Alfredo Saavedra
En las últimas horas de este viernes el lanzamiento de la agresión bélica de Estados Unidos contra Siria parecía recaer en la decisión individual del presidente Obama, en un extraño juego en que los principales promotores de esa acción se hacen invisibles para hacer caer esa responsabilidad sobre el gobernante, convertido en una marioneta pues no es un secreto que las grandes decisiones de estado son tomadas en conjunto con los reales ejecutivos del poder en esa gran potencia.
Los últimos acontecimientos en la nación árabe, con el criminal uso de supuestas armas bacteriológicas, se desarrollan en un ambiente de mayor crisis con la inminente amenaza de agresión de fuerzas militares de Estados Unidos, dentro de lo que analistas consideran un avieso plan del imperialismo para materializar una intervención que mantendrá activa la maquinaria de guerra de la poderosa nación.
En sospechosa complicidad con los intereses del intervencionismo, los medios de comunicación del conglomerado afín al poder que respalda a los opositores del gobierno sirio, de manera eufemística señalan responsabilidad de ese hecho al régimen de ese país y omiten las noticias que especulan sobre la responsabilidad del ataque a los grupos rebeldes que en una amalgama de diferentes posiciones políticas y religiosas iniciaron una guerra intestina contra el régimen desde hace dos años. No así, con respecto de ese señalamiento, el gobierno estadounidense, por medio del secretario de estado John Kerry, de forma categórica desde el principio y con evidente intención de justificar la intervención, acusó al presidente al-Assad de ser causante del incidente descrito.
El gobierno sirio ha resistido la guerra a un alto costo con la pérdida de vidas, un éxodo masivo y ruina de sus principales ciudades, incluyendo la histórica de Aleppo, citada en los anales bíblicos. La rebelión contra su gobierno se inició por ósmosis al producirse las revueltas en Túnez, Libia, Egipto y muchos otros países de la región, gobernados por autocracias y dictaduras. La experiencia no ha sido feliz, pues tanto Túnez donde la revolución llamada de Jazmín, derrocó al dictador Ben Ali, así también Libia, con el asesinato del presidente Kadafi y Egipto convulsionado en estos días con una revolución revertida en una dictadura militar y otros estados árabes con movimientos sofocados por sus dictaduras, tienen a sus poblaciones sumidas por lo general en el caos.
El presidente al-Assad ha ejercido un gobierno dinástico pero al parecer con proyecciones de servicio popular si se toma en cuenta que al inicio de la revuelta en su contra tenía un apoyo masivo de la población, según se desprendía de las multitudinarias manifestaciones en su apoyo y al de sus fuerzas armadas. Esas demostraciones cesaron cuando la guerra obligó a la salida del país de millares de habitantes y por la amenaza de los grupos extremistas que consiguieron posiciones en medio de la población civil, lo que fue inhibidor para los seguidores de al-Assad.
La lógica descarta la presunción de que el gobierno sirio haya causado la muerte masiva de adultos y niños la semana pasada, atribuida, sin comprobación, al uso de las denominadas armas bacteriológicas, pues es de suponer que una acción deliberada del régimen constituiría un suicidio, como se ve con la amenaza ahora presente de parte de los Estados Unidos. De hecho no se descarta que la agresión se consume y como corolario la inminente invasión, si el informe de la inspección de Naciones Unidas desfavorece, ya sea por comprobación o por acción manipulada, al gobierno sirio. La especulación de que el ataque bacteriológico haya sido dirigido por los rebeldes tiene sustentación en la hipótesis de que al inculpar al gobierno conseguirían lo que sus dirigentes han pedido desde hace tiempo, es decir la intervención internacional que les facilite, como ocurrió en Libia, la toma del poder como meta final.
Sin embargo, no se entiende cómo con facilidad puede lograr la oposición armada esa finalidad, si con excepción de un frente político que se acredita la dirección del movimiento rebelde y que ha buscado y tenido reconocimiento diplomático internacional, la composición del movimiento en su totalidad está fraccionada en un mosaico de tendencias que no tienen congruencia entre sí. Es decir que es una mezcolanza en la que participan facciones como Al Qaeda, que tienen un protagonismo criminal en los estados anárquicos de Irak y Afganistán, donde no hay ni se vislumbra estabilidad, luego de las intervenciones e invasiones de Estados Unidos y las fuerzas coaligadas que tienen a esos países peor de cómo estaban antes de padecer los efectos de esas intervenciones.
Son precisamente las funestas consecuencias en esos países lo que ha detenido a Inglaterra y otros aliados de Estados Unidos para participar ahora en lo que se ve como una nueva aventura de la nación norteamericana, para impulsar una nueva guerra en el proceso de destrucción en el mundo árabe, donde como una contradicción el gobierno yanqui tiene aliados como Arabia Saudita y otros cuyas dictaduras se ven protegidas por Estados Unidos como retribución a su condescendencia en las agresiones contra naciones de su mismo origen.
El presidente Obama tuvo un revés cuando su principal aliado imperialista Inglaterra no apoya esta vez la agresión temerosa de las pérdidas que ha tenido en las guerras de Irak y Afganistán. Obama hasta ayer no había conseguido un apoyo mayoritario en su mismo partido Demócrata y los republicanos representados en el congreso no se decidían a una aprobación dentro de las maniobras de rechazo a la representación demócrata. En esas condiciones Obama parecía abandonado a su suerte y destinado a convertirse en un émulo de Hitler, para decidir en forma unipersonal la agresión contra Siria.
Pero dentro de este panorama de la fementida preocupación de los Estados Unidos por el suceso de la muerte de civiles, muchos de ellos niños, por el hasta ahora supuesto uso de armas químicas en Siria, resalta la hipocresía yanqui, responsable del asesinato de millones de seres humanos en sus abominables ataques a Hiroshima y Nagasaki, en el Japón y de igual manera el uso del letal NAPALM en Viet Nam, que no sólo causó la` muerte de otros tantos millones de seres humanos, sino dejó inválida a toda una generación y causó el daño casi permanente al hábitat en ese país asiático, donde millones de hectáreas de suelo quedaron inhabilitadas por el efecto desastroso de esa sustancia que resultó una criminal arma bacteriológica.
Mientras tanto en Estados Unidos así como en Inglaterra y otros países antes comprometidos en las guerras recientes, se producían manifestaciones de repudio a esta nueva amenaza bélica, no por solidaridad con el gobierno Sirio, sino por la protección de sus propios intereses, en particular por la experiencia de la pérdida de vidas y el saldo grande de ciudadanos inutilizados, al retornar de la guerra mutilados y con problemas mentales que, según reportes, tiene en asilos psiquiátricos a miles de exsoldados y muchos otros más que se han autodestruido. Ante ese escenario, la cordura colectiva aspira a la paz no solo en servicio de los involucrados en esos conflictos sino para las poblaciones afectadas de forma directa y para beneficio de la humanidad toda.
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