanguardia de un grupo decididamente sacado y vociferante, que llegó a cantar a coro repitiendo: ¡pena de muerte! ¡pena de muerte! Así, un discurso por la “inseguridad” terminó siendo, otra vez, una suerte de herramienta habilitadora para decir cosas inadmisibles. A la indignación y al desconsuelo de ese padre se le sumaban una serie de convicciones de la más rancia derecha reaccionaria que no es necesario reproducir aquí. Para escuchar el discurso del que se está haciendo referencia solo basta buscarlo en YouTube.

Esta no pretende ser solo la crónica de este hecho puntual. La intención más bien es llamar la atención sobre el modo en que, en torno a la “inseguridad”, constantemente se movilizan los recursos materiales y simbólicos con los que un sector de la política reaccionaria ultramontana busca (buscó y buscará) motorizar los “reflejos” regresivos de nuestra sociedad.

Sabemos que en nuestra sociedad, como en cualquier sociedad de mundo, no existe eso que ha dado en llamarse delito cero : Hay, si quiere, una continuidad (un índice) de casos de homicidios dolosos, pero son unos y no otros los que tienen relevancia, es decir, amplificación mediática y poder de movilización. Todos recordamos aquellas 350.000 personas con velitas en Plaza Congreso.

El reclamo es, naturalmente, legítimo pero de lo que estamos hablando aquí y ahora es de la manera en que la recepción mediática, en bloque, (editorialistas, periodistas, movileros, etc.) expresa hoy en día a la derecha capilar, asumiendo la captación los reflejos espontáneos de “la gente”, apropiándose de sus prejuicios y sus exigencias y aprovechando estas señales provenientes de la calle (el malestar de la clase media) multiplicando los reclamos de mayor seguridad y represión.

La lógica de este relato siempre se configura de la misma manera, la “tranquilidad” de sectores acomodados se ha perturbado. Solo se atina a identificar el “miedo” a una inseguridad oscura, producto de un mundo habitado por individuos socialmente desechables, brutales, cuya peligrosidad solo puede ser combatida con mano dura. Se transfiere así la responsabilidad propia proyectando la idea de un “mal endémico” en la existencia “natural” de la pobreza. El pobre se convierte en un delincuente (siempre a resguardo de los derechos humanos). Así se borra toda huella que comprometa a un sistema de exclusión e injusticia del que son básicamente usufructuarios.

Finalmente resulta cínico prestar oídos a quienes tienen manchada la conciencia de complicidades, al acusar a los organismos de derechos humanos de ser buscadores de venganza y defensores de la delincuencia, ocultando que si algo caracterizó la lucha de décadas de esas entidades ha sido siempre la exigencia pacífica y ejemplar de justicia, verdad y memoria.

La Quinta Pata, 18 – 03 – 12

La Quinta Pata

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