Hugo De Marinis
Una memoria (I) ,
Una memoria (II) ,
Una memoria (III) ,
Una memoria (IV),
Una memoria (V),
Una memoria (VI)Escondidos
Todo era por bolas. Cuestiones que escuchaban los milicos que servían a zumbos y oficiales, los que convivían con ellos y poseían información privilegiada como los mozos o los que trabajaban en inteligencia, en el edificio principal al lado de la comandancia. Los superiores no te confesaban nada si eras un colimba del montón. Rara vez los veías actuar como seres humanos lisos y llanos. Como los imaginara cualquier civil, se trataba de individuos fuleros, aburridos, mediocrones, vagos y malditos que creían sólidamente en el rol que se habían autoasignado en la sociedad.
Una de las bolas, como dije, mantenía que el suboficial mayor Coquito – Néstor Rodríguez – había sido
uno de los represores cercanos al golpista y siniestro almirante Rojas, el de la Libertadora. Otro del que apenas teníamos noticia porque siempre andaba escondido salvo una que otra mañana en que saludaba al batallón completo era el segundo comandante del BIM 5, el teniente de navío Eduardo José Coviello.
Extraño que en el primer tramo de mi colimba nunca supe a quién le tocaba ser el primer comandante. Me da que no había. Se rumoreaba que este oficial participó en la
masacre de Trelew. Con respecto a él, hay un conscripto que hizo el servicio en el sur y que en el presente anda buscando a sus camadas, que dice que en 1972 el tal
Coviello era teniente de fragata y capo de la compañía de comando y servicio de la base naval de Ushuaia. En Río Grande ya lo habían ascendido a teniente de navío – el grado inmediatamente superior. Quién sabe si lo habrán convocado para reprimir a los compañeros detenidos en la base almirante Zar, pero por alguna razón no se dejaba ver mucho (entre los oficiales estos movimientos inter-bases se hacían con frecuencia). Además recuerdo que las iba de aristocrático porque las pocas veces que lo encontrabas por ahí hasta te dejaba pagando con la venia, al revés de Coquito, que si no le gustaba cómo se la hacías – mal o bien – te bailaba por una hora.
Tenconi: “el enemigo acecha” Un caso aparte es el del por entonces teniente de corbeta (o fragata), Tenconi. Este chanta junto al guardiamarina Marquardt, de la compañía de tiradores, a quien ya me referí en su calidad de oficial verdolaga y alcahuete, aparecen como
“tapados” participantes del grupo de tareas 3.3 y condecorados por tal razón el 12 de septiembre de 1978 por el represor en jefe de la armada, Emilio Massera.
Leer todo el artículo Marquardt (no Marquand como puse en “
Una memoria III”) llegó a contralmirante y Tenconi a capitán de navío. El último fue entrevistado por Diego Martínez para
Página 12, el 9 de noviembre de 2009. Haciéndose el vivo, presentado como jugador de golf del club Villa Adelina y habiendo ocupado hasta 2007 la jefatura de la división de patrimonio histórico cultural de la armada, no recordaba mucho de la condecoración del ’78. Le comunicó al periodista que en cuanto a su destino durante el golpe estaba asignado a Puerto Belgrano. Puede ser que el 24 de marzo del ’76 haya estado ahí, pero a partir de junio de ese mismo año y por lo menos hasta agosto del ’77 se encontraba en el BIM 5 como responsable máximo de inteligencia. Los tenientes Díaz Andrada (o Andrade) y Robles y el cabo principal Agüero, a quienes sí recuerdo haberse
ido en comisión , muy probable que a reprimir en algún grupo de tareas como el 3.3 de Marquardt y Tenconi, no figuran en ninguna lista conocida de represores. De Tenconi, no recuerdo que haya partido
en comisión , pero tampoco lo veía a menudo.
Tenconi era todo un caso. Cuando hacíamos guardia y él estaba a cargo nos recomendaba que no tomáramos bebidas alcohólicas no para no congelarnos sino para estar alertas. Había que
transformarse una pelotita de nervios las dos o cuatro horas que duraba el plantón sin dejar abandonado el fusil en un rincón de la casilla, cosa que normalmente hacíamos apenas nos instalábamos. Cada quince minutos se escuchaba una voz ridícula por el parlante que pretendía imitar películas de terror repitiendo siempre el mismo verso:
no beba soldado ni abandone su fusil que el enemigo subversivo acecha, lo está mirando, lo va a atacar . A veces la voz engolada solo decía,
la subversión acecha, soldado de la patria . Yo pensaba que en serio les tenía miedo a los compañeros. Pero el consenso era que, además de ser medio boludo y rayado, estaba entre los más fanáticos. La cosa se ponía realmente tensa cuando un pollo suyo, el suboficial segundo Sardi, lo secundaba en la guardia.
Un conscripto mendocino de apellido Villegas, hijo de un comisario, a quien por tal motivo comisionaron para trabajar en inteligencia del BIM 5 contaba, dentro de lo poco que podía porque se lo habían prohibido terminantemente, los disparates del teniente para probar que él no era un subversivo. Por ejemplo una vez, lo pescó viendo unas obleas montoneras que había distribuido estratégicamente por la sala de inteligencia y ante la sorpresa de Bienvenido – así le llamábamos a Villegas en homenaje a un veterano jockey del mismo apellido que montaba yobacas en el hipódromo de Mendoza – lo quiso enganchar con un simple y medio estúpido,
te resultan familiares, ¿no? Otra vez le dijo que junto a un tal cabo principal González y al suboficial Sardi, también trabajando en inteligencia, iban a tomar el más importante restaurante del centro de Río Grande cuyo nombre se me ha olvidado, para panfletear y arengar a los clientes y que él tendría un papel destacado en la toma. Por supuesto que Bienvenido nunca caía en estas tretas infantiles que eran más para la risa que otra cosa. La única manera en que Tenconi podía llegar a sacar algo de alguien era a través de la degradación de la tortura, procedimiento con que en una ocasión a amenazó a Villeguitas. Según el colimba si no hubiese sido por el cabo principal González que lo llamó a la calma, Tenconi lo picaneaba.
El comandante Tomé El BIM 5, sin duda, albergaba a represores de varios episodios emblemáticos, precisados de refugio en épocas del terrorismo de estado porque pese a ser victimarios, a veces también la ligaban y sufrían como se notaba en las conductas y rostros de Robles, Agüero y Díaz Andrada. Pero también es cierto que la armada otorgaba un beneficio que, si no recuerdo mal, consistía en considerar dos años de servicio por uno en Tierra del Fuego (le llamaban “servicio en zona”) con lo que oficiales y zumbos pasaban a retiro en menos tiempo que sus camaradas del norte. Los zumbos especialmente se acogían a este beneficio que no debía de ser excluyente con la participación en los represivos grupos de tareas. Hasta los colimbas nos beneficiábamos de la “zona”: cobrábamos el doble o el triple que nuestros pares y no teníamos dónde gastarlos, salvo en el casino más que nada en chupi y cigarrillos. El resto lo podíamos ahorrar y llevárnoslo cuando nos íbamos de licencia o baja.
Uno que no se ajustaba al molde castrense de persona fulera era este comandante que llegó para reemplazar a Coviello. No podría decir si a reemplazarlo pero Coviello era segundo comandante y no recuerdo haberlo visto más cuando apareció el capitán de fragata Manuel Tomé para hacerse cargo del BIM 5. Más viejo que el resto de la oficialidad y con un rango bastante bajo para la edad que aparentaba el tipo trajo un mediano rasgo de humanidad al batallón que no puedo sino agradecérselo.
No tengo idea qué habrá hecho en el norte. Me temo que quizá no pudo o tal vez no quiso abstraerse de la orden generalizada de participación de todos los miembros de la armada en el trabajo inmundo contra los opositores políticos, dada por el horrible Massera. Pero quisiera suponer que por ahí Tomé, si tuvo que estar en los centros clandestinos fue al menos la mano que otorgó el más insignificante de los resuellos a los que sufrían las vejaciones más miserables que un ser humano pudiese infligir a otro. De todos modos no tendría perdón, pero mitigaría sus culpas y revelaría un poco de la compasión que entre tanta canallada, le adiviné viéndolo actuar en el BIM 5.
Se sabía que a algunos los mandaban al sur castigados. Tomé no tenía edad para ser un capitán de fragata. Cuando vino a Río Grande ya debiera haber llegado por lo menos a contralmirante. O haber pasado a retiro. No lo habían promovido cuando correspondía, se veía a la legua. Dentro del palo de gallinero que era ese batallón el hombre aparecía en el comedor almorzando su porción de lo que comíamos todos, se lo veía en el casino, conversaba con el colimba, era respetuoso, te llamaba hijo y parecía un buen tipo: un viejo que te instaba con confianza a hablar si te aquejaba algún problema.
En una ocasión por la mañana reunió al batallón entero y nos bailó él solo – un baile suave – como por una hora porque un pibe de Las Heras, de apellido Cuitiño, estando de guardia en la madrugada se había pegado un tiro en la boca del estómago y acababa de morir en el hospital del pueblo. Bailamos tensos y con furia, quién sabe si por no entender la finitud de la vida o por la cercanía de la muerte de ese chico. Al comandante se lo notaba conmovido: daba órdenes y arengaba como pesaroso, con la voz quebrada.
Por ahí no era más que un simulador y uno – que necesitaba tener como referencia al mundo anterior a la colimba, un mundo mejor, como el que los compañeros de la militancia imaginaban por caso – se fió y eligió a este hombre bonachón con capacidad de liderazgo, distinto, y con carisma que por ahí te tendía una mano honesta, sin trampas. Hasta en el corte de pelo, un poco más abundante que los demás, parecía un rebelde, pero no quiero exagerar: él estaba en el lugar que estaba y por mi parte había que seguir con la guardia alta, y protegerse de espejismos.
(Continuará)La Quinta Pata, 04 – 12 – 11
La Quinta Pata
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